25.5.12

Post 806: La realidad y el deseo

e robo el título a un poemario de Luis Cernuda para titular este nuevo post. Veo que recientemente ha habido en Forum Clínic una discusión en torno al Wishful Thinking, algo que he visto traducido por ahí como "pensamiento ilusorio" y que está en relación con la creencia o la idea de que pensar positivamente en algo y tener ideaciones de lo mejor ayuda a cambiar toda situación o a mejorarla, a fomentar la llamada "ley de atracción" del misticismo cuántico y el supermagufo Punset. En el foro se advierte del abuso del también llamado pensamiento positivo y de cómo puede arrojar de una desesperación a otra peor, la de quien se puede sentir responsable de todo lo que le pasa a quien se siente culpable.
Hace un tiempo leí en una entrevista a Ana Mª Matute que afirmaba que la ginebra es lúcida y el güisqui barroco. Aunque tengo más que pocos elementos de juicio para valorar una mitad de la frase, sí que firmaría la otra mitad. Además tengo la sensación y algo más de que esa frase está fundada en una experiencia vivida y vívida, repleta de sabiduría. Todos decimos en algún momento de la vida o en su mayor parte frases que ya nos damos cuenta de que fuera de contexto o maliciosamente, en malas manos, pueden dejarnos como verdaderos idiotas sin apenas el vigor mental suficiente para plasmar un pensamiento bien articulado. Sabemos que son sentidas, que no mataríamos ni moriríamos por ellas pero que las defenderíamos más allá de toda discusión, y sin embargo también sabemos que son inconsistentes. Hasta ahí todos somos iguales, lo malo es cuando alguien pretende hacer proselitismo con aquello que tanto le contenta y completa o lo defiende con una seguridad que raya en la estulticia. Equidistante al proselitismo y certidumbre más cándida está la mercadotecnia pura y dura. Hace poco me lo comentaba mi última profesora de yoga, que en una feria de Biocultura, si no recuerdo mal, había tal despliegue de marqueting que apenas reconocía el saber milenario. Pero mi profesora no se gana la vida así, sus emolumentos proceden de su otro oficio, por lo que se limita a dar sus clases a un grupo que a su vez tampoco tiene pretensiones, todo ello dentro de un orden.
Advierte Louise L. Hay, una de las postulantes más famosa de la ley de atracción y el pensamiento ilusorio, de la Nueva Era, de que al leer sus libros alguien puede sentir un cierto rechazo ante alguna afirmación, una cierta repelencia. También advierte de que si hay algo que sí se acepta mientras se lee, hay que seguir adelante y que ella se da por satisfecha si una sola idea ha servido de algo. Como bibliotecaria esta exhortación me produce la mayor curiosidad porque ensancha la idea del libro como objeto. De la misma manera que cuando buscábamos en una guía telefónica no nos teníamos que leer todo el matraco, los libros de autoayuda en general están pensados para ser consumidos y producir unos efectos o resultados muy determinados incluso sin necesidad de leerlos en su integridad o por un orden convencional.
La ley del amor, un libro que se ofrece gratis en internet, de Vicent Guillem Primo, está organizado por preguntas y respuestas, un formato que ya procede de la antigüedad, aunque ahora mismo solo soy capaz de recordar un ejemplo de Ramon Llull. Permite hacer una exposición didáctica, cercana y, a pesar de seguir un plan establecido, permite una cierta desenvoltura, entrar en un tema, salir, volver al cabo de tres o cuatro preguntas o respuestas. La exposición también permite que el libro pueda ser consumido a ratitos, un poquito en un trayecto de metro, otro poquito antes de dormir, cuando se va pudiendo.
En el caso de Louise L. Hay, como en el de Michelle Nielsen, como en el de Eduard Punset, hay un historial de alguna larga enfermedad y un restablecimiento de la salud. Tanto estas personas como las que hay detrás de la nube del Curso de milagros o Cursos de milagros son candorosamente amorosos y muestran una seguridad total en aquello que trasmiten. Me gustaría arrogarles convicción, pero creo que las convicciones pertenecen a otra esfera del conocimiento, que están más cerca de otras actividades mentales. Es como confundir derechos e intereses. Lo que sí tienen todos ellos en común digo es que sus afirmaciones son muy seguras. No he sido capaz de acabar ni uno solo de los libros que se ofrecen en internet por eso, porque se hacen afirmaciones como que elegimos la familia en la que nacemos o cosas así con total seguridad. Si solo se planteara como una posibilidad o una experiencia personal ya me habrían "ganado" para la causa. Este género de asertos me devuelven a las suspicacias del foro que mencioné al principio.
Hace unos años había un juez en uno de los distritos de la provincia de Barcelona que cuando intervenía en algún caso de abuso sexual o violación siempre siempre dejaba a entender que la víctima había inducido al delito aunque solo fuera por la forma de vestir. Y de alguna manera, no hace falta decir cual, estos libros basados en que somos responsables de nuestra propia felicidad, llevados a la ultranza de la ley de atracción, me recuerdan a ese juez desgraciado.
En uno de los primeros posts de este pobre blog, ya me refería a que yo me encuentro más a gusto con nuestro arsenal clásico. No le quitaba mérito al libro sobre la ira de Thich Nhat Hanh, pero prefería el de Séneca. Escrito admirablemente además. No me atrevería a hacer tal afirmación si no hubiera leído ambos. Cuando hablo del  Dhammapada o del Bagavadh Gita, que leí con el Mahabharata y por separado, es que los he leído. Los Upanishads, los maestros del Zen, el confucionismo, el taoísmo, el budismo, la Torah, el libro de los muertos tibetano, el Popol Vuh, todos los textos principales donde se representa el saber de cada filosofía o fe los he leído con mayor o menor provecho o método. Y sin embargo con los Evangelios, Epícteto y Séneca me basta. Las traducciones de los textos orientales, son a veces versionadas a través del inglés o el francés y solo un recuerdo aberrante del original. Y excuso decir que yo, que apenas me sé defender en inglés, no me voy a poner a bregar con lenguas mucho más complejas como el chino o el sánscrito.
El Enchyridion de Epícteto no lo escribió él, sino algún discípulo, pero seguramente, como pasó con Jesús de Nazaret, la transcripción es muy fiel.

"Manténte unido a lo que es espiritualmente superior, prescindiendo de lo que hacen y dicen los demás. Sé fiel a tus verdaderas aspiraciones pase lo que pase a tu alrededor" (Epícteto, Enchyridion)

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