2.6.09

Post 288: La alegría de Beethoven


LFB acogió el otro día una entrada que simplemente era una reflexión sobre lo que le había pasado a Beethoven con el Himno de la alegría:
"Quiero terminar con un sarcasmo que considero de máxima importancia a la hora de valorar la otra instrumentalización de la música. ¿Saben ustedes que cada vez que se interpreta en público el Himno a la Alegría beethoveniano extraído de su Novena sinfonía, ese mismo que canta a la libertad y a la hermandad entre los hombres, y que ha sido adoptado como emblema de la Unión Europea, hay que pagarle los derechos de reproducción a los herederos de un ex nazi? El Himno a la Alegría de Beethoven fue adaptado y registrado legalmente por Herbert von Karajan, militante voluntario del partido nazi desde 1939 hasta 1945. La Unión Europea aceptó por contrato que se considerara como obra de Karajan y no de Beethoven. ¡Y luego dicen que el destino no le fue aciago al sordo de Bonn!" ("Fidelio, el hijo más querido", de Gregorio Morán en "La Vanguardia" del sábado 22 de mayo).
Curiosamente, no han pasado ni dos telediarios y ya hemos tenido ocasión de ver en Cataluña un Vídeo televisivo del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) para la campaña de las elecciones europeas del próximo 7 de junio con el himno. El vídeo está dentro del estilo publicitario que ha hecho suyo el PSOE y el PSC. No me voy a detener en la calaña de lo que pretendidamente se expone en ese montaje audiovisual ni tampoco voy a hacer ninguna reflexión de la alta concentración de tópicos manidos. No voy a señalar la chapuza regurgitante o síntesis ideológica que muestra, no, tampoco me quiero explayar en el uso del "Himno de la alegría", basado en el poema de Friedrich Schiller, que es en substancia el himno europeo, aunque los derechos de reproducción los cobrarán los herederos de Herbert Von Karajan por tratarse de una adaptación del célebre director, como ha denunciado Gregorio Morán. En lo que en todo caso me querría detener es en qué quedaría la alegría de Beethoven ante tanto despropósito.

También me acordaba de la alegría de Beethoven –uno de mis compositores más queridos por no decir el más querido- el sábado, ante la representación de “Fidelio” en el Liceu, después de 25 años fuera de Barcelona. Roger Alier le dedicó en “La Vanguardia” del pasado 20 de mayo una crítica titulada “Flojelio”, que con ese título ya lo dice todo. Se dirá que peor que “Flojelio” hubiera sido “Flagelio”, pero ahí queda eso:
“Fidelio Autores: Ludwig van Beethoven, sobre libreto de Joseph von Sonnleithner, revisado por von S. von Breuning y G. F. Treitschke Intérpretes: Karita Mattila (Leonore/ Fidelio), Clifton Forbis (Florestan), Stephen Milling (Rocco), Elena de la Merced (Marzelline); Cor de Cambra del Palau de la Música; Coro y Orquestra Simfònica del Liceu Dirección orquestal: Sebastian Weigle Producción: Metropolitan Opera House Lugar y fecha: Gran Teatre del Liceu (18/ V/ 2009)
Si la obra acabó logrando un cierto respaldo del público fue porque se presentó con dignidad escénica. […]
Watanabe Seitei
Pero la gran soprano finlandesa Karita Mattila, que tenía que haber sido la joya de esta corona, apareció en pobres condiciones vocales; su difícil escena que se inicia con el recitativo Abscheulicher y culmina en una complicada aria que la enfrenta con tres trompas solistas la cogió baja de intensidades y con dificultades en los agudos, y hacia el final de la ópera también andaba bastante de capa caída después de haber perdido fuerza e intensidad a lo largo del segundo acto en su dúo con Florestan. Este personaje fue defendido sólo a medias por el tenor Clifton Forbis, con patentes problemas de agudos y fallos vocales que provocaron una perceptible decepción en el público, que le tributó bastantes protestas al final de la obra. Bien, en cambio, el Rocco de Stephen Milling; fue de los pocos que dio personalidad a su personaje y además cantó con suficiencia tanto en su breve aria como en el cuarteto y en sus restantes intervenciones. Elena de la Merced no logró brillar mucho en su aria como Marzelline pero tuvo intervenciones bastante buenas en números sucesivos. También se distinguió por su voz eficaz y bonita el tenor lírico Matthias Klink como Jaquino (al que la dirección escénica le dio una reconciliación con Marzelline que el libreto no le concede), y el barítono Terje Stensvold cumplió en el papel del malvado Don Pizarro. Sólo pasable el Don Fernando de Anders Larsson. El maestro Sebastian Weigle dirigió con fuertes tensiones que no siempre dieron el resultado adecuado en la orquesta. Los coros fusionados funcionaron bastante bien, pero no llegaron a emocionar en la escena de la liberación de la cárcel, en parte por la poca gracia con que fue llevado su movimiento por la dirección escénica de Jürgen Flimm, que nos ofreció una historia sin garra (la labor redentora de Leonora quedó embarullada entre cuchillo y pistola) y que terminó la obra con una juerguecita del coro que parecía más una fiesta de fin de curso, muy bien cantada, eso sí. Pero pese a todo se impuso la autoridad de Beethoven y al final el público salió relativamente satisfecho del reencuentro con su obra”. 
Me molesto o os molesto volcando prácticamente toda la crítica, para que de paso tengamos en la enciclopedia una muestra del lenguaje de la crítica operística, aunque la muestra no sea muy representativa, al lado de otros florilegios que sí podríamos incorporar del lenguaje taurino o del lenguaje gastronómico. He leído informes urológicos sobre adenomas de próstata cuyas descripciones del chorro miccional no tienen nada que envidiar a las jaculatorias de los catadores de vinos. No olvidemos, dicho sea de paso, que los antiguos físicos analizaban las muestras de sus pacientes con todos los cinco sentidos. Pero no abandonemos lo que nos ocupaba, la alegría de Beethoven, y volvamos a “Fidelio”/”Flojelio”. En mi modesta opinión, la escenografía fue excelente, el coro de los prisioneros liberados tenía menos brillo que un zapato de gamuza y la orquesta casi no se oía. ¿Por qué no se oía la orquesta, me pregunto mientras clavo mi pupila marrón en vuestras pupilas negras, verdes, azules, acastañadas? Pues para que los cantantes pudieran cantar bajito y no estropearse las cuerdas vocales ni el peinado ni nada, me figuro. Entonces mi segunda pregunta, la de verdad, sería: ¿hay derecho a lo que se está haciendo con el coro de prisioneros de “Fidelio” y el “Himno de la alegría” de Schiller/Beethoven? O, dicho de otra manera, ¿puede prevalecer o al menos sobrevivir el genio sobre la chapuza, el dinero fácil y el flojerío?
“Fidelio” –una obra que no en vano aparece tanto en la película “Gertrud” (C. T. Dreyer, 1964) como en “Eyes wide shut” (S. Kubrick, 1999)- es, para mí, una de esas óperas cuya letra no deshonra la música. No sólo no es inverosímil, sino que además no es ridícula ni disparatada o sadomasoquista o sádica, como lo son algunos libretos de Verdi, quien no podía escribir un aria para una soprano si no torturaba antes un poquito a su personaje hasta hacerla llorar. Ahora, lo que yo me he reído a costa de la Caballé haciendo de Traviata, y por lo tanto de tuberculosa, con sus 10 arrobas de arboladura haciendo como que escupía trozos de pulmón entre sollozos, no lo sabe nadie. Sin embargo, hasta la alegría en Beethoven es desgarradora y una no sabe, ante sinfonías como la Séptima, si se encuentra ante el Romanticismo en estado puro o ante algo que aún no tiene nombre. Porque no todo está en los nombres.
Quiero desde aquí rendirles homenaje a las vedettes y otras artistas de "El molino rojo", que estaba en el Paralelo y acogía un espectáculo de varietés. Las artistas además de tener unas buenas piernas tenían que ser simpáticas y ocurrentes, porque tenían unos parroquianos fijos y no hubieran soportado ver todas las noches el mismo espectáculo sin morcillas ni interpelaciones o salidas de madre. O sí. Vaya como muestra de lo que se les pide a los artistas de verdad, porque la técnica sobre las tablas ya se les supone.

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