17.1.10

La embriagadora tristeza



“Pobre barquilla mía”
En los últimos años es posible ver por aquí alguna cuereta, esp. motacilla alba. Dicen que los gorriones van despareciendo por su sensibilidad a los campos electromagnéticos de las torres de telefonía móvil. Sin embargo, ver motacillas albas no es un triunfo de nuestro medio ambiente ni de nuestro ambientazo, más bien es un signo de la desintegración de la Sierra que nos rodea. La Sierra de Collserola. No he sido capaz de fotografiar ninguna de las que a veces se posan en la baranda de mi terraza. Además, empiezo a constatar una relación directa entre tener la cámara o la grabadora a punto y que no venga ningún pajarito. Eso no deja de tener su gracia y de estar bien. Precisamente ayer oí en no sé cual emisora de radio que estaban pensado Ferran Adrià o gente cercana en darle a la gastronomía un nivel científico y por lo tanto incorporarla a los programas universitarios. Y servidora, sin considerar lo beneficioso o no que puede ser para la gastronomía someterla a un plan docente, piensa que ese empeño de “elevar” (¿o rebajar?) a ciencia las artes culinarias es, como otros empeños de poner “orden” o dar “nivel”.  Controlar. Estoy pensando en esa vía universitaria o científica para la cocina y en aquellas autopistas que permiten desplazamientos tan rápidos  como eficientes  y seguros pero que destrozan el paisaje y los caminos. Y van de la nada a ninguna parte, de oca a oca.

Chumy Chumez

Por lo demás, si sólo hubiera una forma de llegar a donde estamos, en sentido figurado, tal vez muchos de nosotros no habríamos llegado. Se dirá, “¿y qué?”.
Este año, que es año santo compostelano, serán muchos los caminantes que irán hacia Santiago por cualquiera de los caminos andados. Quien esto dice, hace bastantes años, hizo una parte del camino, pero es una parte que no se corresponde con la ruta tradicional (ni la franca, ni la de plata, ni nada), puesto que caminé el tramo que va desde Santiago a Finisterre o Fisterra. Y encima no tardé mucho en desviarme y tomar la dirección que me pedía el cuerpo (Serra de Outes), hacía la ría de Muros. Me fui hacia el mar, donde también hay caminos, dicen. Y verdaderamente sé que si no hubiera sabido al emprender el camino que me iba a poder desviar, es casi seguro que no lo habría emprendido. Para eso me quedaba tomando una clarita en la Plaza de la Quintana, precisamente encima de lo que fue el cementerio, la Quintana dos mortos.


El silencio de Dios
Fun glik fartribn bin ikh geblibn
On vayb. on kind ot do aleyn.
Di reder dreyen zikh
Di yorn geyen zikh,
Un eylent bin ikh vi a shteyn.
(Exiled from happiness, I remain without it. No wife or child, myself alone.
Wheel turns, years pass, I am lonely as a stone.
*)

Desde que estrenaron “O’brother” (2000) no había ido a ver ninguna película de los hermanos Coen. Ayer fui a ver “Un tipo serio” (“A serious man”, Joel Coen y Ethan Coen, 2009). En un radio de 4-6 butacas entorno a mí noté un cierto desencanto al final de la proyección, y algún comentario que no llegaba a ser displicente, pero casi. Y creo que todo esa atmósfera de decepción venía de que la película no concluye nada de lo que empieza, de que no ofrece respuestas. Y de que tampoco duda o niega nada, que es la otra opción manida actual. Por supuesto que no negaba nada. Es de suponer que los hermanos Coen conocen ese momento que se da en las salas, cuando se pasa de la casi total oscuridad a la no menos casi total penumbra y la platea se remueve como una cámara de gas.
De hecho, yo habré olvidado mucho de lo que vi en Estambul, pero lo que no creo que olvide nunca fue una frase que  oí  en un museo, a mi espalda, cuando dejé atrás una vitrina en la que se veía una vinagrera opalina  con rubíes y dorados propia de un sultán. Escuché: “Guarda, è comme la mia oliera” (“Mira, es como mi aceitera”). Ya es casualidad, oigan. Así es que lo que se puede oír en las salas de los museos y de las galerías, en las plateas, en los palcos y en otros lugares expuestos a los comentarios, es a veces digno de ser señalado. Lo de ayer no.
Precisamente “A serious man” trata de mostrar el viejo tema del silencio de Dios o de la falta total de sentido de esta vida nuestra. No es que yo afirme que no habrá quien se lo sepa dar (yo que sé, por ejemplo a través de las victorias del Barça o de su trayectoria profesional o de su proyección social o lo que sea). Que un profesor universitario de Física capaz de explicar el principio de la incertidumbre de Heinsenberg recurra sucesivamente a tres rabinos de su comunidad para intentar encontrar una salida a su situación, no deja de ser un tributo a la lógica del tres que rige tantos cuentos de la narrativa intemporal. Que como el Job bíblico pretenda que todo sea igual que antes, hace temblar los pilares de la Física, la Química y hasta los del sentido común. El desastre en que se está convirtiendo la vida de Larry Gopnik no está narrado con tintes melancólicos y no se usa ni almíbar, ni chantilly rosa, ni purpurina, ni atardeceres rojos , sino que se usa una paleta sesentera de cielos prístinos. Se diría que lo único feo o sórdido que aparece, además del quiste y el reno muerto, es el motel donde se acaba confinando con su hermano. El motelucho. Y los sueños. Eso sí, cada vez que Larry escucha su disco de Sidor Belarski y  oye “Dem Milners Trern” (“Las lágrimas de Miller”), cada vez, la situación familiar y la suya propia están peor. Qué embriagadora puede ser la tristeza.
La película acaba con el bajo -un bajo álgido que nos recuerda a Schubert- un tornado y la llamada inquietante del médico que lo explora al principio de la película. ¿Qué más finales podía haber? ¿Es que tenía arreglo la situación?


“A serious man” no sólo ilustra una de esas películas que aún quedan, de autor, sino una de esas películas en la que los directores han disfrutado haciéndola. Se nota. Ahora, a la vista del fotograma que extraje del tráiler, me doy cuenta de que cuando Gopnik da clase y explica el principio de Heinseberg en un encerado inmenso apabullante, se distingue una cabeza que no puede ser otra que la del amante de su mujer. Se le reconoce porque lleva una gorra azul, azul celeste como no podría haber otro en un decorado de 1967. ¿Figurante o broma? Ni figurante ni broma: todo, cine y del bueno. Ya cuesta más, pero también creo distinguir a su hijo y a su mujer.  Hablando de mujeres, hay que ver el género de mujeres que salen en la película. Solo se salva la vecina flipada, con su disco de “Somebody to love”.  No el sinfónico de Queen, evidentemente, sino el de Jefferson Airplane.

(*) Del inglés al español: “Exiliado de la felicidad, permanezco sin  ella. Sin esposa, sin hijo, solo. La rueda gira, los años pasan, estoy solo como una piedra.”

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