31.1.08

Jueves lardero



"Unha carta escrita fai quince anos por unha nena xaponesa, e que despois enviou dentro dun globo, foi atopada hoxe por un pescador pegada a un peixe que chegou ao Cabo de Choshi, en Chiba (centro de Xapón), informou hoxe a axencia local Kyodo.
Natsumi Shirahige, a autora da carta e que agora ten 21 anos, non se podía crer que aquela misiva que escribiu cando estaba na escola elemental sexa achada anos despois.
Nesta carta, de papel resistente ao auga, Shirahige, que entón tiña sete anos, felicitaba a aquela persoa que a atopase e pedíalle que lla devolvese. Así o fixo Kiyoshi Kimino, o pescador que hoxe a descubriu.
Mentres Kimino pescaba como cada día nunha zona de 1.000 metros de profundidade do Océano Pacífico, observou que un rodaballo tiña algo de cor avermellada -o globo- pegado nas escamas, que ao ser babosas sostíñao.
Shirahige, agora unha universitaria en Tokio, foi unha das mil alumnas que en novembro de 1993 soltaron globos cunha carta no seu interior para conmemorar o día do 120 aniversario da súa escola, a Miyazaki."

 

as noticias de agencia de prensa de este jaez tienen también en gallego un aire de microcuento o de leyenda urbana. Con mucho menos hacía Cela sus inenarrables apuntes carpetovetónicos o Cunqueiro sus retratos de "xente de aquí e de acolá". Desde la historia del señor que tuvo que ir a Urgencias para que le sacaran una bombilla del culo (y eso fue por Navidades) no había leído nada tan sugerente, que me provocara tanto interés, tantas preguntas. Y estamos en Carnaval. La pregunta de porqué o cómo se metió la bombilla en el culo, queda más o menos respondida con la declaración del paciente de que es que se había emborrachado. Anda. Incluso quedaba bastante clara la técnica de extracción: ventosas de sujección y tracción, catéteres para la introducción de globillos engrasados que se inflaron en el campo operatorio justo detrás del objeto extraño, y un par de fórceps. Lo que no se dejaba nada claro en la noticia era la potencia de la bombilla y de qué lado había que sacarla. O si era de rosca.

Sin embargo, por el contrario, lo del rodaballo queda hasta demasiado claro, sobre todo cuando sabemos que el papel era resistente al agua. La pregunta principal que me suscitó la noticia es si el año 1993 las 1000 niñas de la escuela de Miyazaki soltaron sus mil globos con sus mil mensajes, que dónde estarán los otros novecientos noventa y nueve. Miedo me da. Hay más preguntas, claro está. Por ejemplo, la segunda pregunta sería si este tipo de celebración está muy instaurada en el Japón o en otros lugares del mundo. Me parece una idiotez y no sé que es peor, esa idiotez o la tomatina de Buñol con sus cien toneladas de
tomates. Ya es bastante difícil la vida del rodaballo (sea japonés o gallego) como para añadirle más penosidad a su existencia.

El temita de los mensajes librados al mar y al cielo tiene su qué porque ya se sabe que el mar y el cielo todo lo devuelven, excepto –respectivamente- lo que es más pesado y lo que es demasiado leve. Pero también hay que pensar que el tiempo hace maravillas. O no, porque los residuos nucleares radioactivos que los ingleses enterraron en el fondo del mar (en tiempos de Margaret Tatcher como mínimo), a pocas millas de la costa coruñesa, no se podrán convertir en una maravilla por mucho tiempo que pase.

El sufrido rodaballo de Kiyoshi Kimino me recuerda el viejo mito del anillo de Polícrates, el tirano de Samos:
"Y, en poco tiempo, el poderío de Polícrates creció vertiginosamente, y su fama se extendió por Jonia y el resto de Grecia, ya que siempre se lanzaba a la guerra; fuera donde fuera, todas las campañas se desarrollaban favorablemente para sus intereses. Contaba con cien penteconteros y con mil arqueros; y saqueaba y pillaba a todo el mundo, sin hacer excepción con nadie, pues sostenía que se queda mejor con un amigo devolviéndole lo que se le ha arrebatado que sin quitarle nada de nada. [...] Por su parte, Amasis, con toda probabilidad, no dejaba de prestar atención a la enorme suerte de que gozaba Polícrates (al contrario, esta cuestión debía de tenerlo hondamente preocupado), pues, cuando su buena suerte alcanzó proporciones aún mucho mayores, envió a Samos una carta redactada en los siguientes términos: "He aquí lo que Amausis participa a Polícrates: es grato enterarse de los triunfos de un buen amigo, y especialmente de un huésped; pero a mí esos grandes éxitos tuyos no me llenan de satisfacción, pues sé perfectamente que la divinidad es envidiosa. Por eso, antes de tener éxito en todo tipo de empresas, personalmente preferiría que, tanto yo como las personas que me interesan, triunfáramos en algunas, pero que fracasásemos también otras, pasando así la vida con suerte alternativa. Porque aún no he oído hablar de nadie que, pese a triunfar en todo, a la postre no haya acabado desgraciadamente sus días, víctima de una radical desdicha. Así pues, préstame ahora atención y, para contrarrestar tus triunfos, haz lo que te voy a decir: piensa en algo que tengas en la máxima estima y cuya pérdida te dolería sumamente en el alma y, cuando lo hayas encontrado, deshazte de ello de manera que nunca más pueda llegar a mano de otro hombre. Y si, en lo sucesivo, tus éxitos continúan sin toparse alternativamente con contratiempos, sigue intentando poner remedio a tu suerte del modo que te he sugerido".
Después de haber leído estas líneas, y comprendiendo que Amasis le brindaba un acertado consejo, Polícrates se puso a buscar, entre los objetos de su propiedad, aquel por cuya pérdida mayor pesar sentiría su fuero interno; y en su búsqueda, dio con la siguiente solución: tenía un sello engastado en oro que solía llevar puesto constantemente; se trataba de una esmeralda y era obra de Teodoro de Samos, hijo de Telecles. Pues bien, una vez resuelto a deshacerse de dicha alhaja, hizo lo siguiente: mandó equipar un pentecontero, embarcó en él y luego dio orden de poner rumbo a alta mar. Y al encontrarse lo suficientemente alejado de la isla, se quitó el sello y lo arrojó al mar a la vista de todos los que con él iban en la nave. Hecho lo cual, mando virar en redondo, y al llegar a su palacio, dio rienda suelta a su tristeza".

(Cita indirecta de Herodoto tomada de: García Pérez JM, Carrón Pérez J. Los supuestos relatos: ficción y leyendas en los evangelios. Madrid : Ediciones Encuentro, 2004. Studia Semitica Novi Testamenti; XIII)

Obviamente, una semana más tarde un pescador le llevó un enorme pez al rey y cuando lo abrieron sus sirvientes, encontraron dentro la preciada joya. Polícrates estaba encantado y tomó esto como una señal de que los dioses le concedían para siempre su fortuna. Obviamente estaba equivocado.

Es un mito complejo, cantado por Friedrich Schiller, y muy estudiado por los psicoanalistas, ya que a su vez da nombre al complejo de Polícrates, el de desear ser castigado. El complejo de Polícrates también representa como una especie de temor a la desgracia cuando no hay signos de que la vaya a haber. Ni siquiera sería el temor "anticipatorio" del que hablan los psicológos. Juan Rof Carballo estudió el complejo de Polícrates en Rosalía de Castro, nacida María Rosalía Rita de Castro. No tengo muy presente su biografía, pero recuerdo lo que sabemos todos: que era una "filicú" (como en Bergantiños se les llamaba a los hijos de los curas), la pérdida trágica de dos de sus hijos –uno pequeñito que les cayó en un descuido de lo alto de una mesa y Ovidio, el mayor, por tuberculosis-, el matrimonio con Murguía, los años ásperos de Simancas, el mismo cáncer que padeció Teresa de Ávila y uno de los cabreos más sonados de la literatura española. Así que dejo de lado las definiciones de los psicoanalistas y de los psicólogos, e introduzco las propias palabras de Rosalía de Castro:

"Tembra a que unha inmensa dicha
Neste mundo te sorprenda;
Grorias, aquí, sobrehumanas
Tran desventuras supremas"
("A ventura é traidora", Do íntimo, Follas novas)

También "Do íntimo", el poema número 10, incide en el complejo de Polícrates:
"Cando un é moi dichoso, moi dichoso,
¡Incomprensibre arcano!
Casi, n’e mentira anque a pareza,
Lle a un pesa do ser tanto".
***
Cuando somos verdaderamente sabios sabemos desprendernos de la pena y de la alegría sin ningún esfuerzo de santidad, porque hay un punto en que sensiblemente el enfado cede y se convierte en sonrisa y el sollozo se transforma en algo que alivia y reconforta. En los hospitales es fácil ver en los rostros de los enfermos o de sus familiares una cara como de sorpresa o perplejidad como de quien no se acaba de creer que precisamente lo que pasa les esté ocurriendo a ellos. Esta perplejidad está aritméticamente, simétricamente, asociada a la fatuidad de los que creen que se lo están montando muy bien y que son unos campeones.

Lo de Natsumi Shirahige y las 999 japonesas de la escuela Miyazaki con sus mil globos rojos me da no sé qué. Este mundo está perdido. De verdad. Yo tuve en mi infancia, como otros niños y niñas, cromos de picar y de los otros. El álbum "Vida y Color" era de mi hermano. Lo que yo tenía me los había ganado en la calle. Por decirlo en términos macroeconómicos, mi presupuesto no me daba más que para pipas. Mis cromitos tenían marcas o nombres en el dorso, los de su primer propietario. Eran nombres que rápidamente perdían su sentido y el colorido. Los cromos más bonitos, a mi gusto, eran los troquelados. Los había con flores y con escenas que parecían sacadas de los relatos de Katherine Mansfield. Me acuerdo como si fuera ahora, perfectamente, de que, de repente, un día cualquiera, alquien que a lo mejor había acumulado muchos "picapicas" los lanzaba desde su ventana como si fuera confetti. Era una especie de ceremonia de redistribución de la "riqueza" puesto que los que estábamos en aquel momento en aquella calle Montsant corríamos a coger al vuelo o del suelo el máximo número de cromos. Qué belleza, aquellos puñados de cromos que caían planeando bajo el cielo azul. No lo vi en ninguna de las otras calles del barrio, lo cual lo hace más particular y más intenso. Pero estoy dispuesta a admitir y deseo desde el fondo del corazón que no fuese un caso aislado. Yo estaba allí.


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