11.6.10

Un mal barrido



Pálido sol en cielo encapotado,
mozas rollizas de anchos culiseos,
tetas de vacas, piernas de correos,
suelo menos barrido que regado;
campo todo de tojos matizado,
berzas gigantes, nabos filisteos,
gallos del Cairo, búcaros pigmeos,
traje tosco y estilo mal limado;
cuestas que llegan a la ardiente esfera,
pan de Guinea, techos sahumados,
candelas de resina con tericia;
papas de mijo en concas de madera,
cuevas profundas, ásperos collados,
es lo que llaman reino de Galicia.
Soneto atribuído a Luis de Góngora
*
Se suele decir que es mejor un buen barrido que un mal fregado. Hoy no. Ayer empezaron a verse los jacarandás de Barcelona florecer, y empezaron a alfombrar o poco menos el suelo. También empezaron a barrerlos los servicios de limpieza, con una dedicación, una presteza y un prurito que me hace pensar que tal vez lo hacen, paradójicamente, porque les da más gusto barrer las flores de los jacarandás que barrer otras cosas. Otra explicación no le veo. Y es que la verdad es de las cosas más bonitas que se pueden encontrar por Barcelona en el suelo. Hoy, como ha llovido, no han barrido las calles y entonces las flores púrpura permanecerán por lo menos hasta mañana.
Hace cosa de dos años perdí mi tiempo, que tampoco es que valga tanto, en buscar cómo le llamaban los japoneses a la composición que forman las hojas o las flores caídas. No los mandalas o las alfombras, que también hacen por aquellas latitudes, semejantes a las nuestras de Corpus Christi.  Curiosamente en nuestra literatura y en nuestros cancioneros se habla más del otoño y de las hojas caídas que de las flores caídas y la primavera.  O al menos esa es la sensación que tengo.
Aunque no hay para mí nada más difícil que buscar algo en sitios del Japón, hallé dos palabras: una para las composiciones en el agua y otra para las que se caen sobre la tierra. ¿Dónde las apunté? No lo sé. Lección de arte efímero y hanami (lit. “mirar flores”) donde las haya.  Le oí decir a Álvaro Cunqueiro que los chinos tienen una palabra para referirse a la caída de la camelia, sonido que debe de ser muy característico y singular. Como no deja de serlo el del motor de un Jaguar, bien pensado. He podido ver los camelios de Galicia en flor pero nunca coincidió que alguna de sus flores cayera o que yo la oyese. Sólo de imaginarlo me da como un vahído, porque parece que tenga que caer como si nos cayera en nuestro interior, no sé. Como los pájaros, no dan notas falsas.
Además hoy también vi una paloma comiendo patatas chips Lays al punto de sal (las reconocería entre miles de patatas). Me acordé del caracol polizón de Julia y de la paloma que le llevó a Noé la ramita de olivo, como preciosa señal (entonces) de que el diluvio había escampado y -a partir de entonces- de la paz. El caracol chileno de Julia, que viajó en su coche hasta tierras porteñas, vertiginosamente, cuajándosele la baba, los camelios que tal vez llegaron a Galicia  con los exploradores portugueses, la aromática madera del jacarandá americano, sus flores en los charcos de mi ciudad, todo concuerda.

Post amparado por una licencia SafeCreative 2022: 2212162881351