28.2.08

Hermano gallo


Laudato si mi signore per sora luna e le stelle.
in celu l ai formate et pretiose et belle.
Laudato si mi signore per frate uento et per aere et nubilo et sereno et onne tempo.
per lo quale a le tue creature dai sustentamento.
Laudato si mi signore per sor acqua.
la quale e multo utile et humile et pretiosa. et casta.
Laudato si mi signore per per frate focu.
per lo quale ennallumini la nocte.
ed ello e bello et iucundo et robusto et forte.
Francesco di Assisi




Está mi calle en una frontera sin conciencia, ahora que está tan de estupendísima moda lo de la conciencia sin fronteras. El lado par pertenece a un barrio y el lado impar a otro barrio. El otro barrio suele estar más barrido y regado, sobre todo en campaña preelectoral, porque no tiene coches aparcados. Además hubo una temporada en que en el lado par tuvimos rehabilitaciones mientras que en lado impar había derrumbes.

Mi dibujillo de los gallos perseguidos por el gato es lo más parecido a una escena que vi en mi calle el otoño en que derrumbaron las casas que quedaban de cuando Horta era un pueblo segregado de Barcelona. En apenas una mañana derrumbaron la casa donde había el corral donde estaban las aves. Todo por los supermercados. Todo por la pasta. La casa del corral era de una vieja. Le darían un justiprecio y se ha ido a vivir con un hijo. El corral hacía tiempo que estaba de la mano de Dios. Me lo dijo una vecina que a su vez les lleva de comer a los gatos callejeros. “Els dóna de menjar però no els menja” (“Da de comer [a las aves] pero no las come”). Le expliqué que un gallo cantaba por la madrugada.

El agosto de 2003 inauguraron el supermercado y cercaron el solar del aserradero abandonado, con una verja tan nueva y perfilada que no podía más que avejentar más aún el cobertizo. Todos los cachibaches quedaron de un día para otro a la  vista. A la vergüenza. Había un carro. Y un Gordini.

La tarde del derrumbe pasé ante el solar pelado. Habían dejado las palmeras y los cipreses. Me recordó Jerusalén, que hubiera palmeras y cipreses. Aunque yo no estuve nunca en Jerusalén. Los gatos y el corral andaban desorientados. Los gatos de la frontera sin conciencia llevaban ya tres demoliciones, por no decir nada de las mencionadas rehabilitaciones de fachadas. No sé si comprenden su situación pero, eso sí, siempre resultan fotogénicos.

Cuando tiraron la torre con huerto y tomateras que había enfrente de mi portería también fue un visto y no visto. Bajé a la calle cuando todo acabó y había un gato al borde de un socavón con su silueta perfectamente recortada ante el derribo. Un gato no pierde la compostura. Tengo un video de Fred Astaire en donde te das cuenta de que soportaría la cámara rápida, la lenta y la pausa en cualquier fotograma. Sin que se descomponga su figura. Así pasa con los gatos, siempre están comme il faut.

Mi dibujo no es nada fiel a lo que vi. Si acaso la composición. Vi el gato, y los gallos o gallinas huyendo en tropel despavoridos. Pero no he sido capaz de reproducir el rojo intenso de las crestas y cómo el resplandor del atardecer teñía las imágenes de dorados de montilla y de tornasoles.

Muchos días pasé por delante del solar y los busqué con la mirada. Pronto solo hubo, además de los gatos, un único gallo. Lo ví solo sobre el carro podrido. Todo es bastante insólito como para esperar que los expropiadores hubieran desplegado un plan municipal, o que los obreros se hubieran comido las gallinas. La gran cantidad de conclusiones  e incertidumbres del caso me empujan a callar modestamente. El canto del último gallo que oía por la madrugada me sobrecogía porque tenía los días contados, porque paradójicamente anunciaba el alba de este sol urbano nuestro que ya no nos inspira ningún misterio y al que no nos rendimos. Hermano gallo. 

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