17.2.10

El Paleolítico Superior (I/III)

a imagen corresponde al barrio en el que me crié, pero puesta justo 90 grados a la izquierda o a la derecha de como en realidad aparece. Tanto da. Ya se sabe la dificultad que tenemos las mujeres para interpretar los mapas. Aparte de eso, me gusta probar escorzos e inversiones. A veces en los talleres de los pintores los cuadros están apoyados en una posición en la que nunca serían expuestos, pero precisamente ahí se les ven muchas cosas que mis asombrados ojos no distinguirían en otras circunstancias ambientales. Está claro que en los museos y en las galerías de arte no nos dejan invertir los lienzos. Pero, gracias a Internet, eso es factible. Por ejemplo, uno de los cuadros de Turner sobre Venecia que más me gusta, lo suelo mirar invertido. Por la misma razón o alguna razón parecida por la que de niña pasaba horas con los pies apoyados en la pared (en yoga es un asana y se llama viparita karani y es ideal para descansar). Imaginaba que el techo era el suelo. Tan blanco. Otro mundo se me descubría.


Normalmente no somos conscientes de la fuerza de la gravedad y ya no digamos del heliocentrismo o del sentido en el que giran las cosas. Las personas que siempre abrimos mal las puertas y que cuando pone push o "empujar" lo que hacemos es estirar, y viceversa, somos más conscientes de esas vicisitudes. Y cuando se me ha fundido alguna vez una bombilla en casa soy incapaz de saber en qué posición estaría el interruptor para quedar apagado hasta que la reponga. Sólo de pensarlo me dan mareos y una angustia existencial grande.

Era el invierno de 1998, me acuerdo perfectamente porque tenía una lumbalgia atroz de esas que me sobrecogían justo cuando dejaba de trabajar, porque nuestro trabajo era muy duro. Me fui a Toledo a pasar unos días. Me hospedé cerca de su judería en lo que había sido una tahona. Cerca estaba el Museo Sefardí, muy dotado y bien dispuesto. En la entrada más o menos recuerdo que había una maqueta de la ciudad sobre su colina y el torno del Tajo rodeándola con su meandro. Le pregunté a una conservadora que por allí estaba y que se había dirigido amablemente a mí que en qué dirección iba el río, que por donde bajaba. Y no me lo supo decir, pero me di cuenta de que le suscité el mayor interés, sobre todo porque le aclaré: "es que veo que la judería queda de este lado (le señalé la maqueta) y si después de haber hecho todo el curso del cauce, el agua ya llegaría más sucia de lo que sube, más que nada para lavar la ropa y usted ya me entiende".

Si yo he girado el mapa no es porque piense que estos del Ayuntamiento, buah, se equivocan, sino porque es como yo lo "veo". Una vez aclarado esto, podemos pasar al tema que nos ocupa hoy y que no es ni mas ni menos que el Paleolítico Superior. Voy a hablar de mi barrio y de mi niñez, aunque es el blog enciclopédico y casi nunca suelo hablar de lo que verdaderamente me interesa y siento. Cuanto digo es cierto, pero no hablo de cuanto me interesa. Y por supuesto en caso de hacerlo nunca lo haría cuando me interesa o me preocupa lo que me interesa. He observado que en general esto suele ocurrir y que hablan los que no saben y los que saben no hablan y dejan los temas en reposo. Yo no sé nada, pero callo lo que más me interesa por una cuestión temperamental y porque pienso que no es posible acceder a ningún tema importante directamente y mucho menos exhaustivamente. Que se escurre. Que se hace huidizo o remolón, por no decir nada de cuando viene aquél y te lo tergiversa o lo remacha sin acertar ni en el ojalillo ni en su contrachapa. Por eso es por lo que el zapatero de mi actual barrio tiene un letrerito donde se advierte: "Hoy es un día muy bonito. Ya verás como viene alguien y te lo jode".

De todas maneras, ese mapa que he girado tampoco sirve de gran cosa porque precisamente las 3 o cuatro calles en que discurrió o transcurrió parte de mi niñez ya no existen. O existen pero están remodeladas, con bloques nuevos y un trazado en el que no se puede reconocer el antiguo:

"El barrio se dispone entorno a la colina que le da nombre, rodeándolo casi completamente. La parte alta de la colina es un parque urbano, en concreto el más antiguo del distrito ya que data de 1936. Pertenecía a la finca de Can Peguera, y se trata de un frondoso pinar natural, coronado por un mirador y una gran cruz. Al principio de los años sesenta la extensión del parque se vió reducida a causa de la rápida construcción de viviendas, en base a un plan parcial típico de la época predemocrática, con una urbanización sin servicios y con viviendas de mala calidad. El derrumbe de un edificio el año 1990 por causa de la aluminosis fue la confirmación más contundente de las deficiencias mencionadas, y resultó determinante a la hora de concienciar a los ciudadanos y las administraciones de la necesidad de emprender la remodelación de éste y de otros barrios con problemas similares. La empresa pública REGESA ha llevado a cabo, desde entonces, la renovación total o parcial de las viviendas de la zona" (Ajuntament de Barcelona)

Además de señalar el archisilabismo tecnócrata con que nos aburre la prosa municipal del tercer párrafo, es digno de ser remarcado el término "predemocrática" para referirse al tipo de construcciones que se hicieron a finales de los años 50. Si bien es cierto lo de la falta de equipamientos y la baja calidad de los materiales de construcción, no veo ninguna particularidad con respecto a otras urbanizaciones y obras públicas que se han hecho posteriormente en nuestro país en plena democracia (pabellones deportivos que se desploman, plazas que se inauguran hasta dos y tres veces, obras de ingeniería que están condenadas a sucumbir con un par de chaparroncitos de otoño, tuneladoras temerarias, etcétera).

Romà Sanahuja Bosch, el constructor de las viviendas del Turó de la Peira en pleno desarrollismo se ha visto en cierta manera redimido con la medalla Josep Trueta al mérito sanitario a su hija, una benefactora de la Oncología, que le ha dedicado a su papá y a su mamá una unidad de cáncer de mama en uno de nuestros superhipermegahospitales de la pijociencia. Los Sanahuja tienen una de las cinco o seis mayores fortunas de España. Que conste que no diría nada de esa "redención", puesto que ni los padres tienen la culpa de lo que hacen sus hijos ni los hijos tienen la culpa de lo que hacen sus padres. Pero como la unidad antedicha está consagrada a Romà Sanahuja y a su esposa, no puedo dejar de subrayar el parentesco y una más que dudosa rehabilitación del capital ganado sin demasiados escrúpulos pero gastado con un cupo de entrañable filantropía. También me refiero al caso puesto que nos estamos remontando al Paleolítico Superior y al mapa del tesoro de mi infancia.

La calle Montsant, el tramo limitado entre las calles Aneto y Montmajor, era la calle donde yo pasaba "las claras tardes de estío" y algún que otro ratillo de entretenimiento. En aquella época predemocrática preconstitucional del Paleolítico Superior los niños podíamos jugar en la calle. Había algún exhibicionista y algún asesino psicópata, pero nunca ocurrió nada que lamentar.


"El parque" (Víctor y Diego, 1975)

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