14.7.10

Post 480: En las nubes

Manolito Goreiro (personaje de “Mafalda”)
*
A Rosa Mª Franco
A Corona Senra Marcote, mi madre
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“Cada vez que doy un paseo veo más tiendas cerradas. Algunas, las de toda la vida, habían sobrevivido a guerras y conmociones diversas. Eran parte del paisaje. De pronto, el escaparate vacío, el rótulo desaparecido de la fachada, me dejan aturdido, como ocurre con las muertes súbitas o las desgracias inesperadas. Es una sensación de pérdida irreparable, aunque sólo haya echado vistazos al escaparate, sin entrar nunca. Otras de esas tiendas son negocios recientes: comercios abiertos hace un par de años, e incluso pocos meses; primero, los trabajos que precedían a la apertura, y después la inauguración, todo flamante, dueños y dependientes a la expectativa, esperanzados. Ahora paso por delante y advierto que los cristales están cubiertos y la puerta cerrada. Y me estremezco contagiado de la desilusión, la derrota que trasmite ese triste cristal pegado al cristal con las palabras se alquila o se traspasa. [...]
Eso es lo peor, a mi juicio. Lo imperdonable. Todas esas ilusiones deshechas, trituradas por políticos golfos y sindicalistas sobornados que todavía hablan de clase empresarial como si todos los empresarios españoles tuvieran yate en Cerdeña y cuenta en las islas Caimán. Ignorando las ilusiones deshechas de tanta gente con ideas y fuerza, que arriegó, peleó para salir adelante, y se vio arrastrada sin remedio por la tragedia económica de los últimos tiempos y también por la irresponsabilidad criminal de quienes tuvieron la obligación de prevenirlo y no quisieron, y ahora tienen el deber de solucionarlo, pero ni pueden ni saben.”
Arturo Pérez-Reverte, “Las tiendas desaparecidas” (Patentes de corso)

Manolito Goreiro es uno de los personajes de las tiras de “Mafalda”. Suele ser representado con un lápiz sostenido en una de sus orejas, siempre a punto para hacer una suma o una multiplicación (más que una resta o una división). Su padre regenta un colmado que se llama “Don Manolo” y según la Wikipedia es andaluz. Podría serlo puesto que tras el desastre del Reino de Galicia (de donde probablemente viene el apellido “Goreiro”) por apoyar primero la opción dinástica castellana de  Pedro I en vez de la de Enrique II de Castilla, y después la de Juana la Beltraneja en vez de la de Isabel la Católica, muchos nobles -por no decir todos- huyeron al exilio a Portugal y a Andalucía. Fernando Fernández de Córdoba era de Betanzos, que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid añadiré que era el pueblo de la familia de mi padre y la antigua capital de Galicia. Así que llamarle “pueblo” al lugar donde residieron los Andrade es tanto como, no sé, decir que Andrés Iniesta es del Barça. Sí pero no.
¿Por dónde íbamos? Ah, sí, Manolito y su apellido. Aunque la etimología populista quiera ver en algún topónimo alpujarreño granadino fósil (Capileira y Pampaneira) un origen gallego, más bien representa un estadío primitivo y breve del español mozarábigo, si mal no recuerdo. Por favor, no me hagan remover mis papeles de las leyes fonéticas de historia del español que hace calor. El caso es que lo más probable es que Manolito Goreiro es probablemente un argentino de origen gallego. Sobre todo cuando el negocio “Don Manolo” es un colmado o abacería. Un microcosmos, una de esas réplicas de la casa que tan calada está en los gallegos (*).
Cuando semanas atrás o serían meses puse especial diligencia -la que no le pongo a la evolución del sufijo en -eriu(m)- en hacer una reconstrucción de la calle en la que pasaba las “claras tardes de estío”, básicamente lo que hice fue intentar recordar todas las pequeñas tiendecitas que nos surtían de comida, papelería, ropa, etc. y también las peluquerías y los establecimientos de reparación de coches y de calzado. Todo lo que yo incluí en el plano no llegó a existir a la vez pero casi. La calle y el entramado de comercios no tenía la infraestructura del asociacionismo cultural de la transición y los casales archisubvencionados, pero eran un tejido social tan válido, tan verdadero o más que el Liceu de l’Òpera y “Antaviana”.
En los años noventa empezaron liquidaciones y jubilaciones y, finalmente, con motivo de la aluminosis de los bloques, hubo el derribo. Precisamente el post antedicho lo escribí cuando acabaron el bloque nuevo que edificaron sobre el solar pelado. Me di cuenta de que ante el solar vacío y descarnado podía aún situar mis recuerdos, pero que ante el nuevo bloque se me desarmaban y que ya empezaba a no poder situar siquiera el trazado de la calle vieja. Será por eso por lo cual a veces cuando queremos recuperar algo en la memoria cerramos los ojos, o los entornamos pero hacia abajo.
Uno de los posts más conmovedores e ingenuo que he visto en los últimos meses en mi blogosfera fue uno sobre las alternativas a los hipermercados. La realidad ha vaciado las calles de colmados y como mucho ha quedado algún establecimiento perteneciente a una cadena, o alguna tienda especializada en delicatessen, o en productos de cultivo tradicional, y por supuesto las que ofrecen un horario extensivo, como las que regentan los paquistaníes. ¿Qué se puede oponer a un hipermercado como Mercadona, que por decir algo -que no es poco- es uno de los mayores compradores de aceite de oliva de España? Ya podrán. Al de mi barrio le cambiaron incluso la dirección viaria, cuando mi calle ha pedido por activa, por pasiva y porque sí que se alterne el lado del aparcamiento (a ver si así barren mejor) y no hay tutía. Ostras tú.
A este tema -en el que no soy una ignorante porque yo he vendido en la tienda que tuvo 40 años mi madre y pertenezco a una familia de minoristas- a este tema, habrá que acercarse en varias aproximaciones sucesivas. Pero hoy me remito a un sueño que tuve hace muchos años. No es que le conceda significado a los sueños, aunque algunos son más intensos que la realidad y llegan donde no llegaría nunca la razón. Soñé que estaba en el cielo y que me llevaban ante Dios. Había las nubes del caso, los putti y la atmósfera de las alturas. Pues resulta que Dios era el Sr. José-Benito del Colmado Bahía. Con su bata azul y su lápiz apoyado en una oreja. Estaba allí sentado tal cual. Mi fe en las pequeñas y medianas empresas no especulativas no creo que sea la razón de mi entronización del tendero ejemplar. Más bien se trata de mi asimilación de aquellas lecturas sobre los raptos de Júpiter, cuando se presentaba ante las mozuelas que iba a seducir metamorfoseado en cualquiera. O de aquellas otras leyendas en que detrás de un mendigo pedigüeño se oculta discretamente un mensajero celeste que prueba nuestra bondad. Por otra parte, pregunto, ¿por qué no podría ser así? ¿por qué no podría ser Dios cualquiera? Él puede.
(*) De un famoso alalá (Alalá das Mariñas): “Adiós á miña casiña | Portelo do meu quinteiro | Auga da miña fontiña | Sombra do meu laranxeiro.


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