22.9.07

Cardinales

“The soul selects her own society”
El alma elige su propia sociedad
Emily Dickinson

Los peritos grafológicos saben detectar en la escritura la orientación del sujeto. Saben, a través de la distancia entre las letras o por el uso de las mayúsculas, de su apego a la familia o a la sociedad. Saben de su vinculación al pasado o al futuro según el sentido de determinados rasgos o por la tendencia a derecha o izquierda de todas las líneas. La letra, según se eleve o pese, muestre los óvalos estrechos o anchos, abiertos o cerrados, muestra actitudes equivalentes. Por la escritura sabe el grafólogo de nuestros dolores de espalda y de nuestros secretos. Y aunque escribiésemos a mano, si lo hacemos por extenso, hay programas lexicométricos que nos distinguirían en una multitud. Nuestro vocabulario puede ser clasificado en categorías gramaticales, en grupos semánticos y estadísticamente con mayor presteza que la de un sexuador de pollos.

Las afinidades electivas tiene un pasaje que refleja muy bien otra curiosidad de la escritura:

“Por último entró Otilia rebosando amabilidad. La sensación de haber hecho algo para su amigo elevaba todo su ser. Depositó el original y la copia ante Eduardo. -¿Vamos a comprobarlo?- preguntó sonriente. Eduardo no supo qué contestar. La miró a ella y contempló la copia. Las primeras hojas estaban escritas con el mayor cuidado, por una mano delicada y femenil; poco a poco, los rasgos parecen modificarse, volverse más ligeros y más libres. Pero ¡cuánto se asombró al recorrer con la vista las últimas páginas!- ¡Dios del cielo! –exclamó- ¿Qué es esto? ¡Pero si esta es mi escritura! Clavó los ojos en Otilia y miró otra vez los papeles: particularmente el final era exactamente como si lo hubiese escrito él. Otilia guardaba silencio, pero le miraba a los ojos con una expresión del más vivo contento. Eduardo levantó los brazos. ¡Me amas! –exclamó- ¡Otilia, me amas! Y se abrazaron. No hubiera podido decirse de cuál de los dos partía la iniciativa”
(Johann Wolfgang Goethe. Las afinidades electivas. Barcelona: Fama, [1951], pág. 117)

Yo he llegado a ver Otilias que tenían la letra más parecida a la de los Eduardos que ellos mismos. Sobre todo porque la letra cambia. Sin embargo, lo que ahora me ocupa o me distrae es lo que decía al principio: la orientación. Me temo que la palabra tiene una carga anglófona, pero no es muy disparatado adoptarla cuando al fin y al cabo ya era una metáfora.

“Orientación” sería lo que le interesa a cada cual y lo que le mueve. Por ejemplo: Otilia está orientada a Eduardo. Nosotros, las personas, podemos vivir hacia fuera o hacia dentro, hacia los “superiores” o hacia los “inferiores”, hacia los iguales o hacia los distintos, hacia nuestros muertos o hacia los que queremos traer al mundo. No hace falta hacer un examen pericial con lupa para ver que es lo que le interesa a nuestros congéneres y a los perros, y a los que mandan. Se dirá, en todo caso, que cuanto más perspicaces seamos, con más claridad veremos la orientación. Pero lupa no hace falta. Ni telescopio.

Hay un tipo de orientación cardinal que no acabo de situar. Me refiero a la de los altos cargos que en caso de desastre (incendio intrahospitalario, caos en un aeropuerto, gran nevada) están orientados a sus aún más altos cargos y a la prensa o a la televisión. Ésos, no tienen alma.

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