22.5.08

Siete estrellas


Él ha hecho la Osa y Orión,
Las Pléyades y las Cámaras del Sur
Job 9;9
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omo hoy tenía un día muy tonto estuve vagando un rato por internet, buscando imágenes de Dubai, uno de los Emiratos Árabes Unidos, y particularmente del Hotel Burj Al Arab, uno de los hoteles más caros del mundo. Se alza 321 metros sobre una isla artificial a 280 metros de la playa, donde en ningún caso se refleja su sombra. Tiene 202 suites, la más pequeña de las cuales hace 169 metros cuadrados, por lo que se le suelen atribuir 7 estrellas. Uno de los restaurantes es el llamado Al Mahara ("la ostra") y es un espacio metido en un acuario de cerca de un millón de litros de agua de mar. Recuerda el Nautilus de Veinte mil leguas de viaje submarino, pero los comensales del Al Mahara ostentan en la publicidad una sonrisa tan sostenida que hace temer por una luxación maxilar irreversible.
Cuanto más miro las imágenes de Burj Al Arab más me gustan las estrellas de verdad. El lujo no me impresiona a no ser que consideremos que el espacio es un lujo. Porque el espacio sí que me impresiona. Pero los tiradores de oro y los restaurantes submarinos con sus tiburones y su cubertería de oro de 22 kilates de la India, las suntuosas escaleras de Carrara y el granito brasileño por donde se invagina el ascensor más rápido del Golfo Pérsico, no. No es que no me guste un Rolls Royce, aunque lo prefiera a una limousine de color perla, es que no me gustan las coches. Si acaso, paradójicamente, como mucho, me gusta el ruido que hace el motor de un Jaguar (pero no de los que han fabricado últimamente de 45000 euros, de precio "popular"). Hace unos años se veía a grupos de japoneses entrar en el Loewe de Paseo de Gracia. Todo a cien... mil. De hecho, aparte de japoneses no veía a nadie más. ¿Quién puede gastarse 4000 euros en un portafolios?

Años atrás había visto grupos de mujeres árabes a quienes se les reconocía no solo por su ropa, sino por la manera de comprar en las tiendas de modas. No es habitual ver gente que separa 30 bolsos, 40 pares de zapatos, casi sin mirarlos, y pide a la dependienta que los retire para que luego los pasen a buscar y pagar. Lo mismo podrían hacer en la joyería Suárez, que en Carolina Herrera, que en Montblanc o ante un abrigo de pelo de camello de Max Mara. "Póngame veinte". Percibes que no es cuestión de dinero. Eso sí que me gusta, y tiene que ver con una cierta magnanimidad y con la confianza en la "providencia" y la abundancia. No tiene que ver con la ostentación.
No me importaría estar una semana o diez días en el Burj Al Arab simplemente por ver el ambiente. Lo veo más factible que lo del bolso de piel de cocodrilo con mis iniciales en oro. Al fin y al cabo no se puede tener un solo bolso de cocodrilo o un único par de vertiginosas sandalias de Manolo Blahnik, pero pasar unos días en Dubai ni que sea de... ¿voluntaria? ¿por qué no? ¿Cómo se verán desde allí relucir las siete estrellas verdaderas del carro de la Osa Mayor encastadas en un cielo zafiro sin Bulgari?
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