19.5.09

El chico de las cigüeñas y Luisa Cuerda


Quiero hacer constar en primer lugar que no me importa pero que nada la vida privada de la gente y que no estoy deslizando ni la mínima sospecha sobre algo que pueda haber entre un chico, cualquiera, y Luisa Cuerda, de la misma manera que cuando nos refiramos a la pura lana virgen –a la que aún no nos hemos referido, por cierto- tampoco haremos ostentación de ninguna cualidad (sea virtud o vicio) de la vida privada de las ovejas. Simplemente me voy a referir por “el chico de las cigüeñas” a El chico de las cigüeñas, así en cursiva, que es como me enseñaron que hay que citar los títulos de los libros. Como no sé poner la cursiva en el título la entrada parece de escándalo o amarillista, pero no.

El pasado viernes 15 de mayo le pregunté a Luisa que si le parecía bien en vez de hacer un bobo-comment de su nueva novela en mi pobre blog que le hiciera una entrevista, cosa que yo ya preveía que me daría más trabajo, pero que adonde no pudiera yo llegar con mis preguntas que bien podía ella llegar con sus respuestas. En cuanto le envíe el mensaje, así, hala, casi sin pensarlo, me di cuenta de que sí que me iba a dar mucho trabajo y de que además yo nunca había hecho una entrevista y, encima, de que este blog tampoco es como para recibir a alguien tan valioso como lo es Luisa Cuerda. Y sin embargo, mi parte Sagitario, sobre todo la parte equina que manda en mí, me ha traído a uña de caballo hasta aquí. Y de mí, a quien el otro día en un comentario alguien me llamó “cobarde” y “ruín” [sic], se podrá decir de todo menos que sea “cobarde”. Y “ruín” tampoco, al menos con acento en la “i”. Además, suelo cumplir con la palabra dada. La verdad es que hay comentaristas que me van a matar a disgustos, pero esos disgustos se ven plenamente compensados por otras cosas que pasan en *ALFB.

En el más puro estilo de solapa al que nos tienen acostumbrados las editoriales, he leído en otras dos de sus novelas anteriores: “Luisa Cuerda nació en Madrid en 1958. Es licenciada en Derecho por la Universidad Complutense y en Piano por el Conservatorio de Madrid. Ha ejercido como profesora de piano y de Historia de la Música en Madrid y de abogada en Salamanca, pero desde hace unos años vive en un pequeño pueblo dedicada exclusivamente a la escritura.” La novela que ahora nos ocupa aún no me ha llegado en su forma impresa y editada, por Ediciones del Viento, que es ligeramente más extensa a la forma en que Luisa me la facilitó el otoño pasado o así, pero estoy casi segura de que ya no tendrá en la solapa por lo menos la frase “vive en un pequeño pueblo dedicada exclusivamente a la escritura”. O tal vez sí. ¿Pero qué más dará? Alguna cosa tienen que poner, ¿no? De hecho, cuantos más datos tuviéramos, que los hay, no harían más que despistarnos de lo que verdaderamente importa.
Ya nos vamos acostumbrando a encontrar en las facultades de Ingeniería a médicos e incluso ya falta poco para que sea normal encontrar economistas que estudian violonchelo. Normalmente las dobles y triples titulaciones nos hablan de ambición o de frustración, pero en el caso de Luisa Cuerda su extensa y variada formación, que nunca da por concluida, no nos habla de una mente prospectiva que se adelanta calculadoramente a la demanda del mercado laboral terciarista. Tampoco nos habla de una trayectoria errática o malograda que se refugia o naufraga en un pequeño pueblecito donde eremíticamente y herméticamente purga y se depura de los males del mundo. No.
Hace unos años una de las lectoras de este blog, la única que lo lee en un locutorio de unos paquistaníes, cosa que me divierte lo inenarrable, me pidió que colaborara con una revista catalana para entrevistar a una escritora. A lo mejor mi amiga no se acuerda. Fue en el año 1999. En aquel entonces rechacé la invitación para entrevistar a Maria Mercè Marçal por no considerarme preparada y ahora sigo pensando lo mismo (que no estoy preparada), pero sé que tenía que haberlo hecho y que sólo hay algo peor que arrepentirse de lo que uno ha hecho (¿?), o que a una la malinterpreten o tergiversen deliberadamente, y es arrepentirse de no haber hecho algo. Mi amiga tampoco recordará que cuando me presentó a Maria Mercè Marçal, en la presentación de La passió segons Renée Vivien en la librería Còmplices, la poeta me preguntó cuando le extendí mi ejemplar: “L’has llegit?” (“¿Lo has leído?”). Su hija Heura, que nos miraba un poco atrasada, le dijo: “Mira, el punt”. Y es que ya iba yo por la mitad y por la mitad de la mitad. Me explico: ya lo había empezado a releer por el gusto de leer y releer, cosa que hago muy pocas veces, y por lo tanto había marcas en el texto a dos colores, cosa que creo que podía resultar un poco estrafalaria o revelar alguna manía temible. Pronto se añadió al corro otra mujer que dijo: “Aquest llibre s’ha de llegir amb tranquil·litat” (“Este libro se ha de leer con tranquilidad”). A lo que yo repuse: “Doncs jo crec que precisament aquesta novel·la no s’ha de llegir amb tranquil·litat” (“Pues yo creo que precisamente esta novela no se tiene que leer con tranquilidad”). Y la dedicatoria de Maria Mercè Marçal giró en torno a esta afirmación mía. Nos habíamos entendido en lo esencial.

En general, hay escritores para quienes la “cultura” o el “conocimiento” (uf) no son precisamente algo donde refugiarse con las zapatillas de franela a cuadros o la más aposentada bata de cachemira. Aunque bien es cierto que el conocimiento requiere de un cierto distanciamiento, hay que mojarse. Decía Flaubert, “habría que vivir como un burgués y escribir como un loco”. Servidora diría que Lucha Cuerda ni vive como una burguesa ni vive como una loca, pero que escribe hasta perder “la tranquilidad” famosa y recobrarla.
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Aa - En la última novela aún inédita que te leí había mucha peripecia o embrollo y abundaban las escenas que los de las tesis gustan de llamar “corales”. Por el contrario esta nueva novela me resultó a la primera lectura muy sobria y muy “castellana” y con unas frases de tanta desnudez como gravedad.
L.C. - En realidad yo creo que decir “sobrio” y decir “castellano” no es necesariamente lo mismo por más que eso les guste mucho a los castellanos, porque con la palabra “sobriedad” disfrazan a veces mezquindades o apatías. En el caso de la novela, la sobriedad viene dada por la historia que se cuenta, al tratarse de una relación entre dos hombres de cuarenta y setenta y ocho años que hacen una revisión introspectiva de lo que ha sido su vida hasta ese momento. En la siguiente novela sucede todo lo contrario, es una obra con mucho movimiento y lógicamente cambia el tono. Y así en cada obra que he escrito. Yo no creo que el tono de un escritor haya de ser el mismo, todo lo contrario. El tono ha de estar al servicio de lo que se cuenta. Otra cosa es el estilo. Pero el estilo, si lo hay, trasciende los tonos. Y si no lo hay, no hay nada que hacer aunque uno se plagie a sí mismo ad nauseam. Uno no puede “cultivar” un estilo como no puede “cultivar” la elegancia. Son cosas que o se tienen o no se tienen. Se puede imitarlas, pero no cuela.
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Aa - Estoy admirada de ver cómo a través de El chico de las cigüeñas tocas el quid de la cuestión y el il n’a pas de quoi, y el quid pro quo, y el e qui le qua y el that’s the question de la función de la literatura. Y claro, no lo haces desde una magnífica torre ebúrnea, ni desde la modestia siquiera. No es que contigo no se sepa qué fue primero, si la gallina o el huevo, es que dejas a la gallina y al huevo ahí a su bola y ellos se aclaran. Me explico: cuando parece que Ventura Vázquez no se va a dejar ayudar por Santiago Bernabé (los dos personajes principales), atacas el tema desde todos los puntos posibles sin apalancarte en el redentorismo buenista ni en el tremendismo fatalista. ¿Es la Geometría básica, a la que te referías el 2007 en “Conciencia sin fronteras”?
L.C. - No quisiera parecer “estupenda” con lo que voy a decir, pero no tengo nada que ver en las relaciones entre Santiago y Ventura. Yo iba escribiendo lo que me iba sonando dentro, como al dictado. Mi labor de escritora fue la de pulir, revisar y presentar luego esos diálogos. Y mi labor de autora fue la de convertirme en un canal para que ellos pudieran transmitir su existencia sin ninguna contaminación de mi ego. No siempre se consigue esto, pero cuando se logra uno sabe que, independientemente del reconocimiento o del éxito que su trabajo pueda tener, está haciendo algo grande. Posiblemente fue por todas las cosas que aprendí de esos dos hombres que se instalaron en mi interior durante año y medio (y que de vez en cuando asoman, como tantos otros personajes) por lo que, años más tarde escribí el artículo de “Geometría básica”.
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Aa - De hecho la geometría básica se plasma en esa portada de la novela en que, tal y como me pudiste decir, "la foto es de la Calle de Alcalá, pero tomada viniendo de Sol (no yendo hacia Sol, como suele ser habitual)". En todo caso, tu visión del conflicto, como gran tema, ¿crees que la has “agotado” en esta novela?
L.C. - Espero que no, francamente, porque todavía me gustaría seguir escribiendo unos años más. Normalmente el conflicto acompaña a la vida, tanto si lo reconocemos como si lo ocultamos. Convenientemente enfocado nos hace crecer. Y es imprescindible para la narrativa. Espero que, a medida que yo misma vaya evolucionando, pueda ir transmitiendo nuevos puntos de vista sobre este tema inagotable.
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Aa - Dejando el tema de los cronopios y las famas, a pesar de ser el año Cortázar, nos vamos del tema de los cronopios al de los cronotopos. Leo en otra enciclopedia: “El cronotopo es la unidad espacio-tiempo, indisoluble y de carácter formal expresivo. Es un discurrir del tiempo -cuarta dimensión-, densificado en el espacio y de éste en aquel donde ambos se interceptan y vuelven visibles al espectador y apreciables desde el punto de vista estético”. Yo no estoy segura de haber entendido bien la definición de “cronotopo”, pero me parece que es otra de las características o fortalezas de tu estilo. Es decir, a mí como lectora y como escritora de una enciclopedia, me maravilla lo bien definidas, sugestivas, efectivas, y sin embargo sencillas, que son tus “escenas”: sea “el corazón más podrido del viejo Madrid”, el cuarto de la pensión de Ventura, el espacio del coche de Santiago mientras conduce y suena “Time after time”, sea el beso del sillón de Santiago y Susana, la cena de Navidad en el pueblo soriano, el patio de la higuera con gato y grillo incluidos, sea la bienintencionada charanga del centro cívico. ¿Tus cronotopos, o lo que creo que son tus “cronotopos”, son producto de una técnica de escritura?
L.C. – Es difícil contestar esta pregunta cuando aún no me he repuesto del concepto “cronotopo” (totalmente desconocido para mí hasta ahora). Pero me imagino que no, porque yo no tengo técnica, tengo (voy teniendo) oficio, que no es lo mismo. La técnica se aprende y el oficio se adquiere. Por lo que la técnica puede imitarse y el oficio es personal, intransferible, siempre en evolución y bastante impredecible. Todo lo cual no lo hace cómodo, pero sí bastante simpático.
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Aa – También Cela hablaba de "oficio" más que de "profesión", cuando se refería a su labor como escritor. En la misma enciclopedia, leemos: “A menudo se ha reprochado a Baroja su descuido en la forma de escribir. Eso se debe a su tendencia antirretórica, pues rechazaba los largos y laberínticos periodos de los prolijos narradores del Realismo, actitud que compartió con otros contemporáneos suyos, así como el afán de crear lo que denomina una «retórica de tono menor», caracterizada por: Empleo del período corto. Sencillez y economía expresiva: «El escritor que con menos palabras da una sensación es el mejor». Impresionismo descriptivo: selección de rasgos significativos más que reproducción fotográfica al detalle característica de los minuciosos y documentados narradores del Realismo. Tono agrio, selección de un léxico que degrada la realidad a tono con la actitud pesimista del autor. Breves ensayos e intensos intermedios líricos. Tempo narrativo rápido, cronotopo dilatado. Diálogos respetuosos con la oralidad y la naturalidad. Deseo de exactitud y precisión, rasgos estilísticos que confieren la amenidad, el dinamismo y la sensación de naturalidad y vida que el escritor pretendía para sus novelas”. Mi pregunta es: ¿subscribirías la mayor parte de este “programa” barojiano (a excepción del “tono agrio”, claro está)? ¿A qué tradición, corriente o autores te sientes más cercana?
L.C. – Yo es que creo que don Pío daba excusas de mal pagador. Él era capaz de escribir muy bien, pero a veces no le daba la gana y entonces es cuando, con toda razón, se le reprochaba su descuido. Porque lo tenía, qué caramba. Aparte de eso, estoy totalmente de acuerdo con eso de “el escritor que con menos palabras da una sensación es el mejor”. Cuando digo que reescribo, después de la primera redacción de un trabajo, en realidad lo que hago es quitar y quitar y quitar hasta que surge la verdadera historia. Por eso, para mí los mejores narradores del mundo son los autores de las coplas, ya sean anónimos o conocidos. El que dijo: “Tu calle ya no es tu calle, que es una calle cualquiera camino de cualquier parte” ha dicho todo lo que se puede decir del tema. A partir de ahí, cada uno hace lo que puede o lo que sabe. A mí me gusta muchísimo cómo escribe Truman Capote. Y Luis Landero. Pero no me parezco a ninguno de los dos.
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Aa - Una buena copla, un buen libro. Gracias, Lucha, y felicidades.
L.C. - Muchísimas gracias, Marta.
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Elijo algunas de las frases de El chico de las cigüeñas, fuera de contexto, pero que son una muestra diáfana de lo que yo pretendía hacer llegar de Cuerda a este blog:

“«Tenía puestas en ti muchas esperanzas», me dijo entonces mi madre. Y yo escupí más que hablé: “No, eso tú. Él lo que tenía era confianza en mí.”

“En realidad, tendría que ser ella la que se fotografiase y la que contestase en las entrevistas a cuestiones tan peregrinas como si considero que mi generación está compuesta por individuos aislados o hay, pese a todo, una cierta cohesión en nuestra manera de mirar. “Mirar a dónde”, clamo yo para mí. Y me parece que a quien habría que hacerle la entrevista es a quien es capaz de elaborar tan estupendas preguntas. “Sólo soy un pobre escritor”, dije una vez, a punto de rendirme. Y ese fue el titular de la entrevista, en una revista literaria, y los demás escritores se rieron de mí en el siguiente número. Sin embargo Susana, además de que es más guapa que yo, sabe hablar con los periodistas de una forma maravillosa. “¿Cómo lo haces?”, le pregunté un día. “Porque no me lo creo. Ellos te preguntan cosas de las que no les interesa la respuesta. Preguntan para lucirse. Son poetas de la interrogación. Cualquier cosa que contestes vale, siempre que no pretendas ser coherente.” Pero yo no consigo ser suficientemente incoherente. En el pueblo, a la gente así le decíamos que le faltaba un tornillo. Cuando yo pensaba en ser escritor no me imaginaba posando en la piscina con cara de idiota. Me veía en un busto, como Don Miguel de Unamuno.”

“-Treinta años más viejo.
-No. Treinta años más triste.”

“ -Dicen que hay que estar loco para escribir bien”
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“Es mejor el dolor que te llega a través de las sensaciones que el que te proporciona el cerebro. El primero es un dolor que se disuelve en lágrimas. El otro no, el otro se queda ahí agarrado, royendo como un perro rabioso los pobres huesos de tus justificaciones.”

“A los tres cuartos de hora comienzan a aparecer los “zombies”, como él los llama: unos ancianos que se le parecen bastante a no ser en el aire de mansedumbre que ellos arrastran, junto con sus piernas, camino del resto de los bancos de la plaza, o a la mesa de ajedrez que nadie usa. A veces pienso que Madrid es la ciudad de los hombres abandonados.”

“Pero a ver, ¿a qué vienes tú a verme, vamos a ver, a hacer trabajo social? ¿Eres de esos que consideran que han de hacer algo por los demás porque la vida les ha tratado tan bien que se sienten obligados? ¡Menudos gilipollas! La vanidad elevada al cubo. Toda la vida los privilegiados han sido egocéntricos, insolidarios y crueles y así han dejado a los desgraciados la oportunidad de sentirse moralmente superiores. Pero ahora, tampoco. Sois más buenos que nadie. Ni eso nos dejáis.”

“Cuando uno pide ayuda no debería pedirla insultando”.

“Todo el mundo es alérgico a algo hoy en día. Y lo de menos es a qué. Es la cualidad de alérgico lo que importa, una hermandad de seres especiales que están haciendo de la excepción la regla como pasa con todo últimamente: divorciados, alérgicos, maricones, extranjeros y niños disfrazados de maleantes.”

“«Ventura fue un cobarde, y eso es todo; y tu madre, una mujer que, como pasa tantas veces, se obsesionó con un hombre que valía cien veces menos que ella. » También Susana pierde los modales, o más bien los modos, esa ecuanimidad, esa dulzura con la que pastoreó desde siempre mis toscos sentimientos -morir de amor, corazón partido, te di mi vida entera, si tú me dices ven lo dejo todo-, mis toscos sentimientos de bolero.
Amor civilizado el nuestro, amor perfecto sin nada vergonzoso que ocultar. Diría que inhumano si no fuera porque ella es absolutamente humana, que la educación no desmiente la humanidad sino que la potencia; eso dicen y, además, eso es.
Inhumano, tal vez, el otro amor: el cobarde, el estéril, el que no proporciona felicidad sino desdicha, el que se enquista en el corazón y desde allí emite sus distorsiones como una vieja radio abandonada en un antiguo campo de batalla de una guerra que se perdió para siempre. Pero fascina siempre la imagen de esa radio enterrada en el desierto, empeñada en cumplir su destino de radio, de vocera tozuda sin esperanza, ajena a la marcha del mundo y de la vida más allá de la duna donde la abandonaron. Fascina... me fascina: a ella le inquieta.”

“Creí que era una simple beatona y resulta que es una fanática paranoica.
-¿Lo ve como no hay que juzgar a la ligera?
-Y una sádica. Está preparando las fiestas de Navidad con verdadera saña.”

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