15.7.09

Trini Domínguez (y yo)

Trini. Foto: Aaoiue



"La buhardilla" (Carl Spitzweg, 1849)

A Víctor González, que pronto celebrará su cumpleaños. En vida nuestra.

Spitzweg tiene por lo menos tres óleos en los que aparecen pintadas jaulas de pájaros (“El eremita asando pollos”, "El hipocondríaco" y "Humo sospechoso") y uno en el que un pájaro negro (un mirlo tal vez) es sorprendido en el alféizar de la ventana de un estudioso (“La visita”) o un estudioso es sorprendido en su gabinete por un pájaro negro. En estos lienzos, como en el que reproduzco, encontramos una constante de Spitzweg: el motivo de la ventana o el de un espacio íntimo entre el “interior” y el “exterior”, las figuras de perfil y lo que días atrás señalamos como el estilo “Biedermeier” burgués, decepcionado y postromántico. El cuadrito del post actual tiene además otro elemento constante en Carl Spitzweg, el humorismo. Y es que notamos como las jaulas están resguardadas del sol pero que sin embargo riega las plantas –que a su vez son de un Biedermeier que echa para atrás- a deshoras, con lo cual se nos da a entender que probablemente es una excusa para coincidir con la vecina de la mansarde de enfrente, la cual a su vez se estaría haciendo también la encontradiza. Esta picardía es a todo lo más que llega Carl Spitzweg en la gama del humorismo de su paleta, llena de matices delicados y que podrían ser aptos para la mirada de un niño y agradables para la de un anciano. Y es que estos días voy pensando para mí que los ancianos, contrariamente a lo que yo creía, con los años van debilitándose y todo se les hace una montaña.
Creo entender bastante bien el motivo de las jaulas en mi admirado Spitzweg porque yo también soy una postromántica, una decepcionada y alguien que necesita encontrar un matiz delicado de humorismo en este día a día sin pan nuestro o sin paz nuestra por el que a veces transitamos como las bolas de un flipper o pinball, que antes en Barcelona al menos se conocían como “máquinas del millón” y que en las que con un duro (si iban mal dadas) podías jugar dos partidas, pero si ibas bien podías sacar más. Una vez, en Oporto –sería a finales de los ochenta- estuve jugando toda una tarde con una moneda de 1 escudo y tenía más bolas extras de las que hubiera podido jugar en 5 años. Era sólo porque estaba acostumbrada a una máquina del millón mucho más rápida y aquello era coser y cantar. Dejé la partida de puro tedio porque aunque aquello era el sueño de todo jugador de máquina del millón, jugar gratis toda la tarde, ver la trayectoria de la bola tan claramente y como en cámara lenta no tenía ninguna gracia. Desde que salía la bola por la órbita (vid. Glosario magnífico en español de toda la jerga de la flippomanía) hasta que llegaba a lo que propiamente son los flippers o petacos, daba tiempo de tomar dos sorbos de café y hasta de ir al lavabo si apurabas.
Trini ha tenido con ésta 4 jaulas, a no ser que pensemos que son las jaulas las que la han tenido a él. Una vez vi en la basura, cabe un container, una jaulita con un jilguero muerto adentro. No se habían molestado los dueños ya no digo en darle sepultura, pero sí al menos en permitirle tener un fin más digno como animal. Pero ¿qué queréis?, el mundo está perdido. Recuerdo que anteayer le oí claramente a una abuela echarle una reprimenda en toda la regla a su nieto, de unos 8-9 años. Conste que al principio la regañina iba bien de acuerdo con el canon clásico de amonestación, grito, sacudida y velada amenaza a cajas destempladas. Pero todo lo estropeó cuando le espetó “¡idiota!, ¡maricón de mierda!”. A mi, mira que me han reñido de niña, la mayor parte de veces sin merecerlo, por supuesto, pero mis mayores se turnaban –nunca me reñían todos a la vez como si se tratara de un linchamiento- y además jamás jamás me insultaron. Mi tía pequeña, que estaba un poco digamos desequilibrada por aquel entonces, enamorada, como mucho, me decía: “te voy a coger y te voy a reventar la cabeza contra la pared hasta que me canse”, pero insultarme no me insultó nunca. Si ahora las abuelas insultan a sus nietos, ¿pues qué no harán las madres?
Pues, eso, que Trini va por la cuarta jaula, por vicisitudes de la vida, porque ya tiene 11 años, que los cumplió en febrero. Trini es pequeño y suave, como Platero, el burro de Juan Ramón Jiménez, pero peludo no es. Tiene plumas ¡y buen tiempo que se pasa en tenerlas limpias y lubricadas! Ahí en la foto, en el hueco de mi mano blanda, estaba enfermo. Fue el año pasado. Se dejaba coger y quedaba sobre la mano a plomo, como una tortilla francesa (por cierto, que las tortillas francesas son españolas). Ayunó 4 días y se repuso. Fue un sinvivir. Ha vuelto a cantar pero tengo la certeza de que está casi totalmente ciego y de que su cabeza no anda muy bien. Demencia senil agudizada por las cogorzas psicodélicas que se pilla con el platano fermentado mezclado con la ingesta de las bolitas de lino que hay entre el alpiste. Me contesta sólo si no me ve. Es decir, él no me puede ver cuando me acerco a él, sí, pero le debe asustar no verme y entonces sólo me responde si le llamo desde otra dependencia que no es la que en aquel momento hemos decidido que es ideal para él. El sufrimiento que me produce su ceguera no es nada comparado con el que le debe producir a él, supongo, pero es infinitamente mayor al que me provocaría una mancha de lejía en el pantalón que me he comprado para la boda de mi primo. Todo es relativo. Yo elegí como mascota un canario por las siguientes razones:
1) No son tan enganchosos como los periquitos.
2) Los machos cantan (*).
3) No puedo tener un elefante en mi casa o un delfín.
Saber que al parecer los romanos los utilizaban en las minas para detectar la falta de oxígeno y por lo tanto la presencia de una fuga peligrosa –ya que se ponían cianóticos, vulgo azules- me resultó muy atractivo, contra todo lo que podría pensarse. Los canarios, por lo menos los que se crían en Barcelona, creo que nacen todos en febrero, bajo el signo de Piscis, por lo tanto son muy razonables aunque dados a la melancolía. Trini demostró desde que lo compré por 3.000 pesetas en las Ramblas que era en el buen sentido de la palabra bueno. Le buscamos dos parejas pero fueron muy agresivas. Especialmente la segunda, que incluso defecaba encima del plumaje alimonado de mi pajarito. La caca de Maricarmen resbalaba sobre el prístino plumaje de Trinidad, que la miraba desde un palo inferior con una dignidad y una resignación incompatibles en la pura teoría con el tamaño de su cerebro. Mi padre, que en gloria esté, se indignaba. Maricarmen se escapó un día y Trini no la llamó. La primera canaria también se salió de la jaula y él la estuvo llamando ("piiii, piiiii") dos días. Era desgarrador, lo prometo. Lo prometo aunque no haga falta, porque yo no solo no digo mentiras sino que además digo la verdad. Ya se m irá pasando.
Cuando el otro día me pasaron el artículo en “El País” de Elvira Lindo sobre su perro viejo, chocho, me di cuenta de que mi sufrimiento sería mucho mayor con una mascota canina. Y con un elefante ya no digamos. Sobre todo porque mi Trini nunca ha demostrado ningún deseo de comunicarse conmigo, aparte de corresponder mis silbidos o, hace unos años, exigirme su hoja de lechuga oscilando sobre el lado de la jaula al uso. Aprecia que le hablemos cuando está triste, pero poco más. Ya le he dicho a mi madre, que es quien ahora lo cuida, que si se muere que me le insufle aire por el pico con la ayuda del tubo de un bolígrafo Bic y que –si no reaccionara- que lo envuelva en un papelito de diario y después en papel de aluminio y que lo meta en el congelador. Dice que no, pero lo hará. Luego me lo llevaría a misa para que recibiera la bendición del final del rito y lo enterraría en la maceta de mi granado o bien en un sitio que yo sé en Collserola. Uno desde el cual hay una vista espléndida de la famosa skyline.
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(*) Aunque por el nombre, "Trini", se podría pensar que se trata de una hembra, no, es un macho. Le puse "Trinidad" por el misterio, por "Le llamaban Trinidad" (Enzo Barboni, 1971), y por sus trinos. La otra posibilidad, que fue rápidamente descartada en cuanto le vi entusiasmarse con el ruido de una apisonadora pneumática, era llamarlo Chindasvinto, como uno de los reyes godos.
¡Ah! y yo no me llamo Marta-Rosa, me llamo Marta-Raquel. Que me estoy encontrando en el Feedjit que alguien me busca como "Marta-Rosa Domínguez Senra" (¿?#~€~\) en el buscador y yo soy Marta-Raquel, donde Raquel es un apelativo que sale en el Cantar de los Cantares y quiere decir "corderita" en hebreo y era el nombre de mi madrina de bautismo. 


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