19.8.08

La casita de papel (I)

uestros pisos son de papel. Se oyen las sillas chirriar, el batir de huevos y ya no digamos la rabieta, la fiesta de cumpleaños y la persiana que se descuelga de un golpe o una bronca conyugal subida de tono. Incluso, hace años, oí morirse a mi vecina. A media noche fue y aunque se murió sin hacer ruido yo algo oí en sueños desacostumbrado. Y lo que había oído adentro luego lo oí también fuera. Bueno, pues ahora estoy como por fuera. Dispersa.
Leo el discurso que leyó José Luis Sampedro en su entrada en la Real Academia Española de la Lengua, el 2 de junio de 1991. "Desde la frontera". Tras la captatio benevolentiae de costumbre y unas líneas oficiosas a su predecesor en la letra "F", hoy olvidado, Sampedro habló de las fronteras. Las fronteras en las que se sitúa son permeables y a mí me parece que le sirven para explicar mejor la riqueza y la pobreza (sin decirnos si es rico o pobre), el telón de acero entre el capitalismo y el comunismo, la explotación y la preservación de la naturaleza, la inmovilidad y el cambio, etc. Se define como hombre fronterero por oposición al hombre errante barojiano y al que es incapaz de interesarse por lo que está del otro lado. Curiosamente, el libro en el que leo el discurso -un crisolín de 8,5 cm-, tiene otro escrito sobre su experiencia en el Mount Sinai Hospital de Nueva York, un hospital de pago a cuyas prestaciones hasta donde yo sé puede acceder muy pero que muy poca gente. Al final, unos y otros, frontereros o errantes, sólo podemos estar en un lugar a la vez, sea en uno de nuestros hospitales de la SS o en un centro de la pijociencia estupendísima de la muerte. Para Sampedro el Mount Sinai es la frontera entre la vida y la muerte. Jolín.
Los frontereros, siguiendo el texto del discurso de 1991, son:
"Se configuran así dos diferentes estilos de vida: el fronterizo y el central. El primero cuenta con lo ajeno, que le provoca curiosidad con adhesiones o rechazos mezclados, le sugiere nuevas ideas y hasta las infiltra en él. Pues las frontera, por muy altas que sean las murallas chinas, nunca impiden ignorar lo existente más allá, ni envolverlo en la indiferencia; actitud en cambio bien propia del centro, donde suele vivirse como si su mundo fuese el único. El fronterizo es substancialmente ambivalente -es decir, instalado en ambos lados de la divisoria, aún cuando no en igual medida- y es también ambiguo, porque oscila entre ambas identidades: la originaria y la tentadora".
El texto me suscita a bote pronto dos preguntas: una, si habrá una frontera entre el centro y la frontera y, la otra, si tiene rendimiento esa tendencia tan mediterránea de dar forma esquemática a cualquier exposición. Parece Sesamo Street: "Vamos a cantar la canción de dentro". Se dirá que el pensamiento basado en figuras geométricas es mejor que el pensamiento lineal o la parábola expansiva a lo Bucay. Yo pienso mejor dentro de un soneto.
Un escritor fronterero parece según y como un juez de línea, cuando tal vez lo que resulta más sugestivo, más divertido y más humano es darse cuenta de que cada cual podría estar por cualquiera de las razones más erráticas e injustas en el lado opuesto. Si mirásemos, de acuerdo con los frontereros centrífugos dicotómicos, la pantalla de la televisión como una membrana que separa nuestro salón del accidente de Spanair en Barajas, probablemente nos quedaríamos abismados en los puntos de la superficie iluminada o en la evidencia de sabernos vivos por contraposición a los que sabemos muertos.
Vivir en la dicotomía no lleva a ninguna parte, sobre todo cuando hay que actuar. En este blog siempre se dice que los hechos son más importantes que las palabras y que las palabras que se dicen a alguien son más importantes que las palabras que no van dirigidas a alguien. Yo no soy ni seré nunca una mujer fronterera, yo soy la frontera misma, la encrucijada, una esponja, una antena, lo que pasa y lo que está a punto de pasar. Mis ideas no tienen la menor consistencia, no pueden ser sometidas a referéndum, me dejo llevar ay como el agua en mi barquito de papel. No necesito seguir ninguna filosofía que no sea la mía, no necesito saber si estoy en el centro del centro o en el centro de la frontera o en la frontera del centro. Para mí las cosas no son blancas ni negras como lo son las parejas sobre los pasteles de boda o un tablero de ajedrez. Faltaría más. Oye, ni que fuéramos tontos. Por eso escribo un blog.


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