8.1.08

Los sueños son

é que es Borges quien cita aquella chinoiserie de la mariposa que sueña que es un hombre o del hombre que sueña que es una mariposa que sueña que es un hombre. La frase es tan rotundamente china que sólo tiene el significado diáfano pretendido cuando se dice tal cual es. La buscaré en otro momento. El territorio que se reparten la imaginación y la memoria es interesante.
A servidora le pasó algo parecido a lo de la mariposa china al regresar de Xurís. Xurís es como le llaman los gallegos que viven en ese Parque Natural a lo que el gallego normativo llama “Xurés” y lo que en el portugués oficial se conoce como Gerés. Lobios o Lovios está al sur de Orense, a 14 km de la frontera de Portugal, y forma parte del Parque Natural Baixa Límia-Serra de Xurés. Xurís, decía, está lleno de ríos. El interés patrimonial no es solo naturalista, pero es indudable que la vegetación es su principal atractivo. Hay por sus montes “cerquiños” (“Unha idea da importancia que tiñan as minas do Noroeste (incluída a Lusitania) ven dada pola noticia de Plinio que fala duns 6.500 kg de ouro que anualmente se extraían e enviaban a Roma, e as explotaciones durarían uns 250 anos” (Francisco Calo Lourido, Anselmo López Carreira, Francisco Carballo, Luís Obelleiro, Bieito Alonso Fernández. Historia Xeral de Galicia. Vigo: Edicións A Nosa Terra, 1997, pág. 80)
Hacía siglos que no había visto un zapatero. Impresionan las fuentes abundantes, la pureza de los cauces y del aire, la suavidad del viento, la blandura de la tierra, los molinos de Vilameá escondidos en el soto entre los saltos de agua, el petirrojo solitario (el ruiseñor gallego), las culebras, los chorizos, los enjambres, el olor de las rosas.
Oí decir que pensaban hacer un campo de golf, y es muy posible que un proyecto así una vez más tire adelante. En primer lugar porque los campos de cultivo están prácticamente abandonados y sus propietarios están en disposición de venderlos. Todo hace pensar que la ganadería debe de estar bajo cupo europeo, sin posibilidades de desarrollo. El mundo rural está tan despreciado y ridiculizado que no es de extrañar que la gente joven lo tenga en poco y solo piense en escapar. El gobierno de Manuel Fraga buscó atraer un turista de lujo, “de calidad” y protegió las acciones encaminadas en este sentido con subvenciones e infraestructuras. Las termas romanas de Lobios que son mano de santo para las enfermedades reumáticas y para la astenia, se cerraron en el recinto del Balneario hotelificado. Me asquea una Galicia terciarista y llena de asistentes sociales, traficantes de droga, autovías y automóviles. Decía el padre de un amigo mío que el Seat 600 había hecho más por la unidad de España que ninguna otra cosa. En mi modesta opinión, la romanización de Galicia no llegó a rematarse, pero la televisión y las autovías la han integrado (¿?) en la Europa de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. La ancestral obsesión por la casa familiar y por el hortelo del quinteiro se ha hipertrofiado y encima ha añadido otro espacio privado, el coche. Asco de coches.
Creo que, cuando viajé a Xurís, Anxo Quintana, del Bloque Nacionalista Galego, aún era alcalde de Allariz, su pueblo. El actual vicepresidente de la Xunta gallega convirtió Allariz –la primitiva Villa Alarico goda con clarisas incluídas- en una especie de Disneyworld o cantoncito suizo, en que lo menos malo es un jardín inglés cabe un enorme molino de agua de los más grandes conservados en la comarca. En Allariz y en la casa del nacionalista histórico Vicente Risco fue rodada “La lengua de las mariposas”. Tanta “enxebreza” de parque temático, con todo, aunque hace añorar (creí que nunca diría algo así) el feísmo opuesto, me parece mejor que lo de la comunidad vecina. El dinero que se invierte en la Orquesta Sinfónica de Galicia me parece más legítimo y mejor gastado que los Premios Príncipe de Asturias. Se conceden a personalidades archigalardonadas, con lo cual la aportación a la cultura es mínima. Un premio debe tener una parte de reconocimiento y homenaje pero también debería tener una parte de determinación, una parte emprendedora.
No puedo menos que encogerme modestamente y escépticamente cuando me refiero a la tierra en que nacieron mis cuatro abuelos. Y, sin embargo, al contrario, me tenso como un arco cuando percibo por un lado que alguien no la entiende o habla con ligereza o, por otro lado, cuando la recorren los estragos del “progreso” y la desestructuración social. La tierra, dicen, es el amor más grande. Mi amor por Galicia siempre ha sido correspondido y con creces. La alternativa a Allariz que le propongo al turista es Celanova, el pueblo de Celso Emilio Ferreiro.
Pero dejemos Galicia y dejemos el territorio que se reparten la imaginación y la memoria y volvamos a la mariposa que sueña que es un hombre o al hombre que sueña que es una mariposa que sueña que es un hombre, volvamos al primer día después de regresar de Xurís. La segunda noche en casa me desperté de repente y no sabía donde estaba ni quien era. Normalmente (si es que se puede apelar a la normalidad para reconocer algo tan penoso) si me despierto desorientada, como si en vez de despertar resucitara, un estúpido resorte que aborrezco en el alma me arroja a una pregunta terrible: “¿Tengo que ir a trabajar o no, quienquiera que yo sea?”. Espanto me da ver hasta qué punto tengo interiorizado y exacerbado mi sentido del deber.
A la vuelta de Xurís me desperté y no sabía quién era, dónde estaba ni qué se suponía que debía hacer. El tiempo se dilataba. Me levanté para ver donde estaba. Como Alicia en Wonderland. Titubeaba en la penumbra. No reconocía la sala grande. Tardé unos segundos en reconocerla. ¡Qué delicioso es el olvido! La inconsciencia. Nos permite ver las cosas despojadas de todo apego, sorprenderlas y descubrirlas en su naturaleza más auténtica.
Años atrás siempre soñaba con la “otra” casa. Así la llamaba porque no era la casa que me cobija, era la casa que se aparecía insistentemente en mis sueños y que, dándole vueltas, adiviné que era como si fuera yo misma. Me atraía mucho volver a ella, era como ir al corazón de la gruta encantada o al tesoro de la cueva de Alí Babá. Sin embargo, también me acabó por cansar esa especie de disociación entre yo y lo que buscaba. Un día finalmente di con la solución: en sueños vendí la casa. Así tenía que ser para que obrase, en sueños, y no como en una estrategia organizada desde la conciencia. Por lo tanto, la segunda noche a mi vuelta de Xurís, ví mi casa de la realidad como si hubiera vuelto a la casa de mis sueños. Por un lado tiraba de mí el olvido, mi estado de despertar incompleto, mi separación de todo cuanto en mi personalidad no es verdadero. Por otro lado tiraba de mí el deseo de concreción y de situarme. Miré el sofá vacío, la penumbra. Reconocí de pronto algo familiar, recordé la misma atmósfera que cubría el sofá de mi abuela Consuelo. De terciopelo a rayas negras muy negras y blancas muy blancas. Inmóvil y turgente como un ser enorme monstruo homérico hibernando. A la mañana ya me había desprendido de mi “jet lag” y ya volvía a ser quien se supone que soy. Y a pesar de todo es como si la casa de los sueños se hubiera presentado en la realidad aprovechando una vacilación de mi conciencia, un punto muerto. No sé si me explico. Estaba en la casa de mis sueños.
Ahora siempre sueño con el mar y con la Antártida, pero soy un pájaro, soy yo, y no sé si es de día o de noche.
Koson Ohara

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