22.7.10

Uno y uno son tres


“La dama del abanico” (Diego Velázquez, 1635) (Colección Wallace, Londres)
*
A Araceli Pombo

El retrato de “La dama del abanico” no es muy conocido que digamos. Los datos que arroja la Wikipedia sobre la mujer son muy atractivos y lo que no sé es cómo aún no se le ha ocurrido a los del terciarismo una película o una novela histórica entorno a su identidad:
“Se desconoce con certeza y los expertos discrepan sobre la identidad de la mujer que protagoniza el lienzo, bien podría ser Francisca Velázquez, hija del pintor, alguna meretriz de postín, o alguna noble castellana aunque en el año 2006 un estudio de la historiadora del arte británica Zahira Veliz Bomford, señaló que posiblemente se tratara de Marie de Rohan-Montbazon, Duquesa de Chevreuse, una noble francesa que huyó de su país hacia España, basándose en una carta de 1638 en la que se cuenta que Velázquez realizó un retrato de una aristócrata del país vecino, con atuendo y un estilo típicamente francés, que contrasta con el estilo conservador de las damas castellanas.” (Wikipedia)

La verdad es que lo de la película es algo que ya me arrepiento hasta de haber pensado, y no digamos escrito, puesto que ya me imagino a quien le darían el papel protagonista y ya me estoy indignando. En cualquier caso, se tratara de Marie de Rohan-Montbazon,  de Francisca o de una meretriz, era elegantísima y el retrato es una muestra no pequeña del arte de Velázquez.  La mujer es la misma, menos joven,  de otro lienzo que he encontrado en internet pero que parece que pertenece a una colección privada de un norteamericano. La mantilla que lleva es preciosa y hasta donde yo sé la mantilla es española, cosa en la que no repara el o la contribuyente wíquico que sin embargo sí se refiere un par de veces al escote y otra al rosario. Sobre la “sensualidad desbordante” no digo nada. Yo la veo en su justo punto más que a punto de caramelo,  con una sensualidad contenida, pero todo son opiniones y seguramente transferencias.

En el lenguaje del abanico, el gesto que trasmite la bella desconocida es claro y no deja ninguna duda sobre la buena predisposición que ofrece.  Recuerdo ahora una vez que le oí decir a Concha Piquer que el abanico no se debe menear al compás de la copla. El abanico va por otro lado, por decirlo así. De hecho, si nos ponemos a pensar -aunque solo sea una vez y un ratito corto, sin matarse que hace calor- nos daremos cuenta de que el abanico no es una zambomba ni un soplillo y que tiene que contradecir un poco (sin pasarse) lo que afirman o niegan los ojos, la boca y en general la disposición.  A veces los ojos contradicen la boca, pero ese es otro tema. Mover el abanico rítmicamente al cantar es desmerecerlo y actuar como una rapper o  un recitador de chirigotas.

Donde aún puede documentarse el uso canónico y más compuesto del abanico es en las películas de Luchino Visconti. Estoy pensando en “Il gattopardo” (1963), cuando Angelica (Claudia Cardinale) saluda a la señora de la casa (la princepessa Maria Stella Salina) con el abanico modestamente recogido y rendido.  Y allí nadie mueve una varilla hasta que la princesa agita las de su abanico, de plumas de avestruz.

Ver “La caduta degli dei“, en inglés “The Damned” (L. Visconti, 1969) me costó dos intentos. Fui a ver “El crepúsculo de los dioses” (Billy Wilder, 1950), en inglés “Sunset Bulevard”, que tampoco está pero que nada mal, a cambio de la película de Visconti. En el Mèlies. Casi no me acuerdo de los nazis ni del  incesto, pero sí  recuerdo la escena en que la cámara recorre una sala siguiendo el arco del violonchelo del intérprete, que ejecuta la Sarabanda de la suite 5 (BWV 1011), con la excusa de que unas personas del auditorio están sentadas a diferentes alturas y otras están en pie. También podría ser que la cámara se moviera con el ritmo de la respiración de quien escucha atentamente la suite. ¡Si les digo que sólo ahora me he acordado del número de cabaret de Helmut Berger travestido como Marlene Dietrich en “El ángel azul” que seguía a la sarabanda! Genial también, para el día del cumpleaños del abuelo de los von Essenbeck. Genial simplemente, y mira que podía haber salido mal.

Yo no conozco demasiado el lenguaje cinematográfico, pero creo que ahí detrás de esa toma están desarrolladas las teorías del padre del montaje, Sergéi Eisenstein:
“Destaca la escena de la escalinata [De “El acorazado Potemkin” (1925), con 170 planos, en la que el pueblo es brutalmente agredido por las fuerzas zaristas, donde crea un tempo artificial, que hace que la secuencia dure casi 6 minutos. Prescindirá de simbolismos intelectuales, y con una espléndida fotografía, en la que la masa se convertirá en la auténtica protagonista de la obra, acabará por ser considerada la primera obra maestra del cine soviético.”

Al parecer la escena de la escalera de la matanza de Odessa, es técnicamente hablando del tipo de montaje llamado rítmico (por oposición al montaje métrico, basado en la longitud de los fragmentos, y al montaje tonal, basado en tensiones cromáticas). Es decir, para el montaje de las tomas Eisenstein (*) hizo que el ritmo de los pies de los soldados al descender la escalera fuera a un ritmo diferente del de los cortes, y parece por eso engranado en el del cochecito del bebé que se precipita trágicamente peldaños abajo. Leemos en la Wikipedia que Eisenstein derivó “sus teorías sobre el montaje del estudio de los ideogramas japoneses, en los que dos nociones yuxtapuestas conforman una tercera, como por ejemplo: ojo + agua = llanto; puerta + oreja = escuchar; boca + perro = ladrar”. Para Eisenstein, como para mí en mi pobre blog, el montaje es: «Una idea que surge de la colisión dialéctica entre otras dos, independientes la una de la otra».
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(*) Se diría que el propio Eisenstein aparece en la película “interpretando” la mujer cuyo hijo es herido, pero no estoy totalmente segura. Josefina Darriba me dice que sí. Una de los homenajes de la escalera de Eisenstein se encuentra en una escena de “Los intocables de Eliott Ness” (Brian de Palma, 1987)

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