8.8.07

El pequeño viaje. La velocidad y el tocino

oy ha llovido y los sufridos árboles urbanos resplandecen. Suele haber en sus alcorques muestras de una parte de la actividad humana: colillas, pañuelos de papel, excrementos de perro domesticado y hasta botellas de agua medio llenas o medio vacías. Como se prefiera. No pasa un día en que no pueda encontrar tirada en la calle una botella de agua mineral desechada, abandonada a medias, cerrada pero desperdiciada.

Cada vez que encuentro una, echo su contenido en un árbol. No sé cómo es el género de personas que abandona botellines de agua, no sé si tiene que ver con alguna deficiencia física o psíquica. No sé tampoco si hay una explicación más allá del hecho de que son envases con agua desechada por haberse calentado y porque ya ha colmado una sed sin demasiadas aspiraciones.

Colillas, pañuelos de papel, botellines de agua, tarjetas de metro, todo son restos de la actividad personal. Como mucho, familiar. Círculo reducido. El bolso y el bolsillo son el equipaje de un viaje de apenas un día. El paquete de tabaco busca ser atractivo de principio a fín. Para la vista y para el tacto principalmente, pero para los otros sentidos también. El tabaco, como el café, es escatológico y ritual, entretiene la boca y las manos y sirve lo mismo al tímido que al sobrado.

En mi pequeño viaje diario a veces doy con tres o hasta más botellas vacías. Hay que fijarse. Se dirá que no es gran cosa lo que se puede regar con ellas. Sea mucho o sea poco, lo que es incuestionable es que por una parte no supone un esfuerzo y, por otra, no se perjudica nada ni a nadie. Mi gesto sin alharacas, al lado de la gesta o proeza de Ewan McGregor y Charley Boorman, es una ridiculez. Los dos motoristas han recorrido unos veinticuatro mil quilómetros desde Escocia hasta Sudáfrica. No sé la cantidad de agua y combustible que han consumido en esta ruta (Long Way Down) calificada como “épica” por sus patrocinadores y en la que han encontrado el “sentido de la libertad” y aquello de los terrenos más inhóspitos del mundo, etc. Parece ser que iban seguidos por cámaras y que ellos mismos llevaban pertrechadas en sus cascos sendas cámaras, lo cual a mí al menos ya me da una ligera idea del “sentido de la libertad”.

Curiosamente, mucha de la publicidad sobre automóviles tiene como fondo no un colapso de tráfico o un peaje, sino algún paraje apenas conquistado por una capa de alquitrán y una música que subraya una libertad sin sobresaltos ni ruidos ni dióxido de carbono. Sobre motos no hay publicidad, si no me equivoco. Se venden solas.

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