29.3.11

Como a ti mismamente

A Luis Monfort
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oy era un típico día de marzo y hasta diría que de ese personaje famoso en el imaginario o folklore inglés, de la liebre de marzo. Después de febrerillo el loco llega marzo. Que no es precisamente el que se representa en la foto del álbum de hoy, la del columpio, que es del principio del otoño. La segunda imagen sí es de hoy, de marzo, con ese cielo azul plomizo o acerado donde aún parecen más tiernos los primeros brotes de los árboles caducos, que son de color verde primavera precisamente. Un día de marzo pueden ustedes pasar frío y calor, o "ni frío ni calor",  puede lucir el sol y llover, pueden doblar una esquina y sorprenderle un soplo de viento impetuoso, puede ser sombrío o todo luz, y puede ser todo ello meteóricamente. Y esos días son precisamente todo lo contrario a aquellos días de verano que son larguísimos y donde todo es un bochorno y un calor inclemente que atenaza o aplasta y produce hasta como delirios y espejismos. Y ¿qué me dicen de aquel frío como de tumba de aquellos días en que el sol apenas tiene fuerza? Sensaciones todas, básicamente las del frío y el calor, que con ser tan conocidas por todos son difíciles de definir, de poner en palabras, hasta de revivir.

La poesía está mal empleada y la publicidad  está corroída por sus esquemas del modelo aspiracional, siempre el mismo, chato, romo, ajeno a que ya hay un montón de mujeres que tienen su propia cuenta corriente y a que la menstruación es un fastidio que hay que llevar lo mejor posible y punto. Por lo tanto hablar sobre lo  que no está consagrado por la costumbre o el "porque sí", la poesía aceptada y la publicidad impuesta es por un lado baladí y se mire por donde se mire al hacerlo estaríamos induciendo al rechazo (frontal o sesgado) o bien estaríamos invitando al mimetismo, cosa que tampoco es deseable. Así que me voy derechita a lo que pretendo explicar y aunque suene un poco raro es igual.

Le oí una vez a un psicólogo ¿o era un psiquiatra? que los niños suelen desarrollar la compasión antes de los tres años. Es precisamente en el mismo estadío en que dicen los neurolingüistas que se tiene que desarrollar el lenguaje. Es decir, los niños que a los tres años no han desarrollado el lenguaje o la compasión es muy difícil que los desarrollen posteriormente. Lo pueden hacer pero con unas dificultades enormes y con mucha ayuda. En el lenguaje desarrollado tardíamente nos encontramos con que el cerebro no se ha organizado bien y no se ha empapado de todas las conexiones que emulan la sintáxis y la morfología, con que los órganos de fonación no están ejercitados y son casi irrecuperables a no ser bajo el entrenamiento de un foniatra muy diligente. En el caso de la compasión también podemos pensar que el cerebro se impermeabiliza y que la mirada se endurece o cosas por el estilo, que todo está al servicio de una insensibilidad o de un cierto egocentrismo o de las dos cosas juntas, que es un combinado no menos vomitivo que la famosa purga de Juanica.

Algún día les explicaré la desintoxicación primaveral que me prescribió una terapeuta ayurvédica bavaresa, que fue con harina de arroz que había hervido horas y aceite de ricino. Mi experiencia previa del enema preoperatorio fue algo mucho más placentero si me quieren creer. La obsesión que tienen en India con los intestinos en general y el colon en particular no es ninguna tontería puesto que es verdad que en ellos está la salud, pero prometo por la salud de mi canario que no volveré a tomar aceite de ricino en la vida.

No se impacienten, ya vengo a lo que iba. La compasión se siente o no se siente. Y no tiene nada que ver con esa pena que aloja un mohín de miedo o de asco o con la superioridad  protectora que sienten algunas personas ante el débil. No, no. La compasión es la pasión con. Palabra clara donde las haya. No busquen más etimologías. No es "llorar por" o "reír de" es "llorar con" y "reír con".

Sea por el jaleo que tuve con el fisco en días pasados, con la nada desestimable intervención de los inertos (fusión de inepto e inerte) de Correos, que alguno hay y me tocó a mí, sea por lo que sea es que hoy andaba como el día. Y eso que ya está todo arreglado hasta nuevo aviso. De manera que de buena mañana me he cruzado con la vieja demenciada que suben cada día por la mañana a la residencia geriátrica cerca de mi calle. Cuando llego por la noche me la cruzo en el sentido contrario. La llevan. Por la mañana la traen. La empuja una mujer americana y ella va en una silla de ruedas, rígida pero como tambaleándose, temblorosa, desmadejada, la mirada perdida, siempre con menos ropa de la que yo le pondría. No solo por el decoro, que no es poco, sino por el frío. Pero seguramente se pensarán que no siente. Se pensarán que como no puede hablar no siente. Hoy cuando ella subía y yo bajaba he pensado, mira, yo podría estar en su lugar. Ella podría ser yo y yo podría muy bien ser ella. Y no sólo porque el sentido de nuestra ruta no era el ordinario, porque era al revés, sino porque ese descubrimiento me ha llegado hasta el tuétano como si yo no fuera nadie, como así es si nos ponemos a pensar.

Al poco rato, cuando iba al centro he pasado por un colegio. Cuando digo "pasado" debo recalcar que he evitado a toda costa la acera afectada por la entrada de los niños. Eran las 9. Yo iba por la acera opuesta. Delante mío caminaba un señor que conozco del otro barrio. Quiero decir no del otro mundo o de la muerte, no, "del otro barrio" donde yo había vivido en mi niñez. Entonces me acordé de que él había tenido un niño, con síndrome de Down. Le llamaron Javier, Javito le llamaban. De niño le lavaban con gelatina de cordero. Le dieron todos los cuidados, pero no pasó de los 30 años creo. Y de la misma manera que me había sentido con la vieja demente, también me sobrevino la idea de que aquellos niños me recordaban a aquel niño que fue Javito y creí sentir con toda precisión aquella especie de herida que lleva su padre al acordarse del niño muerto, su niño. Su hijo. Esa herida está amortiguada o transformada por los años, pero sigue ahí y a veces se nota claramente  porque se abre o porque algo la roza, como una especie de ahogo o de desgarro o de punzada, de pellizco, nunca se sabe.

Después, de regreso a casa, en la calle de la Argentería, toda llena de turistas de todas clases, un travesti fascinante de metro ochenta hacía una sesión fotográfica que nunca olvidaré, cerquísima de la Catedral del Mar. Vestía de viuda negra pero con minifalda. Y otra vez, como había pasado con la anciana del geriátrico y con el padre de Javito, me he puesto inesperadamente en su piel.  Y lo que he sentido fue precioso. Un corazón tan blanco, tan bueno, tan liberado de mezquindades, tan insolente. Lo mismo que me encontré con estos tres seres que saben lo que es el verdadero amor, el que no está hecho de apego o modelos aspiracionales, otro día voy y me cruzo con tres monstruos  que escarnecer o con tres almas que se malogran.  Espero que no.

Parque Central de Nou Barris (Barcelona)
La Torre Llobeta (siglo XV), que le da nombre al barrio de Vilapicina-La Torre Llobeta

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