12.2.10

Los chorros del oro

Lexikon 80 de Olivetti (Marcello Nizzoli, 1887-1969)

Post dedicado a Al Aviador Capotado

“El teclado QWERTY es la distribución de teclado más común. Fue diseñado y patentado por Christopher Sholes en 1868 y vendido a Remington en 1873. Su nombre proviene de las primeras seis letras de su fila superior de teclas.”

Laila ha leído el post sobre el clavicordio y me dice que hable también de “lo otro”. Mujer, tu fe te ha salvado. Hablaré de lo otro. Del ostracismo y la explotación, del mobbing y el moving. Pero será a su debido tiempo. Hoy toca hablar de los chorros del oro. Del “dar esplendor”. Siempre se ha dejado a Nebrija a caer de un burro y una, aunque ya se lo figuraba, ha confirmado que había mucho de envidia y un poquitín de ignorancia, puesto que cuando se lee la historia de la lexicografía europea hay que reconocer que ahí estuvimos bien. La Champions League. A mí del lema de la Academia y sus academias siempre me ha interesado la tercera parte: “dar esplendor”. Y que conste que sé que es mejor un buen barrido que un mal fregado, como todo el mundo sabe. Pero lo de “limpiar” y “fijar” suena a lavarse los cabellos con Mistol o maquillarse con Aguaplast.
Tengo las de perder, como en casi todo, pero yo erre que erre. ¿Qué hay detrás de Santiago Espot? No Spock, no: “Espot”, el de Catalunya Acció, el que delata a colmaditos que tienen un cartelillo en español y denuncia a una pequeña mercería de barrio porque tiene un letrero hecho a mano que pone “no se cambian bobinas”. Me pregunto también de dónde sacará el dinero una pequeña mercería de barrio para pagar la multa de 1200 euros. Es mucho. Cuando escribí  “El fracaso” y otros nombres yo no sabía el monto de la multa:
“De hecho, según la Ley 1/1998, de 7 de enero, de política lingüística, las empresas y los establecimientos dedicados a la venta de productos o a la prestación de servicios que desarrollan su actividad en Cataluña, sin excepción, y aunque tengan los servicios organizados desde fuera, deben tener los rótulos fijos por lo menos en catalán (art. 32.3). Y para el que incumple la ley, hay una multa que no sé a cuanto asciende pero que debe ser claramente disuasoria para quien tenga veleidades rotuladoras. La política lingüística es eso, política.”
Ahora ya sabemos que la multa es de 1200 euros, que es mucho -insisto- para un pequeño negocio.  Hay que añadir, para quienes no viven en Barcelona, que en los barrios muchos negocios ya van siendo solo una actividad para emigrantes chinos, pakistaníes y peruanos.  Y que hacer caballitos en una moto puede salir por 300 euros. Les agradecería mucho que alguien dijera al cabo de este post cual es la multa por conducir ebrio. Pero, claro, esto de las multas debe de ser algo cabalístico, sujeto a unos cálculos numerológicos arcanos que se me escapan.
¿Qué hay detrás de Espot? No me refiero a su financiación, no. Tampoco me refiere al  viejo chiste aquel del hombre inteligente y la mujer sorprendida, por razones obvias. Me refiero a qué es lo que vendrá después de lo de las multas. Si alguien tiene la curiosidad de asomarse a la página web de Catalunya Acció verá que en lugar preeminente se lee:
 
Esto es: “HABLEMOS BIEN. No es bloc. Es blog. No hay espoli [expolio]. Hay espoliació. “Per a” delante de infinitivo. Otros artículos”. Son enlaces a los temas respectivos. Yo no tengo ninguna duda que el prurito normativista o prescriptivista de Espot y tutti quanti está directamente relacionado con el ánimo que mueve sus delaciones contra pequeños comerciantes. Al parecer ascienden a 3000.  Son 3.600.000 euros de recaudación.  El desagrado o resquemor que les produce a estos señores un letrerito hecho a mano donde se lee “no se cambian bobinas”, que es a su entender un signo de “imperialismo españolista”, se lo produce también el uso de la palabra “bloc” en vez de blog, que es la verdadera.  La intolerancia ortográfica está tan asentada en nuestra sociedad que en pocos años se ha conseguido que nadie diga “bocadillu” (bocadillo) y que todo el mundo diga entrepà, que es como tiene que decirse en catalán.  Hasta donde yo sé, la presión normativista en Galicia no es tan incuestionada, y muchas personas capaces de emplear con éxito el gallego normativo, usan su dialecto comarcal (de su “bisbarra“) y la gheada a voluntad. Esto es o debe de ser por la misma razón por la que yo le digo a mi madre “pásame la pinza” en vez de “¿Me podrías por favor acercar la pinza de colgar la colada, venerada progenitora? Porque el lenguaje familiar lo sentimos como algo más cercano. Por mi parte, a mí me es igual decir “bocadillu” que bocadillo que entrepà que sandvitx. Lo mismo me da que me da lo mismo. El indepentismo me parece legítimo (aunque yo no lo quiera), pero lo que no me gusta es que haya quien se pueda creer que el lenguaje es eso, imponer normas.
El otro día escribí ahí detrás, en los comentarios, “gravar” y “gravación”. Era por influencia del catalán.  Errores de estos son frecuentes en los que vivimos en territorios bilingües. ¿Qué menos? Así es que  estoy entre la espada y la pared y no sirvo para escribir en español ni para nada. Si algún día los independentistas prescriptivistas se salen de madre  y toman posiciones entonces tendré que dedicarme a otra cosa. No a escribir un blog. Al fin y al cabo, me digo,  el silencio es de donde más significados se puede extraer.
Además de mis dificultades para acatar normas caprichosas y no, tengo mis dificultades con una serie de palabras que siempre se me resisten. Son las siguientes:
  1. Franquicia,
  2. Acanto, y
  3. Puntal
Se dirá que sin esas tres palabras bien se puede pasar. Tentada me he visto de tenerlas ahí en el blogroll listas para cuando las necesite, para no verme arrojada de tanto en vez contra ese abismo  o desasosiego de tener una palabra ni siquiera en la punta de la lengua. Con los años supongo que la lista se irá ampliando, de la misma manera que -por la famosa ley de la compensación- tendré mi lista de palabras comodín. cada vez más crecida.  Son aquellas palabras o frases a las que acudir en momentos difíciles. De la misma manera que Isabel Preysler torea las impertinencias de algunos reporteros diciéndoles con una sonrisa muy matizada “Estupendo”, yo me he ido incorporando a mi librillo de maestrilla frases como “No me lo puedo creer” (cuando una situación me coloca en el tris de llegar a la maldición) o “Como aquel que dice” (para señalar una deliberada imprecisión y la impaciencia). “Como aquel que dice ya cobramos”. Aunque parezca que no, estas frasecitas trasladan mi posible enojo o incomodo a un cliché que es tan mío que nadie advierte. Y es que al fin y al cabo lo que estoy haciendo es trasladar el significado de la frase “la madre que te parió se quedó bien descansada” a la frase “no me lo puedo creer” y evito males mayores. Por la misma razón, hace unos años, cuando compartía oficina con 3 mujeres más y veía que el ánimo decaía (nuestro trabajo exigía silencio total), les decía sin apartar la vista de los papeles:  ¿Hoy viene el manicuro?” o “¿Ya habéis reservado pista?”. Y es que al otro lado de la autovía había unas pistas de tenis, pero está claro que nadie pensaba en jugar.
Precisamente, advierto que el catalán -lengua que me parece preciosa y que hablo, escribo y leo casi como mi lengua propia pero mucho mejor que el gallego- está bien provisto de esos modismos para salir del paso y no comprometer demasiado ni el cuerpo ni el alma. En una conversación en catalán puro, no en ese engendro normativista que propone mister Espot y esa gente, es aún común oír diálogos salpicados por frases cuya única utilidad es dar a entender que te das por enterado o cosas así. Son por ejemplo: “I ara!”, “Ja ho pots ben dir”, “I tant!”, “Què hi farem?”. Son frases que no cambian nada ni aportan gran cosa pero que muestran la atención y una cierta adhesión. Son joyas de la comunicación que se están perdiendo, por lo menos en la ciudad. También son trazas de una actitud muy civilizada, muy fina y muy segura, del seny.
Así es que entre mi uso metafórico de algunas joyas de la expresión, mis desacatos, mi baile ortográfico, la obsesión por escribir como hablo y por no hablar como se escribe, y mi manía de dar esplendor aún a costa de llevar la sintaxis al límite, comprendo que a veces no me entiendo ni yo misma. Pero fíjense  en esa gente que lo entiende todo tan bien, con tanta claridad, que nos van a llevar por el camino de la amargura.

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