14.9.10

Post 511: La primera impresión




e la primera inmersión lingüística que hice en la anglofonía me llevé dos conclusiones: una, que la principal barrera lingüística para aprender un idioma es la psicológica y, dos, que allí yo no fui importunada por el fichaje al que ordinariamente es sometido todo hijo de vecino en estas latitudes. Con el tiempo no he conseguido dilucidar si los extranjeros ignoraban (en los dos sentidos de la palabra ignorar) mi sueldo, mi formación, mi estado civil, etc., por discreción o si era que sencillamente todo estaba supeditado a mi condición de española, la cual era lo suficientemente determinante como para hacer empalidecer cualquier otra circunstancia. Nada me permite ni me tienta a decantarme ni por una posibilidad (la de la discreción o la prudencia) ni por la otra (la discriminación y el prejuicio), tal vez en todo caso me decanto por la mezcla nausebunda de las dos.
Si mal no recuerdo los enamorados suelen o solían acudir ritualmente al recuerdo del día en que se conocieron o cuando tuvieron aquella primera impresión que les hizo reconocer en cada cual al otro y verlo con buenos ojos. Servidora suele acordarse con casi todo lujo de detalles de cómo conocí a cada uno de mis amigos, de qué hablamos, que estación del año era, en qué sitio fue donde nos encontramos.  No es que sea de la Secta de la Primera Impresión, pero sí que aprecio sus posibilidades. Recuerdo, ya que me retrotraje o me retro-fui a mi inmersión, que estando allí en Canadá en la International Taoist Tai Chi Society, durante uno de mis paseos por los aledaños de la casa de campo en que tiene su sede principal, me llegaron como jirones ráfagas de piano. Al volver, esos jirones ya casi permitían adivinar la melodía. Finalmente pude identificar que el sonido procedía con toda seguridad de la casa y por último llegué a la sala donde estaba el piano, como una mosca a la miel. El intérprete era un hombre y tocaba Chopin, que sé que no es lo más fácil. Se dirigió a mí en un correctísimo español y me dijo que era suizo y traductor jurado. Durante la cena también me explicó que había pasado la luna de miel en España, en los años de la guerra civil.  Pero lo primero que conocí o supe de él fueron unas notas. En la casa había -por refinamientos del destino- varios guitarristas, el piano había permanecido intacto durante dos semanas. Había llegado durante mi paseo.
A veces esa primera impresión no es una polonesa ni mucho menos sino un comentario o varios sobre alguien a quien después conocemos quizás en un contexto totalmente diferente (o no) al de referencia. Y, sin querer llevar el tema a la náusea que dejamos en el primer párrafo, admitiré que estas particularidades de la primera impresión son tan apasionantes para mí que paradójicamente hasta dejaría ahí el post para que se hiciera él solo o quedara ahí suspendido en el no sé qué que quedan balbuciendo.
Todo esto viene a cuento de una propuesta de Ana López Acosta en la bambalina de “El cante es mi buen amigo”, a raíz de un comentario mío (“Estaba pensando que lo mismo que hubo un tiempo (del que aún quedan residuos) en el que se privilegiaba la cultura “culta” e incluso -siguiendo la tipología de «Xènius»[Eugeni d'Ors] la mediocre- por oposición a la cultura popular, menospreciándola, ahora ese mismo espíritu ha renacido en una discriminación de lo que es “presencial” y lo que es virtual. Es decir los de la cultura “culta” como única cultura se están adaptando a los nuevos tiempos pero para preconizar que la única forma “sana” y verdadera de relación social es la presencial.)
Ya dentro de las redes sociales como Facebook también hay que distinguir a los tímidos inveterados, que nunca darán un paso por darse a conocer, y que cuando lo dan se piensan que resonará como un aldabonazo en el centro de una noche fría. En mi opinión hay principalmente cuatro tendencias en Facebook:
1) una la del tablón de anuncios o escaparate, para dar publicidad a algo que en el peor de los casos no le interesa a nadie pero que en el mejor de los casos puede interesarle a mucha gente,
2) la tendencia que yo llamo de cocktail y que se produce  en un muro alrededor de una frase o una foto o un enlace tipo 1  y que va recibiendo comentarios diversos que permiten lo que se dice ampliar el círculo de amistades,
3) los alardes de ingenio, los juegos, los desafíos y las frases enigmáticas;  y,
4) las declaraciones con honda, dirigidas a alguien en concreto no explícitamente pero para que se dé por aludido.
Las personas cuyos prejuicios o cuyos intereses no les han impedido llegar a Facebook, puede que no consigan vencer su timidez virtual y que no puedan participar o disfrutar en la tendencia cocktail y que se limiten a su círculo de amistades habitual, la familia, los colegas, etcétera.
Otra de las formas de relacionarse que siempre me ha llamado la atención es la que se produce durante un viaje. ¡En cuantos trayectos largos de tren no habré conocido gente con la que se ha producido un contacto tan corto como cargado de  vigor y encanto! En mis  viajes en el Estrella de Galicia -que no tiene nada que ver con la cerveza homónima- hasta conocí a un niño que lloró al despedirse de los compañeros de compartimento tras las 23 horas de obligada compañía como sardinas en nuestra lata. Se dirá, como atenuante, que volvíamos a Barcelona. No es lo mismo un viaje de ida que un viaje de vuelta. No es lo mismo presentar que ser presentado. No es lo mismo ir solo que acompañado. No es lo mismo estar dentro que fuera. Pero solo los estrechos de miras o de corazón hacen valer esas barreras.


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