10.4.09

Post 256: Cerdos voladores, erratas, plagiarios y negros


Tanto miedo le tenía a decir que empeoraba que él solito se engañaba y murió de mejoría."
Antonio García Barbeito, Morir de mejoria, ABC (31 de marzo de 2009)

“Me recuerda, con su bobo talante optimista, una copla que escuché hace años sobre un indeciso: «Tanto miedo le tenía/ a decir que empeoraba/ que él solito se engañaba,/ y murió de mejoría».”
Antonio Gala, Morir de mejoría, El Mundo (7 de abril de 2009)

Hoy me dejé olvidada en un asiento mi impresión de Los héroes huyen del enemigo, novela de Agustín Romero Barroso, que ha tenido la generosidad de colgar en la red. A pesar de que podía haber seguido su lectura aquí, en la pantalla, he vuelto atrás a por las hojas. Me he acordado de cuando hace un montón de años me dejé olvidado El nombre de la rosa en una biblioteca en la que hice un mes de prácticas. Me lo dejé el último día, así que tuve que regresar a propósito, cosa que tenía su mérito puesto que –si no recuerdo mal- la biblioteca estaba en Santa Coloma de Gramenet, esa ciudad satélite de Barcelona de la que han salido tantos ministros. ¿O era Cornellà de Llobregat? Por aquel entonces yo tenía que hacer un considerable esfuerzo económico para comprarme un libro, por lo que su rescate fue más bien un asunto de interés que de deseo.

Cuando volvía sobre mis pasos, me acordaba del Quijote, libro español que como la Biblia o Alf Layla wa-Layla (Las mil y una noches) no hace falta citar en cursiva, si acaso en negritas. Según Cervantes, el Quijote está inspirado en los anales de La Mancha y en la traducción aljamiada del morisco Cide Hamete Benengeli. Cervantes nos recuerda su presencia insistentemente de manera verosímil. Lo hace en los inicios de los capítulos XV y XXII de la primera parte (1605) y en los capítulos I, VIII, XXIV, XXVII, XI, XLIV, L, LII y LXXIII de la segunda parte (1615), no faltando al final del último capítulo. En mi edición de Alejandro de Riquer para Bruguera incluso escribió en dos ocasiones sobre la misma imprecisión de las fuentes: “de una haya o de un alcornoque que Cide Hamete Benengeli no distingue el árbol que era”. El hecho de que un año antes de la segunda parte de la novela, en 1614, apareciese en Tarragona otro Quijote, el de Avellaneda, aparece también en el libro. Curiosamente en el Ramayama en su último libro cuenta como los hijos de Rama son amparados por Valmiki (el “autor”), quien además le enseña a leer en el propio Ramayama. Pero todo el mundo sabe que el recurso del teatro en el teatro (Hamlet, 1614) o del libro en el libro, son un decir, un juego de espejos. Es como el aire de “Las meninas”, profundidad pura y dura.

El mal ratito que he pasado hasta que no he recuperado el libro estaba más bien en el temor a que fuera a parar a manos de alguien que se lo hubiera apropiado, que sé yo, intelectualmente o que hiciera –en el mejor de los casos- lo que hizo Cervantes con el texto de Cide Hamete Benengeli. Se verá que mi temor es descabellado ya que es tan fácil copiar directamente desde internet, que mi ejemplar no corría ningún peligro comparado con todo lo que le puede pasar aquí al lado, en su lugar virtual. Otra cosa es lo que me hubiera pasado a mí misma si hubiera tomado contacto con Los héroes huyen del enemigo encontrándomelo donde lo dejó olvidado alguien. A primera vista ya me hubiera llamado poderosamente la atención por todo el aparato preliminar que, como en el Quijote, lo envuelve. Después también me habrían atraído mucho las anotaciones manuscritas en tinta carmesí, sobre paralelismos con la Odisea y el Quijote y algunas palabras sueltas garrapateadas como “underground” o “costumbrismo de cómic” y frases enteras subrayadas que tienen una densidad brillante, como cuando miramos algo a través de un espejo (otra vez el espejo) o de Lezama Lima.

En próximos días, cuando haya acabado la lectura de Los héroes huyen del enemigo, seguiré con mis impresiones. Ahora estoy también leyendo un artículo sobre Las licencias Creative Commons como alternativa al copyright, de Raquel Xalabarder, y otras cosas sin la menor importancia pero que se me han ido acumulando. Ya hace días que el tema del plagio se me estaba retrasando y resistiendo. Eugeni d’Ors decía que todo lo que no era tradición era plagio, y tenía razón. Eugeni d’Ors a su vez retoma la Poética de Horacio, por la cual los poetas tenían que “libar” como las abejas, de flor en flor o de clásico en clásico. La originalidad es una quimera, parece. Y sin embargo, estoy segura de que cuando yo digo que la novela de A. Romero Barroso en su primer capítulo es un libro de aventuras que sigue el patrón de la Odisea o un Quijote underground, un Quevedo underground, puede parecer que lo haga para lucimiento de mis lecturas o de los tres años que hice Filología Hispánica, o que de alguna manera estoy desmereciendo su personal estilo. Pues no. Todo lo contrario.

Una vez despejado el tema de que el plagio no tiene nada que ver con la tradición, voy a seguir ya exclusivamente con el tema del plagio. La definición que yo daría del plagio es la de que se copia lo que ha escrito o dicho un autor sin usar las comillas. Esto es lo que yo pensaba hasta que hoy me han pasado dos cosas:
1)     He leído en el blog de Antonio García Barbeito que Antonio Gala había fusilado un párrafo suyo del pasado 31 de marzo en el ”ABC”, pero he descubierto que Gala no se lo había hecho suyo, sino que lo pone entrecomillado y como una copla que había oído hace años.
2) En la lectura del oficio de Viernes Santo de hoy leían la pasión según San Juan y me recordaban un fragmento muy bello:

“Y Pilato redactó una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: “Jesús el Nazareno, el rey de los judíos”. Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque estaba cerca el lugar habían crucificado a Jesús, y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Éste ha dicho: “Soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está” (Juan 19, 19-22)

A pesar de que he leído muy poco sobre legislación de la propiedad intelectual yo diría que lo que ha hecho Antonio Gala con la columna de García Barbeito, nunca podrá ser demandado por plagio. O, mejor dicho, podrá ser demandado pero quien interponga la demanda perderá el juicio. Conozco casos mucho más claros de plagios, en los que ni siquiera había comillas ni por error o para intensificar alguna palabra, que han sido perdidos por los demandantes. En concreto me acuerdo de uno que fue interpuesto hace cosa de diez años y que tenía al frente a un experto en derechos de autor y propiedad intelectual, un prestigioso profesor de la Universitat Pompeu Fabra. Y los textos puestos en entredicho eran de mayor complejidad que el que Gala sí ha entrecomillado. Lo de Gala parece una broma. Antonio Gala, además de haber estudiado Derecho, Filosofía y Letras, Ciencias Políticas y Económicas, después de haber pertenecido al cuerpo de abogados del Estado, ingresó en los cartujos. Todo ello en ningún caso le exime de la sospecha de plagio, pero a mi entender garantiza –sumado a su fructífera carrera literaria- que conoce mínimamente lo que son unas comillas y lo que es un plagio. Incluso iría más allá y diría que conoce el versículo de San Juan, el cual también tiene su gracia. Tiene su gracia porque los que corrigen al prefecto Poncio Pilato o Pilatos (que no Pilates) son los sumos sacerdotes, los que guardaban las palabras, precisamente. Pero Pilatos no se estaba por zarandajas, ya era mucho poner el rótulo en tres idiomas "oficiales", como si estuviera en Suiza. Por cierto, también tiene su “gracia” (con comillas de expresividad, por no decir nada altisonante y soez) que el método Pilates se haya hecho como marca, cuando está copiado del yoga, tradición milenaria que se resiste a ser patentada por considerarse un bien para la humanidad.

Así que mi definición de plagio de momento la dejo aparcada o por lo menos no la supedito a que se dejen de usar las comillas. Podríamos decir que plagio sería cuando se fusila tal cual un texto (o cualquier creación) sin mencionar la fuente para apropiarse de su autoría por el morro.

El último caso que se hizo público, el de Alfredo Bryce Echenique, el cual ha recurrido a una teoría conspiratoria que parece, como todas las grandes mentiras, que tiene su poco de verdad: un poquito de Fujimori, otro poquito de Vargas Llosa, etc. Alfredo Bryce Echenique ha visto hasta cerdos volando, estoy convencida. Capacidad de “autoficción” sí que tiene.

Servidora se sorprende de que haya gente que se atribuya la propiedad intelectual de textos ajenos por la vía del plagio, tan arriesgada e indigna, habiendo como hay negros. Porque los hay. Y trabajan como negros en los dos sentidos de la palabra "negro". Con comillas y sin comillas.

La plataforma de Facebook “Ángeles González-Sinde pírate”, que ahora mismo en este instante cuenta con unos 14.000 miembros, es otra vertiente del mismo tema. Reconozco, que debido a mi incipiente presbicia primero leí “Ángeles Gonzále-Sinde pirata”. Y tal vez, la plataforma busca ese juego de palabras, porque la imagen de la campaña lleva el rostro de la ministra sobre dos tibias cruzadas. Estos instrumentos de masas en los que la gente participa pulsando una tecla o como mucho dos, y que no dejan de ser una forma de participación al estilo de “las masas” de que hablábamos días atrás, hay que admitir que son muy eficaces por su inmediatez. La risueña nueva ministra de Cultura del sonriente nuevo gabinete del no menos afable inefable Rodríguez Zapatero, ya se sabe que ha sido una luchadora contra las descargas en internet y una detractora del p2p (peer-to-peer o "de igual a igual", contrario al pay to play "pagar para funcionar").

La cuestión del plagio y de las copias no puede ser resuelta fácilmente y menos a costa de la libertad.

He estado rebuscando infructuosamente uno de los pocos textos que le conozco a Xavier Coll, un psicoterapeuta de orientación gestáltica al que yo conocí cuando era profesor de yoga. Trataba sobre cómo nuestra identidad con nuestras “creaciones” podía caer fácilmente en una especie de obsesión egocéntrica o un apego que en in extremis puede ser insano. Por esta razón yo le dejaba días atrás precisamente a Agustín Romero un comentario en su denuncia de cómo le habían usurpado a Juan-Simeón Vidarte el guion de “Casablanca” (Michael Curtiz, 1942), en el que yo más o menos le venía a decir que ante un plagio había que hacer lo mismo que ante una violación en un adulto: intentar olvidarlo lo antes posible, que no le afecte a uno más allá de lo razonable e intentar por todos los medios que no vuelva a pasar. Se me perdonará la comparación, pero no se me ocurre un caso más ajustado. Seguiré buscando, pero si ya dijo Wilde que lo que peor que podía sobrellevar un poeta era una errata...

Más lecturas:
Rechazo del parlamento francés de la ley contra descargas ilegales.
Sinde ya no tiene a Francia como referencia (Asociación de Internautas)


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