10.3.08

Post 91: El filo de la baraja

Vienne la nuit sonne l'heure
Les jours s'en vont je demeure
Le pont Mirabeau, G. Apollinaire

al y como se están poniendo los precios, este verano habrá que pedir seguramente un crédito para hacer el gazpacho. No ya con los pepinos de “Queviures Buil” (el colmadito de la esquina calle Duero/calle Sant Alexandre) que vende productos de payés, o del Punt Fresc que hay un poco más arriba, en la misma calle Duero, sino incluso para hacérselo de lo que venden en el Mercadona en la sección de transgénicos y productos de invernadero llamada “Verduras y hortalizas”.
La última vez que estuve en Fauchon me compré unas manzanas reinetas muy lucientes. Las guardé en el bolso y me las comí cuando tuve sed en Versailles, en la verja del Pétit Trianon de Marie-Antoniette. ¿Comió Marie-Antoniette manzanas como las de Fauchon? me preguntaba a mí misma ahondando en mi insondable ignorancia. A mí me interesó el Fauchon de los años ochenta, con las pirámides de naranjas valencianas junto a las judías verdes de Tanzania. Aquellas naranjas de naturaleza muerta poco tenían que ver con los membrillos de Zurbarán o con las congéneres que se amontonan en el mercado de Valencia, mucho más grandes, alegres y desacomplejadas. Fauchon ahora vende prácticamente todo envasado, con las conservas y las confituras en sus tarros y latas puestos como enciclopedias. Hasta me pareció oler a ambientador. A pesar de que tiene una bodega impresionante y hasta escalofriante, no es la juerga para los sentidos que fue en los tiempos en que Stavros Niarchos era uno de sus clientes. Cerca en la Madeleine el mercado de flores cautivas tampoco huele. En pocas palabras: ahora que nos preguntamos mientras nos miramos las pupilas azules a qué huelen las nubes, París huele cada vez menos (por no decir “nada”) a lácteos y a fermentos suaves, a gabardinas, al polvo enamorado de las ventanas.
A lo mejor se ha conseguido popularizar el almizcle y esencias vegetales derivadas del azahar, el tabaco y el cedro, pero predominan otras fragancias. El Paseo de Gracia, después de haber pasado una época patricia en que incomprensiblemente solo tenía el Samoa, La Puñalada y el Drugstore, después de las Olimpiadas fue literalmente invadido por terrazas donde se ofrecen fritanguitas y crudités para turistas. ¿No se darán cuenta los turistas de que en esos establecimientos sólo se sientan mayormente ellos? El café de Starbucks es mucho peor que el de Pans & Company, que ya es decir. No tienen aquel olorcito de fregona mal escurrida y de borra amoniacada que hay en las otras cadenas de cafeterías. En enero en el metro se respiran los perfumes baratos que nos regalaron para Epifanía. El final del invierno está sin embargo dominado por las chupas de cuero podrido que han absorbido todos los humos de todos los ceniceros de los bares nocturnos y de todas las planchas de los bares diurnos. Esas chupas huelen a baraja, a dinero usado, a lamparón, a resaca y -como diría García-Márquez- a fogón meado.
¿Cómo voy a saber a qué huelen las nubes si con tanto celofán y tanto poliestireno expandido no sé ya ni a qué huelen los tomates?



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