16.10.08

Dragones y mazmorras


Rompetechos


reo que entre los miopes más famosos, además de Johan Sebastian Bach y Marilyn Monroe, están sin duda Mr. Magoo y su versión española, Rompetechos. En “Los Simpsons”, Hans Moleman o Hans Topo es un personaje definido por su escasa agudeza visual y las innumerables veces en que está en peligro de muerte. Debo admitir que algunos episodios de "Los Simpsons" tienen su gracia, aunque en general es una serie que no me gusta por culpa de Homer Simpson. Curiosamente en nuestro país es doblado por un nieto de Pepe Isbert, Carlos Ysbert. El apellido con “y” igual no es evolución sino recesión cromosómica. Pero volvamos al tema que nos ocupa, centrémonos. Mr. Magoo en alguno de sus episodios de confusión saca a bailar a un hombre creyendo que es una mujer y Rompetechos tiene también unos deslices muy cómicos, como el del dibujo, en que pretende como barbero que es afeitarlo todo, hasta un nopal. Al lado de los defectos sensoriales de Magoo y Rompetechos, la afección de Don Quijote es más profunda y confunde un rebaño de ovejas con un ejército y los molinos manchegos con gigantes:

“Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas:
Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.”

Como el Quijote tiene tantas lecturas como lectores, servidora encima añade a cada una de sus lecturas de la novela la de enfocarse en un tema (el dinero, el amor, el engaño, etc.) ¡Como si esos temas se pudieran separar! Pues sí, porque estamos acostumbrados a hacerlo y hasta pasamos por el espejismo de estarlo haciendo cuando en realidad no lo conseguimos casi nunca. De hecho, los grandes temas de la novela, como género literario, son el dinero, el amor y el engaño, mientras que los grandes temas de la poesía serían el amor y la muerte. Lo digo de manera tentativa y tímidamente, sin pretensiones de sentar cátedra ni de concluir.

Mi ejemplar del Quijote es una edición de bolsillo con un cuidadoso aparato crítico de Martín de Riquer, quien ahora tiene 94 primaveras. Alguna vez lo veía subiendo las escaleras al departamento de Filología Románica de la Universidad de Barcelona y fue así como supe que era manco como Cervantes. Pero por entonces yo ya había leído el Quijote siguiendo las valiosas instrucciones de nuestro profesor de literatura de bachillerato, que se llamaba Escudero de apellido y era chileno. Según Escudero era suficiente con que nos leyéramos para empezar los capítulos 1, 6, 8, 10, 14, 27, 32, 35, 47, 48 y 52. Siempre que me encuentro con alguien que dice que no tiene tiempo para leerse el Quijote, le paso esta ruta de atajo y nadie queda descontento. De todas maneras, aunque calle como una puerta, me parece que una persona que no tenga tiempo de leer el Quijote es digna de lástima. Y no lo digo por el Quijote en sí, sino por su situación también en sí.

Lo curioso de todo es que los delirios del Quijote se funden con las trapazas de otros personajes, por ejemplo el duque, y con la obcecación que tiene Sancho con ser gobernador de la ínsula Barataria que, como el nombre indica, además era de poco valor. Todo está muy bien trabado. Y fui plenamente consciente el lunes de vuelta a casa, en el autobús. Un individuo pintoresco que estaba en el fondo del mamotreto se fue hacia el conductor y le desafió con una frase como “Eso, no me lo vuelves a decir” o algo así. Yo acababa de entrar, así que no sé si me había perdido algo o si sabía lo mismo que el conductor: nada. El conductor, musculoso, rapado, de contundentes cejas, le espetó: “¿Qué es lo-que-no-te-vuelvo-a-decir?”. Excuso la escena que se organizó en unos segundos, con el conductor retorciéndole el brazo al individuo y reduciéndole y hasta ya envalentonado diciéndole “No te muevas, que te arranco la cabeza”. Un señor con aspecto de médico ayudaba a que la cosa no fuera a más y le hizo una pregunta al que estaba debajo y a mis pies que me dio a entender que sí que era un médico, y que había comprendido como yo que había un problema mental. Una enfermedad mental. Un brote, nada de drogas o alcohol. Lamentablemente parece que el chofer del autobús no se daba cuenta. Mientras tanto un compañero suyo llamaba por radio a la policía y yo me escurrí por la puerta central como si hubiera una alfombra roja y la prensa gráfica al pleno.

No sé cómo acabó la historia, pero la semana anterior había habido en otra línea de ruta parecida una pelea entre pasajeros y estuvimos media hora parados y parando el tráfico y la verdad para mí carece ya de todo interés cómo acaban estas pendencias entre locos, enloquecidos, alocados, caballeros de ardientes espadas y tontos del bote. Alguien tiene que mantener la calma, jolín.


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