26.3.08

Contraste y equilibrio: las siete diferencias


Aldeana de la Ínsua (Concello de Fisterra-La Coruña) 
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La imagen del post anterior (un fotograma de N. Kidman en Eyes wide shut) y la de hoy (una fotografía de Mª Leonor Sambade Traba en la Ínsua, una aldea de La Coruña) apoyan mi idea del contraste. Mª Leonor Sambade no ha rodado ninguna película, su imagen subió a la red el día que se colgó en "La Voz de Galicia" porque así lo quiso su biznieto, Ángel Castrexe Louro, para participar en la sección de fotos antiguas.
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Yo diría y digo, ¿por qué no?, que Nicole y Leonor podrían usar la misma talla de soutien. Nicole no tiene nada que no tuviera Leonor. Podría hacer la bromita treintañera de las siete diferencias -"encuentre las siete diferencias"- y añadir que Nicole no lleva ropa y Leonor sí, etc. El fotograma de Kubrick mostraba la belleza de los objetos, la composición, la delicadeza de la figura, la luz amontillada e intimista, con un poro amelocotonado (o, mejor aún, de albaricoque). El espejo imponía la profundidad, el frío, y salva la escena de la mera estampita déco, prerrafaelita. Era en todo un modelo del lenguaje visual del séptimo arte. Oí decir una vez que Nicole Kidman tiene la piel de color blanco camelia. Tendrá. En el cine todo es posible, por otra parte. La industria aparatosa ha llevado sus delirios tecnocráticos a lugares donde no había llegado ni la novela. Después nos descansa los sentidos y la conciencia una peliculita como Les glaneurs et la glaneuse (dir.: Agnès Varda, 2002). Cuando digo tecnocracia, así sin detenerme, pienso en los exteriores para Ulises-Brad Pitt. Fueron rodados en Méjico y no en Turquía, para lo cual, por la cosa de la ambientación histórica, se tuvieron que arrancar un montón de nopales históricos y luego hubo que volverlos a plantar por un procedimiento costoso. Otra película, una de Penélope Cruz que nunca veré, se rodó en un lugar tan apartado que para ir al wáter tenía que hacerlo en helicóptero. Esta singularidad la comentaba Pene como algo digno de ser señalado e incluso yo aseguraría que parecía divertirle.

Hay muchos ejemplos de cine de superproducción con su sensaround que te levanta un palmo del asiento cuando lo ponen a prueba al principio del pase. La sorpresa de Haydn en su Sinfonía 94 es una broma tonta al lado del dolby stereo a tope.
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"Al fin y al cabo no hay sino treinta y seis situaciones dramáticas", dijo Gabriel García-Márquez. Y así debe ser puesto que cuando se han visto unas pocas proyecciones los guiones empiezan a resultar familiares y hasta repetitivos. Sobre todo cuando dan con una fórmula exitosa como lo fue la del racionalismo luterano que se rinde ante los placeres y las gentilezas de la cocina. La misma idea está en El festín de Babette, como en Como agua para chocolate, como en Deliciosa Martha o en Chocolat, pero el desarrollo es bien diferente, sobre todo cuando va perdiendo originalidad, cuando se va apartando de la idea original y se busca engordar la taquilla.
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Y sin embargo, tanta repetición parece cobrar todo su sentido como moda. Yo no seré la primera en dudar de que la moda sea cultura, pero ¿la cultura es moda? Nada me disuadirá de que si se hacen "fiestas pijama" en España y prospera el Halloween es gracias a que hay series como Friends que las han introducido. Por lo menos, por ejemplo, quien vivió los sábados de "Sesión de tarde" estará bien predispuesto a creer que era fácil adivinar qué película habían echado en la TV según a qué jugaran los niños (espadachines, piratas, romanos, gángsters, vaqueros, indios, etc). ¿Cómo decir que yo no estoy cerca ni de Nicole Kidman ni de Leonor Sambade?. Yo soy otra mujer más. Por eso escribo un blog.
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Leonor Sambade Traba vivió en la misma aldea donde nació mi abuela, Pepita Marcote Canosa, hija de Pablo y de Carmen. Reconozco esa forma de cargar en la cabeza el cubo ligeramente ladeado. Las tinas, baldes, herradas, palanganas, aguamaniles y otros enseres que cargaban las mujeres que me precedieron, apenas se tambaleaban sobre sus rodetes. Las vi con estos ojos hablar entre ellas, como si no llevaran diez quilos o más sobre la espalda, con las manos en jarra. Qué bien sabían dónde está el equilibrio, que no es precisamente la simetría.

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