11.1.08

RELECTURAS (1)

A los que en su pobre barquilla suya van dejando un lastre de fobias y
una estela de filias, a los pobres, a los que tienen hambre y sed de justicia


o es la primera vez que debo decir que me gusta releer. Ni la última. Cuando encuentro un buen libro hasta lo leo y lo releo simultáneamente. No puedo retrasar el gusto de volver al principio y recorrerlo como algo con lo que ya me he familiarizado. Las adquisiciones aventuradas las hago per sortes vergilianae, es decir, eligiendo al azar un párrafo del libro por donde se abrió. Y sin embargo, las autobiografías que colecciono las elijo según empiecen. Con unas líneas es suficiente para advertir si hay más vanidad de la cuenta o, peor aún, si el impulso del autobiógrafo es entronizar su modelo vital, ponerlo en el centro de un modelo social y darse importancia o mérito. Aparte están los ajustadores de cuentas y los extoxicómanos, unos y otros pesadísimos. Habría que dejarlos juntos encerrados en un libro de Saramago un año. A los vanidosos habría que hacerles ver 8.754 veces la Bellissima (de Visconti, por supuesto) con la espléndida caracterización de madre fanática de Ana Magnani.
En mis relecturas he podido rastrear mis lecturas o las de otras personas que me precedieron por los subrayados, y otras marcas. En mi época universitaria le prestaba una cierta atención a los subrayados y pronto me determinaba por uno de los rastros dejados por otros alumnos si veía su acierto. Seguía la veta buena, su trazo, su color, como baba de caracol, y me ahorraba horas sobre el ejemplar de la Facultad quemándome las pestañas. Como todo el mundo. Se impuso finalmente la prohibición de subrayar los libros de las bibliotecas públicas. Me imagino que tal desatino ha alentado alternativas entre las cuales era inevitable el mercado negro de esquemas y el más negro, el de los esquemas falsos o adulterados.
Mis marcas en los libros son cruces, aspas y asteriscos o un círculo rodeando el número de una página. Sé por mis relecturas que esas señales resistieron el paso del tiempo, cosa que no sé si es para jactarse o para aceptarlo sin más como una prueba más de lo improbable que es avanzar más allá de cuando una ha alcanzado su 80% de rendimiento óptimo. Si conquisto algo en el 20% (esa zanja de los expertos, de la excelencia) es por pura chiripa, por un esfuerzo titánico que araña un resultado abrumadoramente ínfimo y descorazonadoramente penoso. ¿Vale la pena? En el Islam se dice “Alá es sabio” para disculpar los defectos de los trabajos artesanos, el mal acabado que es como una ostentación de modestia y oficio. Como es natural, la perfección o infalibilidad divina no disculpa que se invierta la célebre ley de Paretto del 20:80 al 80:20.
Releer es también un ejercicio de humildad o al menos así me lo parece. Por ejemplo, un académico de la lengua debería leer la gramática cada año de cabo a rabo. No como obra de referencia o consulta, no, de cabo a rabo. Hay que refrescar los fundamentos cada año. Siempre se rasca algo y para profundizar parece que no nos queda más remedio que repetir y repetir y repetir.
Por todo eso releo incluso lo que yo misma he podido escribir y revivo. Soy la primera (y la única) sorprendida. Me sonroja admitir que a veces me he releído cosas que no estaban nada mal expresadas. Es curioso que aparentemente se una además lo placentero a la imaginación, siendo como es que la memoria potencia la imaginación y el placer, mientras que la imaginación está desasida si no tiene un buen sustrato de frustración o no-placer y un superestrato angélico onanista y yermo.
Hoy releía el mágnifico artículo de Gregorio Morán, “La epopeya del fracasado”, en sus Sabatinas intempestivas de “La Vanguardia” del 10 de noviembre pasado:
“El cine es una industria y los fracasos en el cine son naufragios para robinsones; nada que ver con el mundo de la literatura, donde se conserva un cierto aire a papel rancio y plumín de pendolista. Cuando en el cine te desahucian has de vender hasta la nevera porque se acabó el crédito. José María [Gutiérrez González] se retiró a su pueblo, a la casona abandonada de sus padres en Valencia de Don Juan. Luego marchó a Argentina para que le cuidaran, donde le detectaron el cáncer que le llevó a la tumba hace meses. No había renunciado a nada, ni siquiera a la gloria y menos aún a someterse. Para sarcasmo y coda de este artículo debo decirles que la más importante de las enciclopedias del cine español (Espasa, 1999) reseña todas las películas de José María Gutiérrez González. Las cita por los actores, por los guionistas, por los productores e incluso por los decoradores. El único que no tiene reseña alguna es él. No figura.”
Me sabe mal añadir una sola palabra a este modelo de columna. Aunque bien podríamos decir que Morán lo que escribe son pilares. Pero lo hago para poner en entredicho el famoso fracaso. Yo digo que los perdedores somos buscadores.

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