22.11.10

El hambre y las ganas de comer






stos días tuvo lugar el juicio contra Ernesto Reinaldo Risso Tartara, médico argentino, autorizado por el Colegio Oficial de Médicos de Madrid para ejercer la Medicina en España, y anteriormente ya encausado por intrusismo profesional por ejercer como ginecólogo. Además de reincidir en el intrusismo ahora se le juzga por la denuncia de abuso sexual por parte de 29 pacientes del millar que poco más o menos ha atendido entre 1992-2006 en Canarias. El Sr. Risso declaró "El sexo con mis pacientes fue siempre consentido". Los abogados apuntan que "muchas de ellas [las víctimas] han rehusado denunciarlo por sentirse avergonzadas y no querer enfrentarse a una situación tan desagradable".  Por otra parte -deberíamos añadir- en las pruebas, porque las hay entre los numerosos vídeos que grabó, no se muestran siempre las caras sino todo lo contrario.  Pienso que la fiscalía tendría que apuntar hacia la total inhabilitación de este individuo como médico, cosa que no suele darse, hasta donde yo sé. 


Mosaico romano. Máscaras de la tragedia y la comedia.

Lo que me interesaba señalar no es ese particular ni mucho menos, sino el de la complicidad de las víctimas. Probablemente Risso no miente cuando dice "El sexo con mis pacientes fue siempre consentido". La complicidad es esa delgada línea que hay entre la culpa y la inocencia, ¿o  es tal vez entre la culpa y la ingenuidad? Alguna vez he ido al cine en sesiones desiertas y cuando he visto que alguien entraba habiéndose iniciado la sesión y que se sentaba a mi lado, indefectiblemente me he cambiado de sitio.  Si hay una sala con un aforo de 400 butacas y solo hay ocupadas 6 es más que raro que precisamente se sienten al lado de una butaca ocupada. Los hay en el ramo de la pederastia. En general creo que todos ellos encuentran un gran placer en la penumbra y en esa alerta o duda o desasosiego que producen en la víctima que han elegido para su uso y abuso. Seguramente Risso, que por lo que tengo entendido estuvo o está casado, el tiempo de los delitos que se le imputan, encontraba un gran placer en llevar a aquellas niñas y mujeres de todas las edades a los confines de lo que propiamente requería el diagnóstico y la tonificación del suelo pélvico. Por extraño que parezca ese afán le produciría tal vez una especie de desafío a su capacidad de persuasión o de intimidación.  Y ese gustito era directamente proporcional a la vergüenza, a la duda de sus pacientes.

¿Cuántas veces no se juntan el hambre con las ganas de comer? ¿Cuántas veces, en otro orden de cosas, no necesariamente en casos tan extremos, no sucumbimos a los roles y nos dejamos hacer, como si no hubiera otra posibilidad, como si ante un dominador no quedara más remedio que obedecer?


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