30.11.10

Libros biodegradables y desagradables

e corresponde la imagen de hoy  con el momento en que Fausto, en la película de Murnau, se abalanza sobre sus libros para quemarlos a la vista de que la ciudad donde es venerado como sabio sucumbe a una plaga de peste: "No ayuda la fe, no ayuda el saber. Todo es mentira". Solo conozco las versiones de Fausto de Goethe y de Mann. Y de la primera solo recuerdo el momento en que Fausto protesta porque el diablo -como un burócrata- le hace firmar el pacto que le propone, mientras que de la segunda recuerdo (lo que se dice recordar) simplemente el nombre del protagonista, el músico Adrian Leverkühn. Mi versión de Goethe la compré prácticamente biodegradable. Se diría que el papel está a punto de sucumbir como una momia cuando la toca la luz. El papel ya tiene el color café con leche de un caramelo de la Viuda de Solano, que se llamaba Antolina Ruiz-Olalde. Hay que decirlo, porque por ejemplo de la Viuda de José Tolrà, la de la empresa textil que hizo suspensión de pagos en 1986, no me ha sido posible desentrañar su nombre de soltera.


"Faust" (F. W. Murnau, 1926)
*

Debo admitir que recuerdo más cosas de los dos libros sobre el mito pero pertenecen más bien al orden de las sensaciones, de la atmósfera que consiguen crear algunas novelas, no todas. Cuando Faust se abalanza sobre sus libracos para quemarlos todos, está  desilusionado y enfurecido. Hay otras escenas paralelas en la literatura, por ejemplo la del escrutinio del cura y el barbero de la biblioteca del Quijote, de la cual apenas salvan algunos libros. Por ejemplo el Tirant lo Blanch  de Joanot Martorell. También me estoy acordando de Fahrenheit 451, que remite a la temperatura a la que arde el papel. De hecho cuando se repasan la historia del libro y la de las bibliotecas en lo que se repara, como en el resto de las historias, es en la cantidad de destrucciones y depuraciones que ha habido. Siempre, por lo tanto, me ha dado qué pensar que precisamente hubieran sobrevivido los libros que sí han sobrevivido y no otros. Hace unos meses me referí a Zenódoto de Éfeso, uno de los primeros críticos textuales, que fue llamado "el látigo de Homero" porque obelizó (—) y atetizó (*) muchos versos del poeta que consideró apócrifos. Pues a Zenódoto se le considera el primer bibliotecario de la Biblioteca de Alejandría, esa biblioteca famosa por las sucesivas destrucciones y saqueos que padeció. Gracias a lo mucho que se dijo sobre sus fondos tenemos la certeza de que Sófocles hizo más de cien obras de teatro y no las siete que se conservan.

Al lado de nuestro afán exterminador no es menos llamativa la manía casi fetichista por guardar y requeteguardar libros simplemente porque son libros si se me permite tamaña recontraperogrullada. Ahora me arrepiento de no haber salvado de su total aniquilación al menos un volumen de los que encontré en la basura de una colección primorosamente encuadernada de un semanario "femenino" de los años setenta. Además de que la historia rosa también tiene su aquel, es que allí se reunía el trabajo de varios oficiales de los que ya no quedan. Y sin embargo yo no tengo ningún problema en echar para reciclar los libros que desecho en cuanto le tengo que hacer sitio a otros. Evidentemente si los considerara útiles les daría otro final que el del papel a peso, por ejemplo en el bookcrossing, pero en verdad me desprendo de ellos porque no sirven para nada o son nocivos.

El punto fuerte de los libros, su tangibilidad, es también su talón de Aquiles. Ocupan espacio, mucho espacio. Se han hecho ediciones en papel biblia y en una letra minúscula que yo no podría leer si no es con ayuda de una lente de aumento. Por ejemplo las ediciones en formato pequeño del DRAE son incompatibles con la lectura en los que ya se nos ha declarado la presbicia. También hay soluciones de almacenamiento, como los clásicos archivadores compactos que se deslizan sobre rieles, o cualesquiera de las soluciones que se ingenian para aprovechar espacios muertos. Por ejemplo, la de la escalera forrada de estanterías o la librería-escalera de Levitate (Levitate staircase).

En el pleistoceno superior tuve ocasión de conocer la biblioteca particular de Joan Maragall, de quien el año próximo se conmemora su deceso. Me encantó encontrar anotaciones suyas. Recuerdo incluso alguna onomatopeya de carcajada, bien burguesa, sobre un librito de Bakunin. Entre muchas personas está muy mal visto anotar o subrayar libros, pero yo pienso que cuando es un objeto personal todo está bien. Incluso los de las bibliotecas públicas, si están bien subrayados, también ahorran mucho tiempo al lector apresurado y superficial. Está claro que como bibliotecaria debo desaprobar esa costumbre, pero también lo está que como estudiante no la haría nunca.

Tanto en los archivos como en las bibliotecas, para el que lo quiera saber, hay una política (en el buen sentido de la palabra) de expurgación. En francés, idioma en el que todo suena mejor, se refieren a la expurgación como deshérbage. La revisión de los fondos, eliminando o traspasando a un depósito lo que ya no es propio de la colección, es la contrapartida a la selección. Se suele ignorar que las bibliotecas están constituidas por una colección de documentos adecuados para su condición y que cuando dejan de serlo han de ser expurgados. Incluso las bibliotecas nacionales, que sí tienen la obligación de preservar la producción de cada país, no tienen más que esa obligación y no asumen la de conservar toda la producción del mundo mundial. Esto hay que decirlo porque cuando un bibliotecario -por mucho que quiera dárselas de community manager- rechaza un donativo puede ser censurado poco menos que como un criminal en serie o informator-terminator. Precisamente el otro día en mi biblioteca rehusamos unas doscientas novelitas de asesinatos bestsellers, destinadas a la biblioteca de los pacientes, y he tenido que dar tantas explicaciones que a poco más me muero de asco. Por puro azar una señora de la limpieza del contingente resulta que ha dejado de fumar y se quita la ansiedad leyendo. Se las ha llevado todas. A mí me parece más que raro, porque todo el mundo que sé que ha dejado de fumar o lo ha intentado lo ha hecho comiendo, bebiendo, yo que sé... Nuestra benefactora, ya que voy a decirlo todo, es que también ha dejado como aquel que dice de comer porque le practicaron un bypass gástrico por obesidad mórbida. Terrible.

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