6.1.09

La punta de la lengua

Finalmente ya tenemos el rompecabezas (Vídeo de Camarón, Rocío Jurado, Tomatito, Curro Romero y Carlos Herrera) solucionado, gracias al fino oído de Manolotel:

Tengo que armar un tangay
con esta verdad sencilla
tengo que armar un tangay
La mitad del mundo es Cai
y la otra mitad Sevilla
Cai, Sevilla, Sevilla y Cai,
yo he visto el mundo, primo,
esto es lo que hay.

¡Qué paz! No vamos a quitarle mérito a Manolotel, siempre tan gentil, diciendo que, claro, vive en el sur de Andalucía y por lo tanto está avezado al acento y la dicción andaluzas. La cosa estaba difícil y ya estaba tan escamada que iba a acudir a una amiga de Huelva, Carmen. Y eso que no me he metido con el cantar de Camarón, que ya estaría malo. Total ya se veía venir que lo que nos faltaba no le quitaba ni le añadía sentido, pero me cuesta mucho darme por vencida en estos asuntos. Acostumbrada a leer letra de médicos, incluso la mecanoscrita (que sólo arroja un poco más de claridad), desentrañar el significado de algunas palabras ilegibles no presenta para mí demasiada dificultad, sobre todo una vez que ya estoy familiarizada con quien escribe. Hay personas que escriben como aljamiado, como en el alfabeto árabe y escriben diferente una letra según esté al final de la palabra, en medio o al principio. A veces hay adornos innecesarios, rúbricas, otras faltan trazos fundamentales o característicos de cada letra. Vamos, que no me extraña que la escritura a mano sea una prueba pericial y que no haya sorpresas respecto al temperamento y la personalidad de cada cual.

No hay pues escritura que se me resista, pero a cambio mi oído –aunque soy capaz de percibir psicofonías en la lavadora y coros de querubines en el chup-chup de la sopa- es incapaz de afinar demasiado en los célebres listening de las clases de inglés y en todo lo que se le parece. La inquietud que me produjo no poder resolver la copla, aunque teníamos la pista de que tenía que haber una palabra que rimara con “Sevilla”, sólo es parecida a cuando tengo una laguna mental y no consigo recordar una palabra que sé. Como el otro día, cuando vi cerca del Coliseo una mata de acantos. Estuve como dos horas dándole vueltas a la cabeza hasta que la palabra “acantos” volvió a mi boca. Se dirá que es una palabra que se usa poco, pero es que esto mismo me pasa sistemáticamente con la palabra “puntal”, que es mucho más usual. Hasta hace bien poco Barcelona estaba llena de puntales para restaurar las fachadas. También hay acantos, por la sierra de Collserola, pero como hacía tiempo que no había visto…

A lo mejor servidora no está mucho por “le mot juste” pero le tiene a muy mal traer tener una palabra, como se suele decir, en la punta de la lengua. Como un pelo. Por ese motivo he tenido que recurrir a todos los trucos y recursos que se pueden imaginar. Por ejemplo, allá en Roma pensaba “en cuantito llegue a casa me conecto a internet y busco las columnas de orden corintio, y seguro que ahí pondrá lo de las hojas de la planta”. Un poco es como cuando hace unos años iba a la tienda de discos Gong, ahora en Consell de Cent con Rambla de Catalunya, y había una experta dependienta en la sección de música clásica, bandas originales, étnica y new age. Yo le decía “estoy buscando un disco de un pakistaní muy gordo que canta con una percusión de fondo unas canciones muy largas y que te ponen como en trance”. Y me llevaba a Nusrat Fateh Ali Khan como si nada. A veces ni eso, iba y le tarareaba más o menos la música que buscaba y la buena mujer tenía tan buen oído y una cultura musical tan vasta que sin el menor problema me llevaba al otro lado de la laguna Estigia de mi ignorancia. Se debió de jubilar y se ha perdido con su ausencia una fuente de información incalculable.

A pesar de todos los recursos electrónicos, enciclopédicos o lexicográficos que hay, para mí presenta aún una cierta dificultad no tanto reconocer una figura retórica como recordar su denominación, saber cómo se llaman aunque sea el 10% de las herramientas, etcétera que hay en una ferretería o una mercería y pedirlos por su nombre sin necesidad de ir con la muestra o recurrir a la mímica. Pero el placer de saber el nombre de algo para mí es inferior al placer de encontrar algo que no sabía que existiera o el placer de creer (como Rilke) en lo que todavía no ha sido dicho.

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