21.2.09

Las bondades (2/3)

A mi cuñada, Rosa Mª C. N., con afecto, 
por facilitarnos tanto nuestras vidas a todos y hacer que todo sea sencillo, claro, cierto.




igo a vueltas con el post Las bondades. Recupero un poco el hilo, porque mientras tanto ha habido unas pocas líneas bajo las cuales ha quedado enterrado:
Víctor González había benignizado en la ficción mi anécdota de "La piel es lo más profundo" en un comentario:
Lo que yo había escrito era: "Para acabar, una tercera anécdota también muy corta es la de un vecino que enviudó y luego se volvió a casar. Mi madre me aseguró que la segunda mujer llevaba la ropa de la difunta. No me digáis que no es un relato digno de Segundo Piloto ". Lo que escribió Víctor: "Pasadas las nupcias y vuelto todo a la normalidad, Don Alfredo marchó a su fábrica conservera atildado y radiante como cada mañana de los últimos veinte años. Carmeliña le había puesto el café de milagro, después de buscar por cielo y tierra un puchero para hervir el agua. Tenia que aprender mucho y muy deprisa. Quería ocupar todos los espacios de la casa y del corazón de Don Alfredo. Había que pagar el no volver a pasar hambre y su familia si algo tenía era la gratitud. Se sumergió por segunda vez en la bañera de fundición, en los dos últimos días y en toda su vida, y al salir tomó una decisión que acabaría por marcar toda su vida. -Me vestiré con las ropas de ella y así él no notará su falta."
A destiempo he recordado que precisamente la palabra “rebeca” en español proviene de la película homónima de Alfred Hitchcock (1940). Tela marinera. Efectivamente, Joan Fontaine cuando está en la mansión de Manderley recién casada, lleva una prenda que aún hoy se puede considerar habitual en los fondos de armario. Es la típica chaquetita de lana de Shetland con cuello redondo y botoncitos. Mi historia real sobre la mujer que aprovecha la ropa de la primera mujer de su marido es insignificante respecto a la truculenta y escabrosa historia de Rebecca, la película de Hitchcock basada en la no menos truculenta y escabrosa novela de la inglesa Daphne du Maurier (1938).
Esta maravillosa y angustiosa película está disponible en Youtube distribuida en 13 vídeos en inglés. Aunque no supiéramos inglés, el guion es tan bueno y los actores son tan expresivos (¡qué tiempos aquellos!), que se puede seguir perfectamente bien el argumento y todos los perendengues y vericuetos. Para quien no tenga ganas o tiempo de verlos y no recuerde bien el plot, puedo decir en resumen que el rico y viudo señor Maximilian De Winter (Laurence Olivier) conoce a una dama de compañía y se casa con ella en segundas nupcias. Cuando se la lleva a Cornish, a la enorme y suntuosa mansión de Manderley, la segunda señora De Winter se encontrará impresionada, amedrentada y se encontrará también principalmente con un ama de llaves (Mrs. Danvers) que la minará moralmente y que siempre se estará refiriendo a la señora De Winter (a la difunta Rebecca) como si no hubiera otra. El ama de llaves, un demonio de toma pan y moja con inclinaciones sáficas reprimidas, le aconsejará que para una fiesta de disfraces se ponga un vestido de época que aparece en un cuadro antiguo de la mansión, sabiendo que la difunta Rebeca también se lo había vestido poco tiempo antes de morir. Evidentemente, cuando la segunda señora De Winter (que ni siquiera tiene un nombre ni en la película ni en la novela) aparece en la fiesta, Max De Winter (Laurence Olivier) la ve, su cara empalidece y grita: “What the devil do you think are you doing?” (“¿Qué diablos te crees que estás haciendo?”).
En la novela original el trasfondo de tanto misterio y tanta angustia es verdaderamente que Rebecca le había dicho a Maximilian que estaba embarazada y no de él. En realidad lo que le pasaba es que tenía cáncer y con esa revelación falsa lo que esperaba es que Max la matara y así no sufriera tanto, cosa que sería cómica y ridícula si no fuera trágica y estúpida. En cualquier caso al final de la película la mansión arde enteramente y con la señora Danvers dentro (también la instigadora del fuego, como es natural).
Por extraño que parezca para quien nunca vio la película, la liberación y el alivio que siente todo el mundo que sí ha visto la película cuando la señora Danvers desaparece entre las llamas es indescriptible. No hay palabras para transmitir la paz que se experimenta ante la certeza de que un ser tan irrecuperable, perturbador y nocivo desaparezca de la pantalla. Y no se trata de una satisfacción vengativa ni mucho menos, es que las señoras Danvers son un sinvivir. Esperemos que encuentren tanta paz como la que dejan.

Mrs. Danvers en Rebecca (Alfred Hitchcock, 1940)

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