26.12.07

El segundo acuerdo

n el el Archivo pasivo de este blog, en "Dos orejas, una boca, diez dedos", me refería a los cuatro acuerdos:
"En Los cuatro acuerdos de Miguel Ruiz, subtitulado Un libro de sabiduría tolteca, el autor honra ese subtítulo al empezar a exponer el "primer acuerdo" (ser impecable con las palabras) advirtiendo de que "es el más importante y también el más difícil de cumplir". Los otros tres acuerdos son: No tomarse nada personalmente, no hacer suposiciones y hacer siempre el máximo esfuerzo."
Efectivamente, es muy difícil de cumplir el primer acuerdo, porque además -como dice un refrán gallego- lo que se calla siempre se puede decir pero lo que se dice nunca se puede callar. Tenemos Win Yun y yo la sensación de que podemos hacer suposiciones pero luego retractarnos o por lo menos reconsiderarlas, mientras que las palabras son bastante irreversibles. Creemos que las palabras no deberían ser tan irreversibles como lo son. Que hay que concederle más valor a los actos que a las palabras. Dicho ésto, que merecería muchísimo mayor detenimiento, pasamos al tema que verdaderamente nos mueve hoy: el no tomarse nada personalmente.
El segundo acuerdo a mí me resulta muy fácil de seguir, porque como mi sentido del deber está hipertrofiado, no me puedo tomar nada personalmente por sistema. Quien ha tenido que tratar con el llamado "público" por su trabajo entenderá muy bien que muchísimas veces hay que pasar por alto asperezas y hasta agresiones verbales para poder complir con la labor que se le ha confiado. Se olvida una, y quien sea que cumpla con su deber, de la cara de mamarracho que se les pone a los despechados y a los agresores e intenta contemporizar y abrir una vía a la solución para que se vaya a su casa lo más contento o contenta posible. La mayor parte de las veces ya venían cabreados de donde fuera que viniesen, cosa que nos facilita la comprensión de que no es culpa nuestra.
El trabajo que ahora se me ha encomendado no me obliga a tratar con el público más que algunas pocas veces, pero me obliga a recibir una barbaridad de correo electrónico. Por razones que desconozco, recibo un bombardeo del llamado spam difícil de manejar. Una parte es detectada por el servidor, otra no. En cualquier caso debo revisar todo, la carpeta de spam y la bandeja de entrada, porque el filtro tiene deslices. Como por el trabajo que se me ha encomendado debo escribir bastantes mensajes, soy consciente de que yo misma genero spam. Lo sé porque me llega spam con los nombres que yo misma he usado en mi último mensaje pero transfigurados. El contenido de toda esa basura suele ser: sobre el tamaño de mi pene (?), cómo mejorar mis erecciones (?), sobre relojes de grandes marcas falsificados y invitaciones de una miríada de chicas que se sienten solas. ¿Cómo me puedo tomar ésto personalmente? Imposible.
Al lado del bombardeo continuo de correo basura, recibo las indicaciones de mi jefe, que también son prolijas y numerosas, y la propaganda corporativa con sus sucesivos recordatorios y fe de erratas.
Nada de eso se puede evitar. Nada puedo hacer. Lo que si he empezado a tomarme como algo personal es que en mi correo electrónico particular tenga que recibir presentaciones de PowerPoint (R) que circulan por la red y que mis amigos (?) me envían o reenvían. Les he dicho que no me envíen pepeeses, que si tanto les gustan que me los expliquen. Prefiero una palabra a mil imágenes. Por otra parte, ¿qué le hace suponer a la gente, en general, que otra gente disponga de tanto tiempo como para perderlo mirando bomberos semidesnudos de calendario, paisajes de ensueño con animales a punto de extinguirse y frases de puerta de letrina universitaria?
Alguna vez he querido poner en contacto las chicas que se sienten solas que me envían correos basura a mi dirección laboral con la gente que tiene tanto tiempo para perderlo. Haría un gran bien para todos.
Pero como lo malo siempre es susceptible de ser empeorado, están los pepeeses reenvíados que incluyen todas las direcciones de los destinatarios a la vista de todo el mundo. Los sábados suelo leer "La Vanguardia" y lo que nunca dejo de leer son las "Intempestivas sabatinas" de Gregorio Morán, que colecciono. El sábado pasado leí la columna de Quim Monzó, alguien por quien no siento simpatía ni afinidad. La leí porque el título era: "Julia Otero me desea felices fiestas". Y Júlia Otero es alguien por quien no solo no siento afinidad ni simpatía sino con quien además me resulta muy difícil no partir el primer acuerdo ("sé impecable con tus palabras"). Nada es tan placentero como ver enzarzados a dos profesionales mediáticos que trabajan para el mismo amo. Es un gusto que me doy muy pocas veces y no porque yo no quiera. En la columna del día 22 de diciembre pasado Quim Monzó protestaba porque Júlia Otero había enviado una felicitación por correo electrónico con todo un montón de direcciones de personajes públicos a la vista, en vez de ocultas. Pues esa falta de netiqueta o de respetar las mínimas normas de convivencia, es algo de lo más usual en mi buzón de entrada. Ni el santo tribunal dominico ponía orden en tanto desafuero.
Para más Henry (como dijera un compañero de trabajo, Pedro), cuando ésto estaba escribiendo, la propia Telefónica me ha cortado la conexión -sin avisarme- para comprobar mi línea. Hace cinco minutos le acaban de dar el certificado de defunción a mi router. No obstante, yo, que tengo mis razones para no creer en los diagnósticos de Telefónica sigo publicando inasequible al desaliento y sin perder la calma, como si el router estuviera que se sale. Como así es.

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