3.1.09

Paseos por Roma



Via del Corso, cerca de Piazza di Spagna (Roma). Foto: Aaoiue
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Verdaderamente no estoy del todo segura de haber tomado esta imagen en la Via del Corso, pero en cualquier caso está tomada cerca de la Plaza de España en Roma en uno de los pocos ratos en que lució el sol estos días pasados. Me gustan estas fotografías en que un cristal o un espejo devuelven la imagen de enfrente, la que queda a la espalda de la máquina y envuelve mi sombra o mi silueta. La superposición de planos y los reflejos es en realidad mi manera de ver las cosas, aunque la visión directa con el objeto centrado, entronizado y uniformemente iluminado tampoco está mal. Pocos minutos después de disparar la cristalería, se oyó un golpe y vimos una anciana que acababa de ser atropellada. Aparte de este accidente todo fue afortunado partiendo de la base de que –como decía Walt Whitman y como tiene que ser- yo soy mi propia suerte.

En Paseos por Roma “Stendhal” escribió: “Después de haber visto Italia, yo quisiera encontrar en Nápoles el agua del Leteo, olvidarlo todo y luego volver a empezar el viaje y pasarme la vida así. Pero esta agua bienhechora no existe; cada nuevo viaje que se hace a este país tiene su fisonomía, y en el sexto entra por desgracia un poco de ciencia. En lugar de admirar las ruinas del Templo de Júpiter Tonante como hace veintiséis años, mi imaginación está encadenada por las tonterías que he leído a este respecto” (25 de enero de 1828). Intento por eso yo leer lo justo antes de hacer un viaje y prefiero dejar la lectura para después. Prefiero encontrar el Pasquino y el Sileno o la Bocca della verità a buscarlos. No tengo el menor interés en consumir una ruta siguiendo una especie de checklist de paradas obligadas y prefiero, eso, pasear, deambular. Aparte de visitar los restos de la antigua Roma y el Panteón no menos antiguo pero ya cristianizado, el magnífico San Pedro, el Trastevere, etcétera, también visitamos dos exposiciones temporales de enorme valor: la de los etruscos (“Etruschi. Le antiche metropoli del Lazio”) y la muestra “Da Rembrandt a Vermeer. Valori civil nella pittura flamminga e olandese del ‘600”, una maravilla. Además de las pinturas de Vermeer y Rembrandt había pinturas de Gerard Dou, Jan Steen, Willem Kalf, “La madre” de Pieter de Hooch y cuadros de otros pintores cuyas colecciones están dispersas en Europa.

La dificultad de la exposición de los etruscos y de reunir las pinturas flamencas del siglo XVII no desmerecen la facilidad y atontolinamiento de pasear al tuntún por las calles y simplemente dejarse llevar por el tiempo o en el tiempo. Como hubo mucha lluvia casi todos los días, el rato de la comida era lo que nos proporcionaba la calidez que no nos daba el sol. Hay que ver lo que cambia Roma sin sol. Tanto la pizza como la pasta italiana en general se me antojan platos solares. Unos macarrones con tomate y perejil o una pizza capricciosa, que es mi preferida porque parece un cuadro, son como la paella una especie de crisol de sabores, de ¿improvisación?, de color, de alegría. Por mucho que me guste la empanada, debo admitir que la pizza es menos contundente pero, ¿cómo lo díria?... más alegre.

Llegados a este punto debo llegar al terreno de la nariz, tema que hasta ahora no había sido tratado en la enciclopedia. Es algo muy concreto de lo que no he oído hablar nunca a nadie pero que alguna vez he de consultar a algún médico o a algún cocinero porque no creo que mi caso sea tan raro. Lo único que he encontrado en internet sobre la descongestión nasal es su relación con la eyaculación, siendo la eyaculación un remedio para la congestión severa. Es mano de santo. Pero, dejando el terreno de la paraciencia, en serio: cuando lo que como me gusta mucho la nariz se me hace agua. Y no depende de la reacción al calor, ni del lujo, ni siquiera de la compañía; no depende de nada que no sea el mero placer de comer algo muy bueno. El Señor en su perfecta sabiduría me ha concedido el don de la descongestión y el de lágrimas, pero me guardo mucho de admitirlo fuera de aquí simplemente porque me sabe mal que no me pase con lo que cocina mi madre, por ejemplo, pero con mi tía pequeña sí.

Me pasaría todo el día recordando Roma, palíndromo en español y creo que también en portugués de “amor”. Cuando esta mañana leía en el libro de “Stendhal” que el interior de la iglesia de Santa Maria della Vittoria había sido decorada como un boudoir (tocador femenino) por Carlo Moderno, no he sabido encontrar la razón. La verdad es que esa comparación no me resulta más que sostenible por lo recargados que debían de ser los tocadores en que no entró y en que sí entró “Stendhal”. Creo que el best-seller de Dan Brown, Ángeles y demonios, que no he leído, tiene en parte lugar en la iglesia de Santa María de la Victoria. Días atrás comentábamos la proximidad del Auditori de Barcelona con el Teatre Nacional de Catalunya, su enfrentamiento político al tratarse de edificios públicos erigidos por el ayuntamiento socialista y la Generalitat convergente. Ayer aprecié un enfrentamiento similar del Quirinal gubernamental ante la basílica de San Pedro lejana, como flotante, cuya curia vaticana se está planteando dejar de seguir la legislación italiana por su amoralidad y complejidad. Pues bien, ayer en Santa Maria della Vittoria vi una enfrente de la otra, a cada lado del tétrico transepto, la Santa Teresa de Bernini en éxtasis y una urna con el cuerpo incorrupto sórdidamente cubierto de cera de Santa Vittora, vergine e martire, que había sufrido el martirio durante las persecuciones de Diocleciano. Allí estuve yo, entre Santa Teresa y Santa Vittora, entre el éxtasis y el martirio.

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