1.4.09

Momentos estelares de la humanidad

Stephan Zweig (Viena, 1881 - Petrópolis, Brasil, 1942)

A Luisa Cuerda

e encontrado una perlita cultivada del Profesor Joseph Goebbles, el Ministro de Propaganda del III Reich. Ya había visto en Youtube su célebre discurso sobre la “Guerra Total (Totaler Krieg) y el menos célebre pero no menos demoledor discurso sobre la indisolubilidad del Nacional Socialismo y los medios y la cultura en general. Para quien no pueda seguir la versión subtitulada en inglés y los enérgicos gestos del orador ante un público vibrante, enfebrecido y entusiasmado, puede seguir la versión de Exordio, con el texto en español y un archivo sonoro. También tiene su interés el breve discurso sobre la cultura: “Tenemos un teatro alemán, un cine alemán, una prensa alemana, una literatura alemana, un arte alemán, y radio alemana. La objeción que se nos ha hecho a menudo en el pasado es que no era posible separar a los judíos de la vida cultural y artística, porque había muchos y era imposible reponer sus puestos vacantes, y esto ha sido brillantemente contraargumentado.” ¿Y? Para quien tenga bien el cuerpo o no le importe una impresión fuerte y verdaderamente desagradable, aún se puede ver el vídeo de la BBC sobre la muerte de toda la familia Goebbles, el primero de mayo de 1945. La cámara primero nos muestra los seis cuerpos de los hijos, a los que sus padres les habían hecho tomar cianida a la vista de los que se les venía encima. Al final nos muestra los cuerpos renegridos de Magda y Joseph Goebbles tras suicidarse. Muestra el cadáver del genio de la Propaganda (lo que hoy llamaríamos “Gestión del conocimiento” o algo parecido) con la mano que tan vigorosamente había agitado en sus speechs, ya como un sarmiento retorcido, encrespado y sobre todo carbonizado. Entre las imágenes de los vídeos, con todo el auditorio en perfecta formación de filas ajustadas y las esvásticas, y la de los difuntos, hay un desfile de imágenes de los pequeños de los Goebbles que resultan siniestramente rubios y angelicales.

El poder de las imágenes es sorprendente y en especial cuando se manejan como en nuestras mejores altas cocinas, siguiendo una gradación o una química de horrores, sensaciones, sentimientos, lugares comunes, etc. He podido ver esta tarde un poquito de televisión. Y un poquito de televisión es mucho. Era un programa en el que ya se estaba abandonando el tema del presunto asesinato de Marta del Castillo para tratar la presunta desaparición de una mujer tinerfeña hace 12 días. Estos cambios de tercio –y perdón por el lenguaje taurino- deben producirse a la vista de que se produce la saturación de un tema o de que un tema ya ha perdido alguna propiedad mediática que se me escapa. El caso es que el tratamiento de la noticia es igual, al menos por lo que respecta al bombardeo de un surtido muy limitado de imágenes que se van repitiendo con una cadencia casi espasmódica. Es lo mismo que la niña de Belén Esteban y Jesulín de Ubrique haga la Primera y última comunión que un maltrato de género o de lo que sea. Acaba una después de 5 minutos más mareada que después de ver un montaje psicodélico de Valerio Lazarov.

En realidad las imágenes de Goebbles en plena acción propagandística, me han hecho recordar al pobre Stefan Zweig, que también se suicidó pero por razones muy diferentes (dirían los modernos “colaterales”). Zweig sufrió lo indecible bajo la locura que hubo en la Europa de entreguerras. Precisamente por culpa de su lucidez es por lo que sufrió. Además de su autobiografía, que me es muy querida, tengo debilidad por su recreación del cerco de Estambul por los turcos, en sus Momentos estelares de la humanidad. Nunca he podido entender este título porque no concibo que se trate de una broma y lo que recoge no son precisamente momentos de que enorgullecernos. Pero es que tampoco soy capaz de entender que Petrarca edificara toda su obra poética y por lo tanto la de casi todos los poetas que le siguieron, sobre una mujer, Laura, quien por otra parte fue antepasada del Marqués de Sade. De todas maneras, por si a alguien le interesara (que nunca se sabe) estoy más predispuesta a entender el título del libro del escritor austriaco que el leit motiv de Petrarca. ¿No sería un bluff? Un farol, vaya.

Mi comprensión es muy limitada y cada vez entiendo menos lo que veo con mis propios ojos. De hecho, de lo que vemos con nuestros propios ojos nos previno San Agustín de Hipona, diciéndonos que podía ser engaño. Y eso que no había en su tiempo ni zoom, ni fotomontaje ni Propaganda. Creo que también como San Agustín, yo soy más sensible a lo que oigo que a lo que veo. Sólo por eso he podido ver los vídeos de Goebbles, mientras que esos mismos escenarios para mí serían insufribles si los tuviera que percibir por mis oídos. De hecho, la voz de Goebbles es escalofriante y aturde. A pesar de mi recuerdo de Zweig, recuerdo delgado y anhelante como una columna de humo de incienso, recuerdo inane como la mano carbonizada del ministro nazi, recuerdo sentido, mi recorrido asociativo se ha ido a los llamados “felices 20”. Otra frase donde las haya. Ya sé que esta entrada va degenerando hacía una especie de “El jardín de las delicias”, pero es que como el otro día Juan Roig (el presidente de los supermercados Mercadona) dijo que íbamos hacia la Tercera Guerra Mundial

En el tríptico de los momentos estelares de los felices 20 que he iniciado con Goebbles y Zweig faltaría Sigmund Freud. Estos días precisamente estuve buscando información sobre el llamado "efecto cuñado", por el cual la gente que se medio compromete alegremente a comprar un piso un viernes, se desdice el lunes a causa de la presión familiar y particularmente la de sus cuñados o cuñadas. Se diría que la mala prensa del cuñado o de la cuñada ha empeorado con mucho el viejo mito de la suegra agria y desalmada y el de la madre que se extralimita y/o inhibe en sus funciones. Pues, digo, buscando el “efecto cuñado” hallé que Freud había tenido una liaison con su cuñada, la hermana de su esposa, concretamente. Como una de las novelas de Siri Hustvedt (la mujer, por cierto, de Paul Auster), rozaba el tema de esta trasposición de emociones, el tema me tiene algo alertada. Los detractores del psicoanálisis han apuntalado buena parte de su crítica en este lío de Freud con su cuñada o, mejor dicho, en su ocultamiento. Esto es lo mismo que la decepción y escándalo que supuso el conocimiento de que Karl Marx tenía criadas en su casa. El argumento definitivo contra Freud está más bien en su responsabilidad en la desafortunada operación de Emma Eckstein. El cirujano aliado de Freud, Wilhelm Fliess, estaba convencido de la relación de la nariz con los genitales y, por ende, con la histeria, por lo que le practicó a la joven Emma Eckstein una especie de rinoplastia que la dejo desfigurada de por vida debido a las complicaciones de una cirugía accidentada. Yo creo que gracias a esa desgracia y a ese fracaso es por lo que nadie que no quiera ser tomado por satanista o algo peor quiere hablar de la menstruación vicariante nasal o de otras hemorragias que en algunas mujeres substituyen la regla genuina. Por mucho que se diga contra la Iglesia y sus pontífices, ha avanzado más la Medicina con sus fracasos y con las guerras, que lo que le haya podido impedir la doctrina católica. Con todo aún quedan descendientes de aquellos vendedores de los elixires de la eterna juventud y las hordas de histéricas han sido sucedidas por hordas de anoréxicas, como si la patología social fuera dando bandazos.

Un detallito que no nos debe pasar desapercibido de todo el terrible panorama de la histeria del "epílogo decimonónico" y los "felices 20", es que en el caso de Emma Eckstein venía agudizada por ser una activista del feminismo y pertenecer a una familia de socialistas. Y sin embargo, por más datos que reunamos, es igual, todo es un galimatías. ¿Alguien se cree a pie juntillas todo lo que dice la Wikipedia? Servidora le concede la misma credibilidad a las cartas de Freud sobre el procedimiento de Fliess que a la Wikipedia. No obstante, me interesaría mucho saber qué pensaba en verdad Freud desde la teoría psicoanalítica delante de su pasión por su cuñada. Y qué diferencia hallaría en esa trasposición y la que habría si en vez de tratarse de la hermana de su esposa se hubiera tratado de la esposa de su hermano.

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