23.5.10

Las entretelas

Para el Crítico Constante
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“El 28 de junio de 1914, aproximadamente a las once de la mañana, Francisco Fernando y su esposa fueron asesinados en Sarajevo, capital de la provincia austro-húngara de Bosnia-Herzegovina, por Gavrilo Princip, extremista serbio y uno de los varios asesinos controlados por La Mano Negra, grupo terrorista serbio. El acontecimiento, conocido como el Asesinato de Sarajevo, fue uno de los desencadenantes de la Primera Guerra Mundial.
Es muy poco conocida su costumbre de llevar la ropa siempre impecablemente planchada y abotonada; hasta tal punto llevó este gusto por la pulcritud que se hacía coser la ropa durante los desfiles o paradas militares, para evitar que las solapas se abrieran con el viento. El día del atentado el hecho de llevar la casaca cosida impidió que se le pudiese socorrer a tiempo, tapándole la herida de bala o deteniendo el flujo de sangre con un simple pañuelo, lo que originó una hemorragia abundante y la consiguiente muerte” (Wikipedia)
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El archiduque de Austria Franz Ferdinand y su familia, el año 1913


e acuerdo de que mi libro de texto de 8º de E.G.B. (Educación General Básica) tenía una ilustración del atentado de Sarajevo y también me acuerdo de que el doble asesinato del archiduque y su esposa se atribuía a La Mano Negra. La niña de la derecha, Sophia von Hohenberg, luego pasó unos años en un campo de concentración, de manera que la foto revela un instante -como suelen decir los cortos de léxico- “histórico” en “un marco incomparable”. Lo que no se suele explicar es que primero atentaron contra el heredero del trono austrohúngaro con una bomba y que después, fuera de los planes de la recepción bosnia, cuando iba a visitar al hospital a la única víctima, fue disparado en el cuello por Gavrilo Princip. Esto de llevar la casaca cosida es un detalle que no nos puede hacer creer que podía salir con bien de una herida de fuego tan sangrante. Pero tiene su qué. A mí me cosían los bolsillos de la bata del colegio, de niña, y no me hacía ninguna gracia. Supongo que lo hacían para que no pusiera las manos en los bolsillos y no me enganchara con los ángulos de los pupitres. rasgándolos. No era más digna la circunstancia de otros niños, que llevaban los pañuelos de sonarse atados a una veta blanca que a su vez estaba atada al fondo del bolsillo. La veta tenía el largo justo para usar el pañuelo y se excusa decir que a veces algún niño lo llevaba colgando inadvertidamente y manifiestamente usado. Esta imagen tan de lamentar sólo ha sido superada en vida mía por la visión de una compañera de trabajo que salió de un sitio que sólo ella sabía con el body desabrochado. Es decir que las partes anterior y posterior del underwear negro colgaban por encima de su pantalón (por delante y por detrás respectivamente) dado que los corchetes se habían desabrochado. Como llevaba una media hora desaparecida, como otro compañero, la cosa fue comentada durante los sucesivos turnos de la merienda con más mofa que escarnio.
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Otra curiosidad viene del mundo del toreo, puesto que se suele decir que la taleguilla (el calzón del matador) es como una segunda piel, como todo el mundo puede apreciar a poco que se fije. Lo que no se suele decir es que la pernera izquierda cuenta con 2 cm más de tela que la derecha, puesto que de ese lado se cargan los genitales. Hace unas décadas, cuando se hacían los trajes a medida, el sastre le solía preguntar a los señores “¿A qué lado carga?“, pregunta que nos hace inferir que no todos los hombres “cargan” al mismo lado y que la confección o prêt-à-porter ha impuesto un patrón simétrico. Que yo sepa. La moda de los pantalones caídos o de tiro bajo proviene de las cárceles de los Estados Unidos, donde la talla única de los uniformes y la prohibición de usar cinturones originó ese estilo, que se ha acabado imponiendo en gran parte de la juventud de todo el mundo.  Es bien curiosa esta transferencia de hábitos. En el siglo XVIII, como ya vimos en el post dedicado a “La ropa exterior”, lo que se dice bragas bragas solo las llevaban en Europa las prostitutas, las aristócratas y las limpiadoras de  ventanas. Y por razones similares, el límite entre la ropa exterior y la ropa interior y entre la ropa superior y la inferior es un terreno bastante holgado. A lo que nada más tengo que añadir que para mí en la compra de un abrigo es definitivo el forro. Me tiene que gustar el forro. Tengo debilidad por la seda y el raso y mi predilección está por los colores que se irisan o de ala de mosca. Una manía como otra cualquiera.

Pienso en Pájaros de barro, la canción de Manolo García del álbum “Arena en los bolsillos”. Siempre o casi siempre llevo una hoja de laurel en un bolsillo. El olor que encierra, cómo corona la testa de los poetas y los héroes con su verde peremne, cómo culminan la cazuela de sardinas en escabeche. En raras ocasiones, cuando he tenido que pasar por un trance o una misa negra, consigo una semilla, ese símbolo de esperanza, de plenitud, de sencillez, de humildad, de disposición. No hace falta recurrir precisamente al huayruro amazónico ni a fuerzas telúricas esotéricas, aunque tampoco es que yo sea partidaria de esa manía contraria que han adoptado los científicos (de producir sandías sin semillas). De hecho se suele creer que los alimentos integrales bla bla bla bla bla bla, cuando de lo que se trata es de que incluyan el germen, que estén íntegros. Un donut nunca será integral puesto que por mucho que lo plantemos por los métodos más sofisticados, jamás (?) producirá otros donuts. A veces llevo la pepita de una manzana simplemente.

Por si el tiempo me arrastra
a playas desiertas,
hoy cierro yo el libro
de las horas muertas;
hago pájaros de barro…
hago
pájaros de barro y los echo a volar.

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