26.2.08

La escritura

l sábado vi la caquita en mi terraza en el lugar de siempre, en el mismo de los últimos cuatro años. Signo inequívoco de que ha regresado la pareja de tórtolas y todo aquello que ha inspirado la frase popular “estar como tortolitos”. No sé si es el macho o la hembra quien me deja su borrón en el suelo blanco. Un reto para las redichas diez manchas proyectivas de Rorschach. Todo lo más podía pasar por una mancha de tinta china densa que cifraba el contaje de la segunda luna del año solar.
Hace unos días encontré en una papelería un bolígrafo grande como un paraguas plegable. Pregunté si no tendrían otro pero que no fuera del Barça, pero no lo había. Verdaderamente hay cosas que sólo están hechas para la llamada “afición inquebrantable”. Pienso que hay objetos que están condenados a pertenecer al catálogo de puntos de La Caixa, al merchandising de un club de fútbol o a ser regalados. En este sentido, una vez, un médico me mostro un juego de pluma, bolígrafo y portaminas en que cada cual tenía una cintura tan gorda como la estilográfica del notario que escrituró mi piso. El notario me tendió un bic cristal que tenía una muesca en el extremo más endeble, con lo que mi firma civil se desmadejó en el perifollo que trazo entre “Mart” y “enra”. Cuando le tendí los documentos y el bolígrafo, sacó parsimoniosamente del bolsillo interior de su americana una pluma suntuosísima con incrustraciones de nácar y carey. Se detuvo sólo en la rúbrica el tiempo de rezar un Gloria o, para el profano, el tiempo de subir cuatro pisos en un ascensor antiguo. El juego del médico tenía unos arillos de oro en donde –con ayuda de un cuentahilos- me hizo ver los famosos compases de West Side Story. Allí estaban grabados en círculo en los flamantes capuchones de cada pieza los diminutos pentagramas y las notas de “María”. Regalo de un paciente agradecido.
Me gusta usar muchos instrumentos: lápices de colores, rotuladores casi secos, estilográficas, tintas perfumadas, tintas caramelizadas, plumines caligráficos, de todo, como en un cuaderno infantil o en un diario de Frida Kahlo. Los bolígrafos que más me gustan son los defectuosos, porque adapto el trazo al bodoque y hasta parece que hay una voluntad de estilo si compenso lo pequeños que son los ojos de mis “es” con unas tildes airosas por demás. En la escuela primaria me impartieron Caligrafía los martes y los jueves y era preceptivo escribir palabra por palabra, poniendo la puntuación y las signos ortográficos sobre las letras correspondientes al final de cada palabra y no a cada letra. Si alguna vez me acuerdo de volver a escribir de esa manera, la preceptiva, percibo que el método impone una especie de recapacitación, de detenimiento, y que cada palabra cobra más identidad.
Esta tarde por el Camí Vell de Sant Genís o Camino Viejo de San Ginés los ciruelos y los almendros dejaban caer en el camino solitario sus pétalos como confetti tenue blanco y rosado. Con esa delicadeza me gusta poner los puntos sobre las íes.

Watanabe Seitei

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