19.1.09

Creer o dudar


Me llega a través de un blog amigo la noticia de un dossier en el suplemento de Cultura/s de “La Vanguardia”. Otra vez “La Vanguardia”, pero quizás es el único diario representativo e identificativo de Barcelona, y con calidad. Me veo obligada a darle un vistazo de vez en cuando cuando haraganeo o hago por interesarme por la prensa tan vitriólica que nos ha tocado. El dossier se titula “Del archivo al anarchivo: La digitalización coexiste con la dificultad de acceso a las fuentes históricas”. De todo el paquete extraigo un párrafo:
“El problema de la fiabilidad se está resolviendo en la red de un modo sorprendente: dejando de ser un problema. Del mismo modo que el peso de las firmas recogidas a través de la red es inferior al de las campañas reivindicativas estampadas sobre papel, estamos acostumbrándonos a imaginar la red como un limbo en el que verdad y mentira ya no tienen el valor que les otorgamos en el mundo de lo tangible. En la pantalla del ordenador, el valor de las imágenes y de los relatos ya no reside en su veracidad tanto como en su oportunidad y capacidad de sorpresa”.

El “autor” (luego, conforme avancemos en la “ecuación”, despejaré o no las comillas, ya veré), es Andrés Hispano, “realizador audiovisual, comisario, pintor e ilustrador. Colabora habitualmente en el suplemento “Cultura/s” de La Vanguardia. Ha publicado David Lynch. Claroscuro americano (1998) y ha dirigido programas de TV como Boing Boing Buda (BTV) o Baixa Fidelitat (XTVL)”.

A mí el parágrafo ese de la anarchivística me ha recordado la campaña llamada “atea” de los autobuses (“Dios probablemente no existe […]”). Es decir, esta campaña –como muchas otras- está fundamentada pues en el principio de la sorpresa y de la oportunidad de que habla Hispano, está fundamentada más en el impacto que en el rigor. Podríamos decir que es mera publicidad. Durante mis años de formación como bibliotecaria documentatonta me tuneé mi Olivetti Lettera 32 metiéndole a cambio del tipo de dólar y no sé cual más los corchetes de apertura y cierre, sin los cuales era un engorro seguir con bien la mayoría de las asignaturas, especialmente las de catalogación. Después he utilizado mucho el asterisco, que es un signo para mi muy legible, querido y de gran riqueza simbólica. Pero me estoy dando cuenta de que no podría prescindir de las comillas. Sean unas comillas como las del “autor” del párrafo, que sirven para marcar una palabra imprecisa sin introducir el pendenciero prefijo pseudo-, sean para mostrar un texto copiado en su integridad y con el que no necesariamente nos identificamos, necesito las comillas. La publicidad esencialmente no usa comillas, creo, ni corchetes ni nada de la matraca o aparato intertextual, contextual y paratextual. ¿A qué apela la publicidad?, me pregunto. ¿Al ego, al yo, al amor propio, al ser social, a la sombra, a la conciencia, a qué segmento del individuo autorrealizado de la pirámide de Maslow?
La entrada del 14 de enero de Esperando nacer sobre “Colectivos y buses” da en el clavo: “Cuando Nietszche o Sartre o Marx o sus seguidores me hablan de Dios, para negarlo o repudiarlo, puedo acordar que estamos hablando de lo mismo, en cierta medida. Con los otros, no, para nada; la verdad es que no sé de qué cuernos están hablando cuando hablan de Dios”. Precisamente yo Marta muchas veces he llegado a conclusiones similares debatiendo o creyendo debatir por ejemplo sobre poesía. Todo el problema es que ni siquiera a veces hablamos de los mismo.
Yo estoy tan dispuesta a creer que escribo la enciclopedia siempre ante una imagen de la Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús, otra de la Divina Misericordia de Jesús y una figura del hindú Ganesha, el hijo de Shiva y Parvati con cabeza de elefante. Como mucho sería proclive a dudar, como han dudado hasta los santos, pero ¿a no creer?

Hace dos años falleció Mercedes. Era de una aldea de Lugo. Mi padre murió el 13 de enero de 2007 y en los tres meses sucesivos se murieron 4 gallegos más del barrio de toda la vida. Estas ucronías desafían la estadística. El padre de Mercedes se murió cuando ella era aún una niña. Cayó al río el camión en el que iba y lo encontraron agarrado del rabo de un cerdo los dos ahogados muertos. Mercedes se casó con otro gallego en Barcelona y tuvo dos hijos de esos que sacan un MBA y saben hasta japonés y son altos ejecutivos y no tienen escrúpulos. Cuando mi madre parió a mi hermano mayor tenía en Barcelona 5 cuñadas pero como si no las tuviera. Una estaba en Sâo Paulo, otra en Madrid, otra en Santa Coloma de Gramenet, las otras dos ya lo digo, como si no las tuviera. Así que Mercedes se ofreció a lavarle los pañales de mi hermano, que dicho sea de paso pesó 4 quilos y medio al nacer, y esas cosas (que te laven los pañales) se agradecen y cada día que pasa más. Las últimas veces que vi a Mercedes estaba en un centro de día, en una silla de ruedas sin apenas poder hablar, hasta las orejas de tanta pastilla para el Parkinson. Seguía teniendo aquellos pómulos altos, aquellos ojos brillantes y el cuello erguido, pero ya no podía decir esta boca es mía. Le pasaba en su plenitud como a mi padre, que había que mirarles a los pies para comprobar que efectivamente no llevaban almadreñas o algo así en los pies, de tiesos que iban por el mundo. Los hijos, como si no los tuviera. Yo espero poderla encontrar a ella, y a mi padre, en el Paraíso y eso no me impide –¡qué tontería, por Dios!- disfrutar de la vida.

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