24.9.07

Divagaciones de Otoño (2): As viúvas dos vivos e as viúvas dos mortos

El verso de Rosalía de Castro designaba a las mujeres que quedaban en Galicia y cuidaban la tierra, los animales, los niños y los viejos, mientras los hombres emigraban a Cuba. En realidad, las viejas, al decir de mi madre, por lo menos cuando ella era una niña, cuidaban de los niños. Y cuando ya no servían para cuidar de los niños, pelaban las patatas y los guisantes. Cuando ya no servían para pelar las patatas y los guisantes, hacían los cinco lobitos. Este plan es muy esquemático, pero doy fe ya que yo misma he podido ver, cuando era niña, viejas pelando guisantes y haciendo los cinco lobitos. Las viudas de los vivos de Rosalía ya no son lo que fueron, ni mucho menos. El apelativo las sobrevive y zanja cualquier veleidad sociológica de la etnoantropología estupendísima.
Que conste que la Antropología ha hecho muchísimo por la Lingüística al conseguir que los filólogos pudieran advertir que el tiempo supino no es consubstancial a las lenguas humanas, sino que es solo propio del latín. No obstante, la fijación de los antropólogos por los coleccionistas de anillos prepuciales y por cualquier manifestación –sobretodo si es exótica- los hace particularmente pesados. Suelen los antropólogos ignorar, en los dos sentidos de la palabra “ignorar”, la Historia, como si en ello les fuera todo el castillo de su método y sus tesis. Hay gente para todo.
Así como nos resulta difícil entender las viudas de los vivos, hay parejas que no consigo entender o justificar microeconómicamente. Ni falta que me hace. Para no abrumar, me limitaría a dos tipos de parejas que, abreviando o simplificando, llamaré “pareja de conveniencia” y “pareja siamesa”.
Ambas tienen en común una gran probabilidad de hacerse indisolubles. Pero aparte de esta coincidencia, no hay más. No puede coexistir una persona con tendencia a la conveniencia con otra con tendencia a la pareja siamesa. En la primera, en la pareja de conveniencia, no tiene porqué haber fraude; puede tratarse de un mutuo acuerdo tácito, como un contrato para obtener la seguridad. En el famoso principio jacobino (“Liberté, Egalité, Fraternité”) lo más fácil es la fraternidad. En el principio de “Tranquilidad, Felicidad y Seguridad” lo más facilón es la seguridad. De ahí me temo que provienen las parejitas de conveniencia, las cuales por otra parte son las consideradas modélicas.
Hace poco oí a una joven de 26 años que hace poco ha obtenido un rutilante Certificado de Aptitud Pedagógica universitario: “Si J. me hubiera pedido hace tres meses que me casara con él, lo habría hecho” Yo vivía en la inopia más cándida y desconocía que pudiera haber tal pasividad a la vuelta de la esquina del siglo de la revolución sexual. Tengo más datos para prever que habrá ahí un matrimonio de conveniencia. Sin embargo, no tienen ningún interés.
Mi amiga A.F., que ha pasado por varios estados civiles tranquilamente y que para mi es el paradigma de la elegancia y la armonía entre Liberté y Tranquilidad, me iluminó el otro días sobre la “pasividad” femenina de esta subespecie de neopijas que van a llevar nuestras conquistas y desengaños al carajo: “Abans es feia perquè la cosa anava així, ara és que s’ho creuen” (Antes lo hacían porque la cosa iba así, ahora es que se lo creen). Es decir, antes de la revolución sexual, que pidiera el matrimonio el hombre era como si dijéramos lo adecuado y lo convencional. Hasta lo más práctico. De ahí a creérselo va un trozo. ¿Qué ha pasado? No tengo la menor idea.
La pareja siamesa sí que me parece interesante y no me cuesta esfuerzo alguno respetarla, seguramente por cuestiones irracionales por las que me repugna la pareja de convencionales. En la pareja siamesa se hace trágico aquello de que los sentimientos engañan. Dice otra amiga, “Pantacruells”, que nosotras las mujeres tenemos dos ocasiones de hacer el ridículo:
  • Cuando somos madres
  • Cuando nos enamoramos
Creo que es cierto. En la pareja siamesa hay amor y en la de conveniencia no. O sí. Como mucho vamos a conceder el beneficio de la duda y admitir que hay “cariño”. Por eso en la pareja de conveniencia se excusa el ridículo.
Un escritor catalán, Josep Mª Espinàs, escribió una vez en “El Periódico de Catalunya” algo que no he olvidado. Era una columna más en aquellos días en que un equipo de cirujanos pretendían separar dos hermanas siamesas. Espinàs hacía una serie de consideraciones sobre la vida que tenían que llevar dos personas inseparables y también trasladaba la situación a aquellas personas que viven en total dependencia a costa de otras. Como parásitos. Yo a mi vez trasladé la dependencia a la reciprocidad. Y por mi manía de la Liberté-Tranquillité el monstruo de la reciprocidad me pareció una aberración tan considerable como la del suicidio de las viudas que sobreviven a sus maridos. El signo más evidente de la pareja siamesa es que, por estrecha que sea la calle por donde caminen, pasan como un solo bloque y llevan clavados en sus paraguas los ojos de los viandantes desprevenidos.
Cada persona tiene que cumplir su propia vida. La unión entre dos personas debería potenciar lo que es cada una de ellas, como ocurre con los duetos operísticos.

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