2.5.08

La independencia, el agua, el fuego, el humo


ace dos meses El País publicó un artículo sobre el proyecto Cuando llegaron los españoles , que revive la huella dejada hace 200 años por los 14.000 soldados españoles enviados a Dinamarca con las tropas de Napoleón y cuyo paso ha originado mitos recogidos en la literatura y que han sobrevivido en la memoria colectiva: "Cuando los españoles llegaron, un encuentro cultural en 1808, es el resultado de una colaboración entre los museos de las cuatro localidades danesas donde mayor fue el impacto de su estancia e instituciones españolas, de un proyecto investigador surgido en 2004 y que agrupa a historiadores de varios países. "Desde mi infancia he escuchado un sinfín de anécdotas sobre los soldados españoles, que causaron gran impacto en la población, ya que resultaron muy exóticos. De ahí nacieron muchos mitos, como que todos los daneses de ojos marrones descienden de ellos", relata Henning Petersen, coordinador del proyecto. Al mando del marqués de La Romana, la División del Norte llegó a Dinamarca en marzo de 1808, para unirse a un destacamento franco-belga de tamaño similar, con el objetivo de permanecer allí hasta una hipotética invasión de Suecia, que nunca se llevó a cabo." 
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Al parecer una de las cosas que hicieron mella en los daneses fue la "costumbre española" de fumar tabaco liado en papel y echar tras de sí las colillas ardiendo; también los ajos, el aliño de las ensaladas, el guitarreo y la vistosa liturgia de los oficios católicos spanjler. Y es que lo que no dice "El País" es que los soldados napoleónicos iban acompañados de sus familias y de curas, detalle que no es menor. Para quien se aventure por el enlace que le he enredado al pie de foto, no le pasará desapercibida la cantidad de humo que hay en el escenario de Imperio Argentina. No es el humo de los cirios, no es incienso, es el humo de la "costumbre española". Tiene mucho mérito poder cantar así.
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No sé muy bien qué es la globalización y mucho menos qué es la antiglobalización, pero me imagino que tiene que ver con las deslocalizaciones, las multinacionales, la generalización de los modelos y tipos televisivos, la tecnología, las modas étnicas, la bolsa, y el turismo, ese sucedáneo de la cultura y la aventura. También tendrá algo que ver con la ingente cantidad de coreanos que tocan flamenco, que a lo mejor no tendrán duende y pellizquito, pero están sobrados de todo lo demás. El hecho de que "The Whisky Magazine" haya otorgado el premio Single Malt al Yoichi de veinte años, un güisqui japonés que premonitoriamente se lucía en el anuncio de Lost in translation, también creo que tiene que ver con la globalización: "El Yoichi, envejecido durante 20 años, es complejo y armonioso. Se aprecian varias capas de aromas, a roble y a mar, por ejemplo; y de sabores, a vainilla, miel y menta. Es magistral", describe Rob Allason, el editor de la revista. Para resituarme y bajar a nuestro mundo me leo la etiqueta en inglés (!) del verdejo de Rueda que descorché ayer noche: "VARIEDAD DE UVA: Hecho exclusivamente con uvas Verdejo del territorio de Rueda en Valladolid. COLOR: Limón amarillo brillante con destellos verdes. AROMA: Limpio, poderoso y fresco. GUSTO: Saturado de sabor, poderoso y de consistencia oleosa. COMBINACIÓN: Pescado, marisco, arroz, pasta y ¿por qué no?... carne". La enología parece ciertamente el último reducto en donde se ha preservado al florido análisis directo de la orina que hacían los físicos o médicos antiguos. La descripciones tan sinestésicas y líricas de las etiquetas de las botellas de vinos, cervezas y licores parecen añadir un elemento extraño y cultural al contenido. Al líquido. Ese afán sólo se convierte en un verdadero fastidio cuando lo que hay dentro de la botella se ha degradado y contradice la etiqueta.
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Comprendo la fascinación por el fuego y hasta entiendo, aunque en menor medida, la obsesión de los pirómanos puros (no la de los especuladores). Las llamas son un espectáculo del que cuesta apartar la mirada. Los líquidos, el agua no es para mí menos misteriosa. Podría pasar horas mirando el mar o ver una bahía grande como la de La Habana o pequeña como la de Cadaqués reflejada en miniatura en el fondo dorado de una lager. Ya es raro que pueda adquirir el agua tres estados: líquido, sólido (hielo) y gaseoso (vapor). Y que mezcle tan bien, incluso con el ígneo güisqui y el gazpacho más apetardado. El agua es de las pocas cosas en que creo y eso que como todo lo que es de todos no es de nadie.
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Hoy se recuerdan los fusilamientos del Monte Príncipe Pío, la Guerra de la Independencia que yo veo a través de dos intermediarios: Goya y Galdós. Debo admitir que cuando era niña y echaban el Día de la Hispanidad Agustina de Aragón (Juan de Orduña, 1950), con Aurora Bautista al pie del cañón, me exaltaba tanto que para risa y mofa de toda la familia gritaba enardecida e indignada que en cuanto volviéramos en verano a Castelldefels me iba a cargar a todos los turistas franceses. A todos. Era yo muy tierna y exaltada. Con los años se tienen más datos, incluso demasiados, como que Agustina no era aragonesa sino catalana (de Fulleda, en Lérida) e incluso vasca (de Bilbao, por supuesto) y se llamaba "Itziar". Yo con la Guerra de la Independencia que me quedo es con Fernando Rey haciendo de Palafox y con aquel fragmento de Galdós que no me canso de leer, como si tuviera tanto de agua como de fuego:
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"Ocurrió esto el día de la bomba. ¿Saben ustedes lo que quiero decir? Pues me refiero a un día memorable, porque en él cayó sobre Cádiz, y junto a la torre de Tavira, la primera bomba que arrojaron contra la plaza los franceses. Ha de saberse que aquel proyectil, como los que le siguieron en el mismo mes, tuvo la singular gracia de no reventar; así es que lo que venía a producir dolor, llanto y muertes, produjo risas y burlas. Los muchachos sacaron de la bomba el plomo que contenía, y se lo repartían, llevándolo a todos ladors de la ciudad. Entonces usaban las mujeres un peinado en forma de sacacorchos, cuyas ensortijadas guedejas se sostenían con plomo, y de esta moda y de las bombas francesas que proveían a las muchachas de un artículo de tocador, nació el famosísimo cantar:
los fanfarrones,
hacen las gaditanas
tirabuzones"
(Benito Pérez Galdos, "Cádiz", Episodios Nacionales, cap. XII)


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