18.7.12

Post 841: La sucesión

"El sudor chorrea, los dedos están rojos -toco
 con todo mi cuerpo, con todas mis fuerzas, que no son
 pocas, con todo mi peso, toda mi presión y, sobre
 todo, toda mi aversión por el piano. Veo la
 muñeca, que cuando mamá era niña debía
 mantenerse en una sola línea (¡de tensión!)
 con el codo y la primera articulación de los dedos
 y tan inmóvil que no se derramara el café hirviendo
 (¡aprecien la perfidia!) de una taza de porcelana
 de Sèvres puesta encima, o no rodara un rublo
 de plata, y que ahora que yo soy
 niña -ha de mentenerse en perpetuo movimiento
 de soltura en una alternancia de inclino
 y abandono, para que la mano que toca, en conjunto
 con el codo, la muñena y las yemas de los
 dedos, parezca un cisne que bebe"
Marina Tsvietáieva, Mi madre y la música.


n cuanto la madre de Marina Tsvietáieva, que hubo de ser una gran poeta y una gran exiliada, se fue al otro mundo, la niña dejó de estudiar 4 horas diarias de piano (dos por la mañana y dos por la tarde) y dejó de sufrir la presión de tener que hacer algo por lo que no tenía tanto interés como su madre ni mucho menos. Reparo en esa mención a los cambios en la disciplina pianística, aunque sé que los métodos para el instrumento, como para cualquier otro, cuidan mucho que no haya una curvatura de sobrecarga de la muñeca. A pesar de eso, porque hay malos profesores y autodidactas mal informados, padres mal aconsejados, hay aún hordas de niños aficionados a la música que se maltratan las muñecas, se destrozan los canales carpianos y luego acaban por no poder estudiar no ya  dos horas sino ni siquiera media.
El caso totalmente opuesto es el del niño prodigio Michael Andreas Haeringer. Ahora tiene 11 o 12 años por mis cuentas pero a los 4 pidió a sus padres un piano y a los 8 su profesora en Luthier (Barcelona), en un gesto de honestidad profesional, dijo que el niño merecía un profesor mucho más adecuado para su talento especial. "La Vanguardia" lo sacó en sus sábanas por entonces no sin dejar de recalcar que entre sus antepasados estaba el compositor Listz y una instrumentista, Sofía Mentemiño. Con tal motivo que enteré que Glenn Could es un descendiente de Edvard Grieg. Es bien posible que tanto como heredamos el color de los ojos se pueda heredar el talento, incluso aunque las condiciones familiares no sean las óptimas. Y es que, como vemos en el caso de M.A. Haeringer, sus padres no solo no tenían formación musical sino que tampoco se la habían inculcado. 
Otra cosa es detenerse a ver la extracción social de los artistas, cosa nunca ha sido apreciada al menos por los lectores de este blog. Me he quedado sola como la una en varios temas pero en el que me sorprende más es en ese, que yo veo y vivo con la mayor claridad. Aunque ya sabemos que la claridad a veces es un fogonazo en plena confusión, en este caso, siguiendo con el canal carpiano, no doy mi brazo a torcer. Ayer por ejemplo, por razones que no son al caso me coincidieron dos escritoras de mis latitudes, mayores, pero ambas hijas de ilustres letrados. Lo adverso que le veo al asunto no es que puedan gozar de determinadas o indeterminadas ventajas sociales para acceder al mundo en recesión de la edición, cuestión que podríamos seguramente ilustrar a destajo. Lo adverso que distingo es que la literatura que procede de una determinada franja de la sociedad, de un determinado grupito de escritores que como es natural reflejarán lo que han vivido, está cargada de sus tics y aspiraciones. El paso por la Universidad en mi opinión a veces incluso es nefasto porque perpetúa unos esquemas y un vocabulario y una manera de resolver  los planteamientos donde la vida solo llega de una forma amortiguada, domeñada y trufada de clichés, tópicos y acomodos, incluso aunque lo sean al progresismo. 
No estoy puesta -ni poco ni mucho- en la literatura de mis contemporáneas, no me suscita gran interés. Y sin embargo, cuando leo u oigo elogios sobre el sentido del humor de Eduardo Mendoza o lo bien que escribe Marías o Muñoz Molina me quedo extrañada y como esperando alguna añadidura. Nunca la hay ni yo la pido. Eduardo Mendoza no me ha producido ni una sonrisa nunca. Y con eso no quiero decir que no merezca todos los respetos y hasta sus premios. Reír lo que se dice reír solo me he reído hasta donde yo recuerde con Plauto, Quevedo, Cervantes, Cela, Torres Villarroel, Gerald Durrell y Terenci Moix. Al lado de lo que digo también afirmo que me parece muy bien y que es estupendo que haya gustos para todo. Pero de ahí a entenderlo va mucho. 
Lo que sobre todo me aleja de la lectura de los contemporáneos es su extracción social, la cual ni siquiera se deja ver abiertamente, ya que nuestra literatura por lo que sé tiende a la fuga tanto en el tiempo como a la evasión en los viajes más o menos exóticos. No sé qué imagen quedará de la España actual a nuestros sucesores. Me gustaría poder hablar no ya de una literatura comprometida sino de una literatura responsable. (*)
Marina Tsvietáieva (yo pronuncio Esbietáieva) pronto no tuvo que llevarse a su loza de Sèvres, porque paso mucha hambre, pero en sus escritos autobiográficos y en su poesía deja ver esa formación musical. O eso o que sus traductores han hecho su trabajo con dificultades o a mí me ha llegado mal por mis propias limitaciones. Con todo, ya desde pequeña le parecía más "natural" el lenguaje por antonomasia que el lenguaje musical (*) y eso me hace pensar mucho porque yo diría que su adquisición es la misma, solo que nuestro mundo está lleno de letras y letreros, mientras que el lenguaje musical solo lo ven los que lo tienen que leer para interpretarlo. A lo mejor la vida del escritor actual está rodeada de música y puede que haya más de uno que trabaje con música (con discografía), pero la escritura musical es poco menos que un código secreto para la mayoría.

(*)
"Y, sin embargo, para las notas era demasiado pronto. Si los cinco años aún no cumplidos no son en absoluto pronto para las letras, -yo leía con soltura desde los cuatro y conozco a muchos niños así,-  para las notas, esos mismos cinco años aún no cumplidos sí son indiscutible y abominablemente- pronto. La relación notas-teclado es tanto más compleja que la relación letras-voz, cuánto más compleja es la tecla que la propia voz. Hablando con imágenes: desde una nota se puede no caer en la tecla correcta, pero es imposible, desde una letra, no caer- en la voz. Y, hablando con entera sencillez: si entre el teclado y yo se alzaban las notas, entre una nota y yo se alzaba el teclado, que se perdía constantemente- a causa de la partitura".

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(*) Post scriptum (7 de septiembre de 2012): Aunque en el post de Hernán González he tenido ocasión de ampliar la frase que él reproduce, en el formulario de comentarios, como no se publican -cosa que no solo es del todo respetable sino incluso aconsejabilísima- vengo acá a dejar constancia. Para mí el compromiso puede implicar la adhesión a una ideología, incluso clientelarmente, de forma abnegada y hasta pasiva, sin cuestionamientos, por afinidad o deudas adquiridas con un régimen, mientras que la literatura responsable además de que se atiene a las consecuencias, se propone siempre aunque sea modestamente abrir y desbrozar caminos. Como es natural todo ello son palabras y las palabras tienen en este caso el significado que coyunturalmente les hemos querido dar.