17.12.10

Mejor que el silencio

ace muchos años que "busco" el silencio. No el silencio de los corderos o el de las puertas. El silencio interior. Porque el silencio exterior, como la voz exterior (por contraposición a la voz interior) más o menos precario, lo he experimentado alguna vez. Recuerdo un invierno crudo, como parece que lo va ser este, en Ávila. Estuve en el Monasterio cisterciense de Santa Ana, el nuevo, no el de 1331, que es una joya. Estuve hospedada en el que está pues a 3 km de la ciudad, mediado por un páramo donde cuando yo estuve solo -también en la carretera de Toledo- había el archivo de un banco, creo que el de Santander pero no puedo asegurarlo. Lo que sí recuerdo bien es que participaba en el oficio de vísperas y que cada noche la pequeña comunidad se iba a dormir después de reflexionar sobre el salmo 91 y desearse "una noche tranquila y una muerte santa". ¿O tal vez era "una noche santa y una muerte tranquila"? En tal caso, tampoco ese particular lo recuerdo claramente. Lo que sí no puedo olvidar es el silencio que había allí intramuros. Una mañana que no me acerqué a la ciudad podía ver desde mi celda las vacas pacer. Estaban inmóviles como en un pesebre, o más. Todas estaban orientadas hacia el sol, con la testa, y parecían petrificadas, como si esperaran que el sol deshiciera la escarcha de la yerba. Es una de las cosas que más me han impresionado en este mundo, junto con los  surtidores de la Alhambra y cuatro cosas más.
No eran vacas de raza abuleña, que es negra según creo, sino que eran unas vacas de pelo entre vainilla y rosado. Ahí pude experimentar el silencio físico absoluto, y es que aunque el lugar donde duermo es tranquilo y hasta santo, siempre deja oír algun fondo de sonido que vendrá del aire que siempre campa por Barcelona, o de las cañerías, o de las psicofonías o acúfenos que se han declarado en toda persona que alcanza mi provecta edad. Pero lo que yo he buscado siempre es el silencio interior y tengo la sensación de que cada día estoy más cerca puesto que cada día me resulta más incomportable la cháchara y el ruido, lo consabido, la ostentación, etcétera.  Apenas ya escucho música, aunque la  percibo con intensidad. De hecho, siempre pensé que lo que más realza la música y el canto es el silencio. El silencio, sin embargo, a pesar de la ilustración que he elegido para hoy, no es algo que se pueda añadir. Le pasa un poco como a los olores. Todo lo contrario. Y sin embargo el silencio no es la negación a la que tanto han recurrido filósofos como Derrida (Cómo no hablar) o lo que encierra aquel libro que regaló el saliente President Montilla a los consellers de la Generalitat en las navidades de 2007 (El arte de callar del abate Dinouart). Y es que el silencio que busco poco tiene que ver con el silencio del que no tiene nada que decir o el que tiene algo que ocultar. Es un silencio afirmativo, fructífero, como el que se persigue en la meditación hesiquía, de conciencia abierta, sensibilidad, quietud, plenitud.

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