2.2.10

Post 383: Fe


Detalle de “La buenaventura” de Georges de La Tour, ¿1633?


A veces he oído o leído por ahí afirmaciones y negaciones sobre el cristianismo que me han creado la necesidad de conocer más mi fe en sus fundamentos teóricos. Una de las afirmaciones que se suelen hacer sobre el cristianismo es por ejemplo que el perdón redime de todos los pecados y por lo tanto se puede obrar “alegremente” y cometer todo tipo de desmanes o desmadres y errores, puesto que en un momento dado si nos arrepentimos de todo corazón quedamos limpios hasta casi que del pecado original. Otro lugar común es la afirmación de que el cristianismo y en general el catolicismo afirman que tenemos lo que nos merecemos. Ese tópico lució en un post de Alejandro González en el centro de una broma sobre las religiones e incluso alguna filosofía y alguna secta. Y así indefinidamente. Yo misma, que soy católica practicante, supe hace bien poco que en los protestantes también existe la idea de la Gracia. Y yo pensaba que no, que era propia del catolicismo.  Con todo esto lo que pretendo decir es que ha sido paulatinamente y de un tiempo a esta parte cuando me he visto en la necesidad de encontrar un cierto sustento teórico a una fe que en mi caso hasta hoy no ha flaqueado pero que sólo se aguanta en los conocimientos que me han trasmitido mis padres y en lo que he sabido por la lectura de los libros sagrados y algunos libros piadosos (lo mismo San Agustín o Santa Teresa como Simone Weil). Me había desentendido de la teología y por lo tanto no tenía base para refutar o apoyar ideas o ideologías como las que he puesto por ejemplo de una cierta indolencia teórica o simplemente de chascarrillos tabernarios del tipo “caca, pedo, culo”.
A las bromas más o menos ingeniosas y a los chascarrillos sobre el catolicismo han contribuido no poco sus propios “fieles” y algunas manifestaciones populares de corte prerromano. Me estoy ahora acordando de aquellos magnates de la Castilla del otoño de la Edad Media, que viajaban con los pertrechos y el “personal” para ser bautizados in extremis, puesto que había la creencia de que el bautismo los dejaba limpios como patenas, limpios de todos los pecados. Por lo tanto retardaban el bautizo hasta la hora de su muerte. He sabido que Muammar al-Gaddafi suele hacer todos sus desplazamientos con una UVI en su séquito, cosa que se  me asemejó bastante a estotro de los nobles y burgueses castellanos con el agua bendita y los santos óleos mistagógicos a cuestas. Sólo que parece que lo del bautismo in extremis, como otras costumbres, yo diría que es algo que roza la superstición y tiene que ver con la salvación del alma, mientras que lo del líder libio tiene que ver con la medicina de urgencia y la salvación del cuerpo en caso de un atentado, un accidente o cualquier otra indisposición.
De la misma manera que mis escasos conocimientos sobre notación musical y sobre la historia de la música no me impiden disfrutar de las sonatas de Mozart, yo he podido disfrutar sentimentalmente de mi fe sin necesidad de meterme en teologías. Hasta el sábado, en que finalmente me decidí por un libro de Joseph Raztinger, Benedicto XVI, titulado Introducción al cristianismo. Para mi sorpresa, por lo menos las primeras páginas no tratan sobre dogmas. Era lo que yo esperaba, tal vez en otro de mis errores. Las primeras páginas tratan sobre la incredulidad:
“[...] el creyente sólo puede realizar su fe en el océano de la nada, de la tentación y de lo problemático [*]; el océano de la inseguridad es el único lugar que se le ha asignado para vivir su fe; pero no pensemos por eso que el no-creyente es el que, sin problema alguno, carece simplemente de fe“.
Sólo con esta frase del principio del libro ya tengo yo para rato. Lo que no sé, porque me he detenido ahí, es si la Introducción al cristianismo es un desarrollo de esa idea, en sus variaciones o ampliado, o bien si es una idea a partir de la cual Ratzinger expone otras. La cuestión para mí ahora  es que ese espacio de incredulidad que al parecer comparten los creyentes y los no-creyentes es algo, valga la redundancia, en lo que yo siempre había creído. O la incredulidad de los no-creyentes es algo sobre lo que yo muchas veces he dudado. No dudo que una croata que traté unos años, cuya educación comunista bajo la dictadura de Tito proscribía el teísmo, tiene dificultades para concebir algunas nociones que en realidad me temo que no son fundamentales. Aparte de eso es incapaz de interpretar más de la mitad de la producción artística de Occidente, porque desconoce la historia sagrada y sus símbolos. Pero esa es otra cuestión que nos devuelve al ejemplo de Mozart y a la que no hay que darle muchas vueltas.
Así es que, como me temía, la incredulidad está en los no-creyentes y los creyentes. Yo creía, si se me permite afirmarlo así, que los no-creyentes que constantemente están metiéndose con los creyentes eran como los perros, que necesitan un sitio al que arrimarse para mear. O como los señores heterosexuales que se excitan con escenas lésbicas. Ya sé que la comparación no es muy caritativa ni para los perros ni para los no-creyentes, ya sé que el cine porno no es un modelo de conocimiento adecuado para el caso. O sí. No sé, digo. Yo no soy Paul Claudel, está claro. También podría haber dicho, el ateo pendenciero es como esa gente que habla mal indistintamente del matrimonio y de los que no están casados, en una especie de esquizofrenia que no por repetida deja de sorprenderme.  Ni viven ni dejan vivir. O son  como parásitos. Es decir, para afirmarse necesitan negar a los otros.
La elocuencia de Ratzinger, de la cual ya había tenido noticia, va más allá por supuesto de mis desvaríos. Los creyentes sabemos de la existencia de esos elementos de la “parábola” de Claudel: el madero, el océano, el naufragio.  En mi propia experiencia vital, he pasado por momentos en los cuales no es que haya decrecido mi fe y hasta la fuerza moral -algo tenía que tener quien no tiene paciencia alguna-, sino que a veces el trato (si se me permite) con Dios es placentero  y otras veces no. Las palabras de Ratzinger para mí tienen pues el  valor añadido de darle un cierto sentido a las injusticias y los disgustos de este mundo.
*
[*] Ratzinger nos remite a El zapato de raso de Paul Claudel, en donde se describe el trance de un náufrago misionero jesuita, que ya en el océano agarrado a un madero dirá: “Señor, os agradezco que me hayáis atado así. A veces he encontrado penosos vuestros mandamientos. Mi voluntad, en presencia de vuestra regla, perpleja, reacia. Pero hoy no hay manera de estar más apretado con vos que lo estoy y por más que examine cada uno de mis miembros, no hay ni uno solo que de vos sea capaz de separarse. Verdad es que estoy atado a la cruz, pero la cruz no está atada a soporte alguno. Flota en el mar.”

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