20.2.10

El Paleolítico Superior (y III)

n el post previo otra cosa que deja ver la foto y no el "plano" que hice es precisamente que el Turó de la Peira estaba -como la palabra catalana turó indica- en una colina. Cuando aparecieron las pelotas japonesas era fácil que una de las nuestras acabara en el mar o en el río Besós, que va a dar a la mar, a pesar de que está a unos 7 u 8 quilómetros en línea recta. Y esto porque había unas cuestas y por lo tanto unas bajadas pronunciadísimas. Otra ilusión del plano es que coexisten elementos que nunca coincidieron en realidad. El cine Turó, que estaba al lado de mi casa, con el tiempo se cerró. Tal vez sería allá por el año 1970 o después, no puedo asegurarlo. En el vecino barrio de Horta había dos cines más grandes y otro pequeño donde echaban todas las películas de Bruce Lee que no vi en el cine que había en San Andres del Palomar. Ahora, al recordar el título de mi película de Bruce preferida, "Karate a muerte en Bangkok" (Wei Lo y Wu Jiaxiang, 1971), me doy cuenta de que el nombre auténtico del Colmado Benito era "Tostadero Bahía" en el rótulo original de los años 60-70. Me lo ha confirmado mi madre. Luego pasó a llamarse "supermercado" aunque con sótano y todo no pasaba de los 80 metros cuadrados.

El caso es que cuando se cerró el cine Turó aquello se llenó de ratas. Finalmente el regidor del distrito saneó el podrido patio de butacas e hizo un parque o isla interior al cual yo no llegué a entrar a pesar de que quedaba a 3 pasos bien contados de mi portería.

La llamada "bòbila" era un barranco y, de acuerdo con el nombre que recibía, era arcilloso. Luego hicieron allí, cuando ya no hacía falta porque no había casi niños, un parque que se llama Olof Palme:
"En el año 1992 hicieron sobre nuestro escondite unna plaza dedicada a Olof Palme, el icono de la socialdemocracia europea, el amigo de Felipe González Márquez asesinado el año 1986. El año en que se inauguró ya se había dado a conocer, aunque por encima, el escándalo de los burdeles suecos [en el que estaba involucrado el político] (La señora Petrarca).

La wikipedia no dice nada del asunto, aunque apunta que el principal sospechoso fue inmediatamente absuelto. El crimen prescribe en febrero de 2011. El año que viene. Los urbanistas salbaron los desniveles del parque con rocas como de escollera y hay una mimosa que este año ya ha florecido. De todo lo dicho hasta ahora entonces la mismosa es, definitivamente o no, lo mejor.

En otra película de la época, "Fiebre del sábado noche" (John Badahm, 1977) John Travolta tiene en su habitación, en la cabecera de la cama, el póster de Bruce Lee en "Karate a muerte en Bangkok". Pero "Fiebre del sábado noche" forma parte más del Neolítico que del Paleolítico.

Simplemente, a pesar de mi abrumadora cantidad de recuerdos, voy a referir los dos que me parecen más hermosos. Uno el de cuando iba a comprar hielo para la heladera. Las heladeras funcionaban con un bloque de hielo que se cambiaba a menudo. Me enviaban a por hielo (con un cubo de zinc-niquel) y a por la leche con una lechera de aluminio. Pero eso era cuando tenía 4 o 5 años. Con 7 ya iba a por el maldito champú de huevo de mi tía. Los compraba en la Droguería marzo, un sachet, cada vez que la condenaba se lavaba el cabello. Tenían una rebaba muy rugosa. También me mandaban a por el pan, el pollo ("de cada cuarto me hace dos trozos", le decía a la señora Conxita), las olivas, las almendras, el aceite a granel, la carne de cerdo y el embutido. Todo menos el pescado y la fruta, por acabar. A veces alguna vecina me llamaba desde su ventana con rulos y la bata de boatiné y les hacía mandados express, de última hora. De azafrán, pasta para canalones, harina o productos de extrema urgencia. Me daban un duro, un paquete de pipas o 3 galletas Artiach de nata, según. Las galletas Artiach eran lo que más me gustaba que me dieraan ya que en mi casa había un régimen entre menonita y amish y solo se comían dulces por Navidad o así. Yo era alérgica al chocolate y lo fui hasta los 30 y pocos años. En resumen, "mi cartera de servicios" era muy amplia. Hasta hacía de carabina de mi tía, la del champú de huevo. Lo mismo servía para un roto que para un descosido. Nada superaba sin embargo la belleza de un bloque de hielo derritiéndose.

El segundo recuerdo ya lo referí en *A la flor del berro, pero es más valioso que el de los niños quemando gatos vivos metidos en un saco, en la antedicha Bóbila:
"[...] jugábamos a los cromos de picar. En algunos ponía el nombre de su propietario, en otros ponía el nombre de su propietario tachado y el del segundo o tercer propietario, y es que quien ganaba se los iba quedando. Mi nombre no estaba en ningún cromo, no sólo porque yo no tenía para comprar cromos sino porque era torpe para picarlos. Lo mío no era picar cromos, pero en correr y en saltar a las gomas solo me ganaba ¡a veces! María José Bagüeste, a la que le llamáamos así y a veces añadíamos (si estaba suficientemente lejos), "que el culo te hace peste" y echábamos a correr. Un día alguien que tenía demasiados cromos, desde su ventana los echó todos cuando estaba la calle a rebosar de niños jugando. Era antes de comer y cayó como maná que giraba como las hojas verdiblancas de los chopos, bajo aquel cielo tan azul que, vamos, ni la Capilla Sixtina. Ahí fue la mía, ahí cogí por lo menos veinte cromillos de troquel. Luego los perdí, pero tuve mi momento de gloria.

A aquella época también pertenecen los perros callejeros. Había más moscas y hormigas. No sé quien dijo que una ciudad con muchas moscas, malo, pero que una ciudad sin moscas era peor.

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