27.8.09

La parte contratante de la primera parte


"Acabo de hablar de nacionales y rojos, ésa era la forma usual de llamar a uno y otro bando, a la una y la otra zona; después empezó a matizarse la nomenclatura y a lastrarse de cariz político
cada palabra. A los nacionalistas se les llamó nacionalistas, facciosos y rebeldes;
los nacionalistas, al acabar la guerra, dieron la vuelta
a la tortilla y, rizando el rizo, consideraron facciosos a los otros y metieron en
cárcel a no pocos perdedores por auxilio a la rebelión; a los rojos se les
conoció también por republicanos y leales. Lo grave no
es esto, la verdad es que estas formas de decir no
tenían la menor importancia; lo grave es que los ambos lados
en liza, uno se llamo a sí mismo antifascista y el otro antimarxista,
cosa que a mí me da muy mala espina porque
esto de juzgar a la contra es deformante y malsano
y demuestra, sobre todo escasa imaginación,
malos y torpes sentimientos".
C. J. Cela, Memorias, entendimientos y voluntades.

esde hace unos años vengo leyendo y reuniendo, a veces reuniendo y leyendo, una colección de autobiografías que creo que empecé con la de Torres Villarroel y que recientemente se ha visto aumentada por haber heredado parte de la biblioteca de mi amigo José Pedro Delgado, que murió el pasado mes de junio. Son dos obras autobiográficas, la de su niñez, que primero me pasó desapercibida, La rosa, y Memorias, entendimientos y voluntades, cuyo título es más trasparente. El segundo título remite a las llamadas "potencias del alma", para mí inevitablemente unidas a una de las mejores fotos de Cristina García Rodero. Por cierto, que aunque "El País" da la noticia de la incorporación de la fotógrafa a la Agencia Magnum como una noticia fresca el 12 de julio, que yo recuerde (y ya no digamos que yo sepa y que yo quiera) ya estaba en su web este invierno tan largo y tan frío.
Aunque allá por el año 1991 la revista "Anthropos" publicó un número y un monográfico sobre el género autobiográfico ("La autobiografía en la España contemporánea" y "La autobiografía y sus problemas teóricos") no ando muy documentada, pero sí puedo decir -en atención a quien se quiera iniciar- dos cosas:
1.      Que hay muchas autobiografías que pasan desapercibidas, incluso a los libreros, y que no se clasifican en la sección correspondiente por culpa de que sus títulos no trasmiten ese particular.
2.      Que ya en las primeras líneas de este tipo de textos literarios se recibe o no la sensación de encontrarse ante una obra modelo de lucimiento y conquistas, o una obra de ejemplo de indagación. El segundo tipo de representación autobiográfica es el que me gusta más incluso en el caso de que la vida no tenga ningún sentido, que no lo sé.
Entre las autobiografías que pasan desapercibidas del grupo 1 están La arboleda perdida de Rafael Alberti y hasta La memoria de la melancolía, de la que fue su esposa, María Teresa León. También El peso de la paja de Terenci Moix o Desde el amanecer de Rosa Chacel, y por supuesto la Autobiografía de Alice Tocklas de Gertrude Stein y El laberinto del mundo de Marguerite Yourcenar o El mundo de ayer de Stefan Zweig o El libro de la vida de Santa Teresa, Aquella mitad de mi tiempo de Javier Marías, o Días felices en Argüelles de Umbral.
Aunque en mi colección recojo los Carnets de Camus, el Quadern gris de Josep Pla, los Diarios de Katherine Mansfield, los Cuadernos de todo de Carmen Martín Gaite y algunos epistolarios, me interesan más por su voluntad literaria unívoca las autobiografías. A pesar de que he leído la autobiografía de la infancia de Katherine Hepburn (Little me), o las de Chagall, Isadora Duncan, Alma Mahler y Mahatma Gandhi, no estoy tan interesada por la persona en sí y sus logros como por la manera como ha vivido su vida, como la expone, o simplemente lo que de ella desea dar a conocer y recordar, cuestiones en las que los escritores andan más comprometidos o implicados.
Este mes releí Alexis o el tratado del inútil combate, que es una carta. El examen de conciencia da forma a la carta de Alexis a su mujer, Mónica, como Las confesiones de San Agustín o las de Rousseau dieron forma a las autobiografías, en una extraña trasposición de géneros. Por lo tanto, además de la posible influencia de las historias de la Biblia en la literatura clásica, y de ciertos valores católicos cristianos, también habría que admitir una influencia formal al menos como posible hipótesis.
Cuando somos lectores se avivan ante nuestros ojos las frases que se repiten y también parecen desfilar solemnemente aquellas que subscribiríamos, como para mí es la que abre el post de hoy, la de Cela. Es una idea que vengo meditando desde que empezó *A la flor del berro: la parte contratante de la primera parte puede concentrarse o enfocarse en sus filias o bien en sus fobias. Se dirá que son inclinaciones o pulsiones complementarias (el forofo del Real Madrid será antibarcelonista), pero también se admitirá que las personas guiadas, inspiradas o dominadas por sus propias fobias, además de nocivas no son útiles. Bueno, a lo mejor son útiles sólo estadísticamente o electoralmente. Para hacer bulto.
Hace unas semanas intentaba desarrollar una entrada sobre las ideas objeto y bajo la consigna "pensar globalmente, actuar localmente" en la que a duras penas conseguí abrirme paso en mi defensa de que era mejor apoyar a una organización como Caritas o Unicef y no a organizaciones específicas que no sé si a la larga estarían interesadas en resolver los problemas que son su razón de ser. El modelo de Amnesty International o Caritas o Unicef me convencen porque son capaces de movilizar los recursos donde son necesarios y a la par de los tiempos y las calamidades. Me temo, siguiendo ese mismo razonamiento un tanto desvalido, que los fóbicos se apuntalan en sus rencores por idénticas razones, porque los convierten en su razón de ser. A veces servidora ha tenido la sensación de que incluso cuando le diéramos la razón a un fóbico (o no se la quitáramos, si es que se puede), el fóbico seguiría ahí en su órbita biliosa o colérica de aversión, odio puro y duro o encono. Nunca aceptarían al "otro". Al otro, según el fóbico hay que escracharlo (palabra, junto a otras más lindas, que me ha descubierto Liliana Costa Staksrud, que no Starsbucks). La palabra está en el DRAE, que la recoge indicando su origen argentino y uruguayo. Me hace gracia, porque escrachar me recuerda al gato de "Itchy and Scratchy", la serie violentísima de dibujos animados de ficción en la serie televisiva "Los Simpson", del programa de Krusty el payaso.
Por esta razón, por la sinrazón de los fóbicos antifílicos, es por la que mi entrada de hoy empieza con la escena de la fiesta de no cumpleaños, que le dedico a todos las personas que hoy no cumplen años, y acabo con el principio de la autobiografía de Chagall:
"Lo primero que vieron mis ojos fue una abrevadero. Sencillo, cuadrado, medio huevo, casi oval. Un abrevadero de mercado. Cuando estaba dentro, lo ocupaba totalmente.
No me acuerdo ya -fue mi madre quién me lo contó?- pero en el mismo instante en que nací, en una casita cercana a la carretera en las afueras de Vitebsk, detrás de una cárcel, estalló un gran incendio.
La ciudad estaba en llamas, el barrio de los pobres judíos.
Se llevaron la cama y el colchón, a la madre y su bebé a sus pies, a un lugar seguro al otro lado de la ciudad.
Pero, ante todo, yo nací muerto.
No quise vivir. Imaginaos una burbuja blanca que no quiere vivir. Como si la hubieran atestado de cuadros de Chagall.
La pincharon con alfileres, la metieron en un cubo de agua. Al final se queja con un leve piar.
Esencialmente, yo nací muerto".

¡ F E L I Z **N O** C U M P L E A Ñ O S !

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