12.7.09

Los otros

"Yo y el otro: retratos en la fotografía india contemporánea" (La Virreina Centre de la Imatge, 10 de julio-27 de septiembre de 2009) (Foto: Aaoiue)

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad” (Q, I,1) (Centro Virtual Cervantes)

“In a village of La Mancha, the name of which I have no desire to call to mind, there lived not long since one of those gentlemen that keep a lance in the lance-rack, an old buckler, a lean hack, and a greyhound for coursing. An olla of rather more beef than mutton, a salad on mostnights, scraps on Saturdays, lentils on Fridays, and a pigeon or so extra on Sundays, made away with three-quarters of his income. The rest of it went in a doublet of fine cloth and velvet breeches and shoes to match for holidays, while on week-days he made a brave figure in his best homespun. He had in his house a housekeeper past forty, a niece under twenty, and a lad for the field and market-place, who used to saddle the hack as well as handle the bill-hook. The age of this gentleman of ours was bordering on fifty; he was of a hardy habit, spare, gaunt-featured, a very early riser and a great sportsman. They will have it his surname was Quixada or Quesada (for here there is some difference of opinion among the authors who write on the subject), although from reasonable conjectures it seems plain that he was called Quexana. This, however, is of but little importance to our tale; it will be enough not to stray a hair's breadth from the truth in the telling of it.” (Q, I, 1) (Proyecto Gutenberg

No me refiero a la película de Amenábar. Me refiero a los otros, opuestos a "los demás" (*). En Barcelona coinciden dos exposiciones sobre el retrato: una, fotográfica, de la India contemporánea, en La Virreina (“Yo y el otro”); otra en el Museu Arqueològic de Catalunya sobre retrato romano, de 32 muestras, entre las cuales hay una de Livia, la tía de Claudio.
Para variar, consigo recordar un pasaje del LLibre de meravelles de Ramon Llull sobre la gran variedad que tienen los rostros humanos, lo consigo, pero no consigo localizarlo. La fascinación que para mí tiene observar esa variedad de la que se maravillaba Llull no es ni mucho menos proporcional a mi capacidad para desarrollarla a través del retrato, y ni siquiera de la caricatura. Me vería capaz de intentar hacer incluso dibujos naturalistas y colorear a través de la difícil técnica de la acuarela, o como mínimo hacer una cuaderno de campo. Parece sólo cuestión de técnica (al lado del arte de retrato y el autorretrato) remedar las láminas de Leonhart Fuchs, José Celestino Mutis -el que salía en los billetes de 2000 pesetas-, Anna Maria Sibylla Merian, William Bartram, o los trabajos de los maestros chinos y persas y los de las monjas que pintan con florecillas idénticas vajillas enteras de 12 servicios con el primor y la precisión de la monja gitana de García Lorca.
Será por eso, porque una cara es un mundo, por lo que la cirugía plástica resulta tan decepcionante. La cirugía plástica para mí es una aberración, excepto cuando se trata de poner remedio a los estragos de una enfermedad o un accidente. Ahí es un enorme bien. La cirugía estética, por el contrario, es una pena. Y es una aberración no solo porque –como dijera Adolfo Domínguez- la arruga es bella, sino porque los resultados hasta el día de hoy de la cirugía plástica tienden a mostrar unos patrones y a reproducirlos. Y no digamos nada de casos como el del desventurado Michael Jackson, recientemente fallecido, que parecía la “viva imagen” de Nefertiti, quien a su vez tampoco era muy auténtica que se diga, o de su momia.
Una de mis escenas preferidas de "Brazil" (Terry Gilliam, 1985) es la de la tía o la madre de Jonathan Price, cuando se le descomponen los efectos de la cirugía plástica en torno a la escena del atentado terrorista en un restaurante. Es una película visionaria que me gusta volver a ver, como “Mon oncle”, “El guateque”, “Benhur” o “Gertrud”. Tiene todos los elementos que han prosperado con el tiempo: el ministerio de información bajo un clon de Joseph Goebbles, los errores/horrores informáticos blindados, los puestos de trabajo alienantes en lugares absolutamente hostiles y reducidos, imponentes, asfixiantes; la ciudad inhumana, postindustrial y espectral, como de pesadilla; los electricistas o fontaneros que parece que trabajan para organizaciones paragubernamentales, y también las cirugías psiquiátrica y plástica.
La tersura de la piel se consigue por lo general a costa de eliminar las huellas de la expresión, que son como el mapa o el laberinto de la vida de cada cual, la impresión de los días, las galeradas corregidas de las noches en blanco y de los buenos ratos. Cuando el cabello encanece no hace más que suavizar la dureza de los surcos de la edad, por más que habrá quien en una guerra personal contra las canas se teñirá el pelo con un tinte que cuanto más se aleje de la verdadera naturaleza más esperpéntico resultará. En la Roma áurea los bustos con los retratos de sus dueños permitían renovar el peinado e ir poniendo las pelucas pétreas de moda o según la ocasión. Siglos después, en salones como el de la Marquesa de Pompadour, las señoras marcadas por la viruela usaban estratégicamente lunares postizos. Con el objeto de tapar los cráteres producidos por el virus y también con el objeto de darles significados corteses que sólo podían ser modificados o matizados por el no menos sofisticado lenguaje de los pañuelos, los guantes y los abanicos. Toda la artillería de lunares maquillados, pelucones o ventalles debía superponerse a algún mohín de repulsión o simplemente de coquetería, de desagrado o desaprobación, a gestos en cualquier caso tan perfectamente decodificables como los de la ceremonia del té más rígida. Los estragos de la afectación y de la rigidez en la vieja Europa siempre se han visto corregidos por la tendencia opuesta, la naturalidad, que a veces es mucho más rebuscada, como observo que lo es el “despeinado” de mi sobrina, que se pasa cosa de una hora solo con el pelo y el resultado es como si se hubiera estado moñeando a muerte con un oso o con tres hidras venenosas y sendas furias infernales.
En mis paseos por mi ciudad, o por otras ciudades, contradictoriamente, lo que más me gusta es observar o mirar con disimulo a la gente y sin embargo lo que más me molesta en las fotografías es que salga la gente. En Barcelona es imposible hacer fotos sin gente durante las horas centrales del día. Es algo que no sé explicar de otra manera que de la manera en que lo intento explicar. Esa es un poco mi relación con los otros y con los demás y con los de más allá. Para disfrutar de la compañía debo estar mucho tiempo sola, de la misma manera que hay gente que seguramente tendrá que estar mucho tiempo en compañía para soportar sus soledad. A todo lo cual lo único que tengo que añadir es que, si algo bueno tiene hacerse vieja, es el ver a los amigos y a las personas que más o menos nos han acompañado en nuestra vida en perspectiva. Creo que Picasso, al referirse a su retrato de Gertrude Stein, según cuenta la escritora en su autobiografía, dijo que no se le parecía pero que se le parecería.
Para acabar, se me ocurre el caso de alguien que cuando conocí (parece que lo estoy viendo) destacaba por su serenidad, la moderación de su lenguaje, de sus gestos, de su manera de actuar. Eso fue así hasta que al cabo de unos veinte años de haberlo tratado, mientras compartíamos la mesa, salió inevitablemente un tema que le enervó hasta tal punto que me descubrió una faceta para mí insólita de alguien que hasta entonces nunca había dicho una palabra altisonante ni áspera ni nada. Hasta se sonrojó por la ira. Claro que yo prefiero mil veces la ira que hace enrojecer que la ira que hace empalidecer. Así que es bien cierto que nunca acabamos de conocer a nadie enteramente, y que la naturaleza humana tiene el mayor interés si no somos exigentes y estamos dispuestos a soportarnos los unos a los otros.
(*) Tengo entendido que la gramática el gallego hace la distinción entre nós ("nosotros") y nosoutros (que correspondería a una parte de los que forman el grupo más amplio llamado nós). Esta forma no la he visto en funcionamiento, pero la señalo.

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