7.11.08

Las señoras de la piscina



Beatrix Potter

*
"Triste é o cantar que cantamos,
máis ¿qué facer si outro mellor non hai?
Muita luz deslumbra os ollos,
causa inquietude o muito desexar.
Cando unha peste arrebata
home tras home non hai máis
que enterrar depresa os mortos,
baixa-la frente, esperar

que pasen as correntes apestadas...
¡Que pasen..., que outras virán!"
Rosalía de Castro

“¡Yo, que de un estropajo hago cuatro!” 




acía tiempo que en este blog no comentábamos una frase al vuelo, pero últimamente he oído dos sin desperdicio. Una la oí en la calle: “Yo mi sofá, mi mando, mi tabaco y, si quiero, un cortadito”. La otra la pronunció mi madre, cargada de razón: “¡Yo, que de un estropajo hago cuatro!”. Y es que verdaderamente los estropajos que usa, los de rejilla de plástico duro recogidos en forma de flor con un bodoque en el centro, son demasiado e innecesariamente grandes mientras están nuevos. Esta frase al vuelo, aunque está en un entorno sobre el que voy a escribir a continuación, tiene la propiedad de todas las frases al vuelo de tener por sí misma un significado poderoso y una sonoridad característica. Le pasa como muchas frases del Paradiso del poeta José Lezama que tienen una resonancia especial y que sugieren muchos sentidos. Por ejemplo aquella de “La caca del huérfano hiede más”. 
La presión que estoy soportando es inhumana. Me explico: el día que las madres de España (esos seres de la mitología prerromana, esos pilares biológicos) se pongan todas de acuerdo y a la observación totalmente inofensiva de que “después de tamaño desayuno me vendría bien un cafelito” respondan “Pues te vas al bar”, ese día –digo- esto se hundirá irreversiblemente. La mía está en pie de guerra desde que sin quererlo ni beberlo le quitaron la tarjeta rosa que le daba derecho a usar los transportes públicos del área metropolitana de Barcelona gratis. Ahora, mejor dicho, su tarjeta rosa sólo le da derecho a adquirir la T4, que es la tarifa mínima. La cuestión es que le retiraron su tarjeta rosa, la buena, cuando fue al consejo del distrito a devolver la de mi padre, cuando murió en enero de 2006. El Ayuntamiento les había enviado la tarjeta rosa automáticamente a los dos cuando cumplieron 65 años. Alegaron que la administrada tenía dinero. Probablemente, pero la pensión que percibe no llega a 600 € y es menor que la percibían los dos dividida por dos. Cualquiera sabe que los gastos de agua, teléfono, electricidad, comunidad de vecinos, gas, etc. de dos personas vienen siendo iguales que los de una sola persona. 
La primera reacción de mi madre fue la de dejar de reciclar. Es decir, la de tirar todo directamente en la basura sin separar los tetrabricks de la leche y las botellas de Fairy de los diarios gratuitos y la publicidad, las mondas de naranja y el marro del café. Nótese que la especificación de los desechos de mi madre es todo lo intencionada que parece, puesto que es una basura que refleja una actividad absolutamente impecable y de una persona que de un estropajo haría cuatro. La segunda reacción de mi madre, C.S.M., fue la de sacar el tema diariamente por lo menos una vez. Por ejemplo, si salía el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, por la tele, decía: “Ése, que cobra 178.000 € cada año, ¡más que ningún alcalde!, y le quita la tarjeta rosa a las viudas”. Habría que llamarlo "Jordi Eureu".
Como C.S.M. es lenta pero implacable, ahora está en el proceso de ir a reclamar hasta donde se pueda reclamar. Le sugerí –yo, que soy rápida pero inconsistente- que había una ley muy importante por la cual claramente lo que le habían hecho era ilegal o alegal o lo que sea que es. Me refiero al artículo 113.3 de la Ley 30/92, de 26 de noviembre Ley de régimen jurídico de las administraciones públicas y del procedimiento administrativo común:
“El órgano que resuelva el recurso decidirá cuantas cuestiones, tanto de forma como de fondo, plantee el procedimiento, hayan sido o no alegadas por los interesados. En este último caso se les oirá previamente. No obstante, la resolución será congruente con las peticiones formuladas por el recurrente, sin que en ningún caso pueda agravarse su situación inicial”.
En cualquier caso, siendo ella lenta y yo rápida, ella implacable y yo inconsistente, lo que tenemos en común es que somos de protestar y no de quejarnos ("ay ay ay ñi ñi ñi").
Como el tema le lleva a mal traer anda opaca y ensimismada, no explica mucho, pero le pregunté qué iba a hacer. Me dijo que ya se había informado y que tenía que ir a una oficina donde los Ferrocarriles Catalanes. Le pregunté que quien le había informado y me respondió “Las señoras de la piscina”, a lo que yo no me atreví a rechistar nada, puesto que la debilidad del argumento inspira una indefensión elocuente. 
Lleva una mala temporada, sí. En el taller de memoria les pidieron que escribieran una historia que recordasen y la escribió de un tirón: 

“C[…] S[…] M[…]. Nací en Finisterre el 20 de mayo de 1934. + Hija de marinero. A los 8-10 años que estábamos en plena postguerra hacía mucho frío y muy poca pesca. Es más, a veces salía a pescar y volvía de vacío. Recuerdo que mi padre llegaba con los ojos llenos de legañas y los puños rozados de la ropa de agua de remar y había hasta galernas. No teníamos para comer y menos para juguetes, que nosotros confeccionábamos […] Pero llegaba la fiesta de Reyes y los niños que sus padres tenían dinero les traían juguetes y a los pobres no nos dejaban nada. Teníamos en la parroquia un cura que se llamaba Don Juan Bueno y Bueno […] Llegó al punto de solucionarlo, supongo que le costó mucho tomar la decisión de decirnos que nosotros éramos buenos pero que nuestros padres no tenían dinero. Yo era pequeña pero me acuerdo que no sentó bien a todo el pueblo, pero yo pienso que no estuvo mal. El sentimiento que yo tengo es por mis padres lo que debieron sufrir […]”.
Nunca había visto un texto tan largo de mi madre, que sólo hace cuentas o listas de la compra y se apunta palabras que oye en la radio cuyo significado ignora, poco más. Pues entendió mal y el profesor pasó totalmente por alto el ejercicio. Yo sé que lo escribió en la mesa de la cocina porque había algunos trazos del mismo bolígrafo en el hule. Bueno, un chasco lo tiene cualquiera.
Esta anécdota ya me la había explicado a mí, que la recogí en este blog: “Me he acordado del P. Juan Bueno Bueno. Además de dos veces bueno fue breve, como si lo dijera Gracián, porque vivió poco. O, mejor dicho, vivió pocos años. Me sabe hasta mal hacer un chiste tan a huevo, pero es que es así tal cual lo digo. Era bueno. Fue párroco en el pueblo de mi madre después de la Guerra Civil, la guerra fraticida, ¿cuál no lo es? Un día, en un oficio de Adviento, le dijo a los niños: "Niños, los Reyes son los padres". Y es que al Padre Bueno le dolía ver que unos niños tenían muchos regalos y otros nada. Y le dolía ver que los niños pobres y los niños ricos encontraran en esa distribución de la riqueza o de la pobreza, respectivamente, alguna razón o alguna justicia (fuera humana o divina).” (El día más corto del año)
A C.S.M. no le va a gustar lo que estoy haciendo. No me refiero a este pequeño homenaje al Padre Bueno, sino a colgar un texto suyo en internet, un lugar que en general le parece una tontería y una pérdida de tiempo. Además no le gusta figurar en ningún sitio.
En la trayectoria de su vida el siguiente día remarcable fue cuando se comió un bizcocho entero en la casa del diputado para el que trabajaba en La Coruña. Si nos saltamos la boda y todo lo demás, ya nos vamos a otro hecho insólito, que fue cuando devolvió 500 pesetas a la RENFE al darse cuenta al llegar a casa –después de comprar un quilométrico- de que le habían dado el cambio mal. Nos estamos refiriendo a 500 pesetas del año 1965, que serían unos 125 euros de hoy. Pues le enviaron una carta y todo, anunciándole que su gesto de honradez había tenido eco en la revista "Vía libre", una publicación corporativa de la Red Nacional de Ferrocarriles Españolas. Ahora, según y como la RENFE se llama ADIF, sobre todo si se trata de atender a los del AVE, esos canallas insolidarios que se han quedado con gran parte de la Estación de Sants en Barcelona en detrimento del populacho inmundo que usa la líneas de largo recorrido habituales que me resisto a criticar. Éste tema sera tratado en otro momento, como creo recordar que se decía a menudo en La conjura de los necios.
Si pasamos por alto lo de la aluminosis en el Turó de la Peira en los noventa, y como le practicaron 70 catas al piso de mis padres, haciendo unos agujeros de unos 40 cm en el techo (cada cual a un metro cuadrado del otro), si pasamos por alto que estuvimos recogiendo polvo una semana y que tuvimos la suerte de no tener que apuntalar el piso, esa inmensa suerte fue desmentida por el entonces presidente de la Generalitat de Catalunya, cuando dijo: "Home, és que la gent hi posa pianos a les cases". Que yo sepa en el barrio sólo había alguna guitarra, o armónicas, zambombas o flautas, pero ¡¿pianos?! Eso donde vivía él, en la Ronda de Dalt.
El siguiente trance en la vida y milagros de C.S.M. se produjo durante los 6 años de la enfermedad de mi padre y después ya nos vamos directamente a la viudedad y a lo de la tarjeta rosa. Ah, y cada cierto tiempo, mi madre -con quien comparto la titularidad de mi cuenta corriente- tiene que presentarse en la oficina bancaria para dar fe de vida. Esto ocurre cuando el cajero automático de "la Caixa" me indica desalmadamente: "Retire su dinero. Por favor, el titular de la pensión o el seguro debería pasar por cualquier oficina para comprobación de datos." 
Por todo esto, por una vez me he decidido a hablar de un tema personal. Por favor, digo yo, un respeto por las señoras de la piscina. Vale ya. 



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