13.2.11

Horror vacui

Después de la película sobre la violencia en Argelia en los años 90 es difícil y se hace brusco cambiar el trazo. Si acaso me imbuyo de aquel magnífico libro de Camus, El extranjero, y su actitud, que le hace compañía a las de Bartleby de Mellville y Bartlebooth de Pérec. En "Des dieux et des homes" un oficial argelino le recuerda al prior de Tibhirine que la colonización francesa malogró toda posibilidad de regeneración del país magrebí. Una gran parte de nuestro mundo ha pasado no ya por esos intentos de evangelización a que nos referíamos ayer, sino que también ha pasado por profundas sacudidas demográficas migratorias, por la colonización, y ahora por la intervención de los cooperantes, el turismo y la deslocalización de empresas o los llamados "intereses en el exterior", etcétera.

A veces, digo, me gusta ver Barcelona con ojos de extranjera. No de cooperante, ni de turista ni de emigrante, sino casi de alienígena. Y como dije por lo menos una vez, ahí me instalo en una especie de estado como el que inmortalizó Catulo en aquellos versos: Odi et amo ("Odio y amo"). Días atrás me refería a la exposición del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona sobre el barroco como mito de la hispanidad. Algo de razón tiene uno de sus comisarios, Jorge Luis Marzo, cuando explota ese punto. Pero le pasa un poco como les pasa a las embarazadas cuando solo ven embarazadas donde antes no las veían. Su mención al Ensanche o Eixample barcelonés (*) se nos queda corta. Querríamos más.  "El mito del Eixample".

Probablemente Barcelona está muy determinada por sus cuatro fronteras naturales (el mar Mediterráneo, el río Besos, el río Llobregat y la Sierra de Collserola). Y sin embargo también está muy determinada por las colinas invadidas por el crecimiento de la ciudad, con unas subidas o bajadas imposibles. Alguna vez he protestado por lo mal solucionados que están arquitectónicamente hablando los desniveles que hay en el terreno. Muchas fórmulas no hacen más que destacar el ascenso en vez de suavizarlo o realzarlo, mejorarlo. En los barrios del desarrollismo los tejados suelen ser rectos y, como mucho, están acribillados de antenas. Una agradece las cúpulas y los campanarios, las formas que se recortan en el azul del cielo y recrean el horizonte o la famosa skyline.

Como a mi entender apenas se habla de la degeneración y la regeneración del Plan Cerdà, me he atrevido a hacer unas fotos que muestran uno de sus aspectos, precisamente aquel que nunca concibió Ildefons Cerdà en su proyecto. Las tomé ayer. Como había bastante contaminación, no podía dedicar la mañana fotográfica a otra cosa que a registrar este otro proyecto, el mío, de plasmar cómo la mayor parte de las manzanas están coronada por "sombreros" añadidos al plan e incluso algunas, muchas, tienen adosados en sus chaflanes.

Por mucho que hable, en este caso es mucho mejor una imagen que mil palabras:
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Plan Cerdà. Evolución de las manzanas hasta la actualidad.
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Es decir, en un principio se ocuparon las zonas centrales de las manzanas (estamos hablando de la friolera de 7,46 Km2) con construcciones bajas destinadas a talleres e industrias familiares. Por lo tanto desaparecieron los jardines centrales y se cerraron las manzanas. Después de este proceso especulativo se añadió otro, el de añadir los "sombreros" o remontes con el argumento de que si las calles tenían 20 m de ancho precisamente para dejar pasar la luz solar, los edificios podían aumentarse de 16 m a 20 m y construir dos pisos más con los techos más bajos. Algunos pisos aún añadieron un ático y un sobreático retirándolos hacia el interior de la fachada para aumentar el espacio edificado sin quitarles luz a los pisos más bajos de la acera opuesta. En el fotoclip que he reunido, en su mayor parte con imágenes tomadas en la patricia Rambla de Catalunya, se puede apreciar lo de los remontes ad libitum.

Es curioso porque inicialmente, el año 1859,  el Ayuntamiento de Barcelona rechazó el Plan Cerdà porque despilfarraba terreno en aras a la haussmannización de la ciudad. No olvidemos que la modernización de Barcelona estaba inspirada en el Plan de Haussmann para París. Aparte del saneamiento  del viejo París medieval, el proyecto preconizó la expropiación forzosa, que era una novedad, y confinó los barrios bajos a la periferia. Ya nunca más se pudieron levantar unas barricadas como las de 1830 o 1848, magníficas, y además tanta anchura permitía el paso de batallones en formación y, cuando hacía falta, hasta la artillería. Servidora es bien consciente de los efectos de la retícula urbana puesto que en las manifestaciones de los años setenta corríamos delante de la policía hacia el laberíntico Raval y nunca hacia el Ensanche.

¿Qué diría Cerdà a la vista de lo que quedó de su proyecto? Ni idea. Lo que sí es cierto es que no deja de maravillarme (es un decir) cómo degeneran los planes mejor intencionados.  Y eso que hay gente que está loca por vivir en el Ensanche y es del todo inasequible. 
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De niña yo modelaba con plastilina o "pastelina". Nada importante, gusanos, caracoles, caballitos. De eso ya hace mucho, pero creo que aún hoy los niños siguen haciendo lo mismo que se hacía entonces. Se cogían todas las pastillas y se formaba una masa informe, inmanejable, de color gris marengo o amarronado, más fea que Picio. O tempora, o mores!

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(*) "Barcelona, tras la confusión que representan los siglos XVII y XVIII, y una vez haya dado forma al ensanche racionalista de Cerdà, adeptará esa misma filosofía, recogiendo curiosamente una larga tradición de diseño urbano barroco, la del trazado cuadricular, que tanto éxito tuvo en las grandes ciudades coloniales americanas. La retícula "de nueva planta", ofrecía la posibilidad de crear determinados puntos de vista que acentuaban la monumentalidad de la ciudad. Al mismo tiempo, la estructuración racional de Cerdà (no olvidemos, impuesta por Madrid sobre otros proyectos más barroquizantes impulsados por la nobleza burguesa catalana) representaba la obligada justificación moderna de la tradicional "sobriedad espiritual" del país, sobre la que, ya sin demasiados tapujos, se desparramaba el frenesí decorativo y naturalista del Noucentisme y el Modernisme.
El ensanche de Barcelona era la oportunidad que el imaginario de la burguesía más ennoblecidad aprovecha para poder desplegar la ciudad barroca que Barcelona anhelaba y que se le había negado. Todos sus grandes arquitecos, de una forma implícita o explícita, participaban de esta percepción: Domènec i Muntaner, Puig i Cadafalch, Gaudí." (Jorge Luis Marzo, Barcelona y la paradoja del barroco)
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