2.2.10

Monólogo

"The creatrix" | Mark Ryden (2005)
Para Elisa S.
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Febrerillo corto, con sus días veintiocho; si tuvieres más cuatro,
no quedara perro ni gato.
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“Me parece que muchos seres vivos no pueden reproducirse, aunque sean seres vivos. Cualquier persona, por sí misma, sola, no puede reproducirse. Por ejemplo, una viejecita como yo ya no puede reproducirse. Creo que este énfasis en la reproducción está sobredimensionado. La vida precede a la reproducción. Hay moléculas de DNA que pueden reproducirse y no tienen nada de vida. La vida es mucho más que eso. Para mí, la vida mínima es la célula. Porque no hay nada menos complejo que una célula que pueda automantenerse. Y en el momento que se automantiene, muchos organismos continúan con la reproducción, pero no es obligatorio para estar vivo”.
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En el desaparecido blog Bajo otra identidad, uno de los últimos posts trataba sobre la libertad. Espero que Elisa reemprenda algún día su bitácora o la bitácora que quiera, para añadir su voz, a este coro que formamos entre todos y que a veces parece el que las ranas hacen o hacían en sus charcas en febrero, voz sin voto. Febrerillo el loco. Pasada la enerada o xaneira de los gatos, pasado febrero, llamado así por su intemperancia ya que lo mismo nieva que florecen los lenes amarillos “copos” en las copas de las esplendorosas acacias, en el mundo anglosajón tienen la liebre de marzo, porque al parecer el mes de celo de las liebres es en marzo y andan bastante a salto de mata. Pero febrero, nuestro febrerillo el loco, ha sido conquistado por la mercadotecnia del día de San Valentín y la asociación oportunista de productos como el chocolate, el peluche (en particular el típico teddy pardo) y el celofán. En los últimos años la mercadotecnia y la publicidad han pasado del rosa pastel al carmesí y del carmesí al rojo radical. Y hemos pasado también de “hoy te quiero más que ayer pero menos que mañana” al “I love you” tout court de Tous y a la retahíla de charms y abalorios de las pulseras Pandora, a través de los cuales se pueden extraer cronológicamente los avatares de una vida tan insignificante como la mía o tan movidita como la de Pene Cruz. Ahora hacía tiempo que no me metía con Pene. Por lo menos medio año. Que no se crea que no me acuerdo de la sandez que dijo sobre una película que hizo con otras ¿actrices? como ella, en la cual –durante el rodaje- cada vez que tenían que ir al excusado tenían que hacerlo en helicóptero. Mira, es que sólo de recordarlo me pongo como una hidra venenosa. Luego todo esto le parecerá que queda más que neutralizado con un donativo a alguna organización humanitaria en Asia o a la Fundación Vicente Ferrer. Ay la moda étnica y, ay el buenrollismo, y cómo se pueden reproducir los modelos más primitivos y preconstitucionales de las relaciones de poder y sumisión utilizando las más modernas tecnologías.
Nos dice Elisa en Liber sum?, después de admitir que la mujer “ya no está sometida al marido”, que sí “está obligada por su propia exigencia, que no es otra que la que para ella ha elegido la sociedad”. Por mi parte, hace cosa de un par de años me  explayé con las parejas de conveniencia y  las parejas siamesas para referirme a dos trastornos de la libertad. Hay más. Sobre las parejas de conveniencia en mi propia acepción, que se desprende fácilmente de cuanto diré a continuación, yo a mi vez decía y mantengo lo siguiente:
“En el famoso principio jacobino (“Liberté, Egalité, Fraternité”) lo más fácil es la fraternidad. En el principio de “Tranquilidad, Felicidad y Seguridad” lo más facilón es la seguridad. De ahí me temo que provienen las parejitas de conveniencia, las cuales por otra parte son las consideradas modélicas.
Hace poco oí a una joven de 26 años que hace poco ha obtenido un rutilante Certificado de Aptitud Pedagógica universitario: “Si J. me hubiera pedido hace tres meses que me casara con él, lo habría hecho”. Yo vivía en la inopia más cándida y desconocía que pudiera haber tal pasividad a la vuelta de la esquina del siglo de la revolución sexual. Tengo más datos para prever que habrá ahí un matrimonio de conveniencia. Sin embargo, no tienen ningún interés.
Mi amiga A.F., que ha pasado por varios estados civiles tranquilamente y que para mí es el paradigma de la elegancia y la armonía entre Liberté y Tranquilidad, me iluminó el otro día sobre la “pasividad” femenina de esta subespecie de neopijas que van a llevar nuestras conquistas y desengaños al carajo: “Abans es feia perquè la cosa anava així, ara és que s’ho creuen” (Antes lo hacían porque la cosa iba así, ahora es que se lo creen). Es decir, antes de la revolución sexual, que pidiera el matrimonio el hombre era como si dijéramos lo adecuado y lo convencional. Hasta lo más práctico. De ahí a creérselo va un trozo. ¿Qué ha pasado? No tengo la menor idea.”
En realidad casi todos mis conocimientos sobre los usos amorosos de la primera parte del siglo XXI están ahí, en esas pocas frases. Yo ya no leo novelas hace mucho, y me temo que son las principales fuentes que preconizan, perpetúan o nos hablan de las costumbres de nuestra sociedad, de las tres energías que mueven el mundo: sexo, poder, dinero. Y por lo tanto de la familia.  El cine también. La última novela que leí fue la de Luisa Cuerda, El chico de las cigüeñas, que apareció en mayo pasado, creo. Después en verano heredé la obra completa de Cela, de un amigo que murió, y releí La familia de Pascual Duarte. No sé gran cosa sobre los usos ni las modas, desconozco los retos y las tesis que presentan hoy en día las novelas. Hay más tesis que retos. Y lo que sé en propia carne no es representativo. Como la “Venus” de Mark Ryden con que ilustro este post. Qué bonito el suelo, esas figuras geométricas donde recrear la mirada estereoscópica. “No es representativo”, digo, como dirían los estadísticos y las estadísticas, y al hacer ese despliegue de medios para el género es porque quiero referirme tanto a las personas que se dedican a esa labor, sean hombres o mujeres, como a las tablas propiamente dichas. No sé nada y menos amar. ¿He sido amada alguna vez?
Hace nada se decía y repetía constantemente en los manuales de historia de las mujeres medievales, que siguen siendo en su mayoría obras colectivas, por cierto, que las alternativas al matrimonio eran: dedicarse al ramo de la prostitución, a la brujería o meterse en un convento, cuestión esta última que también (como el matrimonio) requería una dote. Resumiendo: o te hacías puta, o bruja o monja. Se diría que la alternativa actual es sacarse una plaza de funcionaria en cualquiera de las administraciones públicas que soporta nuestro país. Pero yo no me acabo de adherir a este tipo de afirmaciones, a pesar del alto rendimiento que se les da y de lo bien que simplifican varios siglos de una vez. A quienes están más por las negaciones que por las afirmaciones les invitaba yo a invertir, qué se yo, El castillo de Kafka o bien los Episodios nacionales, Ab urbe condita, Los sueños de Quevedo, las églogas de Garcilaso o el Código civil. Pasarlo no a pasiva sino a negativo. Que luego ni con la tergiversicina del Profesor Bacterio fuera fácil darle a todo la vuelta. Y es que el sí parece estar dentro del no y el no dentro del sí, como algunos amores parece estar rellenos de odio y algunos odios rellenos de amor. Por lo tanto, se dirá (desde esa orilla desde la cual a veces fabricamos frases lapidarias con las que petrificar contra natura nuestros pensamientos o lapidar los de los demás), una funcionaria es una bruja, una monja y una puta. Sí y no. Me es igual. Una vez recibí un mensaje electrónico de cerca de 3000 palabras que era todo un contrato prematrimonial. Otra vez recibí también en mi correo electrónico algo así como el programa de las vacaciones del Inserso, o un spa o un resort: una propuesta para el ocio. Como si el amor o sus sucedáneos sirvieran para sobrellevar la soledad o el tiempo que pasamos libres. No me acuerdo de cuando recibí la última carta de amor y a lo mejor no lo era, a lo mejor también era un contrato prematrimonial.  Ah, pero no era sobre el amor sobre lo que tenía que tratar este post. Era sobre la libertad. Uf. No sé.

Me contó mi madre que el cuñado de una vecina suya, viudo,  de Vinaroz, iba al cementerio casi a diario a visitar la tumba de su esposa. Allí conoció a una viuda gallega que a su vez iba a visitar la tumba de su marido también casi a diario. Y andando el tiempo se trataron, se gustaron, se emparejaron. Una de las primeras cosas que hicieron juntos fue encontrar dos tumbas contiguas para comprarlas y así tener a sus muertos juntos y, supongo, algún día estar los cuatro aunque no sé en qué distribución y si con el consentimiento de las familias respectivas. Aún viven.

 

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