10.5.11

Arte y parte. Díptico sobre Jean Renoir





stos días ando repasando la filmografía de Jean Renoir ("La gran ilusión", "La bestia humana", "La regla del juego") y también una entrevista que le hizo Jacques Rivette que está en Youtube en francés y subtitulada en inglés. El pedazo a que remite mi enlace discurre sobre el arte y lo que mata -por decirlo así de rápido- al arte. He escuchado varias veces las palabras de Renoir, cuyo valor está garantizado por su filmografía que por cierto en gran parte pudo hacer "gracias" a que fue vendiendo cuadros que había pintado su padre, cosa que no cesa nunca de impresionarme. Supongo que es por esa razón por la que hay tantos cuadros de Pierre-Auguste Renoir en Estados Unidos. Pienso sobre todo que Jean Renoir tenía que estar muy seguro de su propia valía para haber hecho algo así, porque no se me ocurre otra causa por la cual hubiera podido vender los cuadros de su padre.
En cualquier caso, cuando vemos la primera escena de "La bête humaine" (Jean Renoir, 1938) no podemos menos que creer que la plata de la vieja película de nitrato se deja ver entre las imágenes, como una manera especial de perfilar brillos y claroscuros, negros y grises. Las escenas de trenes en marcha abundan en la historia del cine, pero yo no recuerdo ninguna que tenga tamaña belleza, o al menos ahora mismo no se me ocurre. Me estoy acordando simplemente de los trenes de películas del oeste, de "Asesinato en el Orient Express" (Sidney Lumet, 1974) y de "El puente de Casandra" (George P. Cosmatos, 1976), que acaba bastante mal. "La bête humaine" no es que acabe bien, tal y como está basada en los personajes de Zola, cada uno descarriado a su manera, él (Jean Gabin en el papel de Jacques Lantier) por generaciones de alcohólicos y locura que pesan y se arrebolan en sus venas, ella (Simone Simon en el papel Séverine Roubaud) por su tendencia a ser una mala mujer, expresión con la que el mundo clásico se suele referir a las mujeres que llevan a los hombres indefectiblemente por el camino de la perdición.

Como a mí no me interesa pero que nada el tema de las emociones que recrea la película -aunque lo hace muy pero que muy bien- me detengo por una parte en las primeras escenas, del protagonista como maquinista ferroviario camino a Le Havre en compañía de Pécqueux. La  locomotora que conducen Jacques Lantier y Pécqueux se llama Lison, una variante del nombre que en español es propiamente Isabel o Elisa. A pesar de que se le han querido añadir a Lison una serie de connotaciones simbólicas referentes a los significados más evidentes de la película,  la insania, el adulterio, yo dejaría que limpiamente la primera escena se presentara en toda su fuerza -no solo en sus imágenes sino también en su sonido- y, sin más:

Aunque esa escena es poderosamente elocuente la uso para ilustrar  y completar el texto que he transcrito al español del vídeo de la entrevista y el eterno tema de la relación entre naturaleza, arte y tecnología. Mi opinión es lo que menos cuenta pero diré que la tecnología me interesa infinitamente menos que el arte y que la naturaleza. Y siento tener que decir que no he visto hasta el día de hoy ni una sola página web hecha "profesionalmente" que me haya despertado la más mínima admiración ni emoción estética. La naturaleza es misteriosa y hermosa, aunque a veces es indiferente a nuestros pesares, y siempre implacable. Aunque nos acompaña en ese viaje al que dos posts atrás me refería y nos devuelve constantemente a nuestro verdadero ser, tal vez la compañía del arte y de la belleza en general es de lo poquito que nos puede consolar.

Transcripción aproximada de la entrevista de Jacques Rivette a Jean Renoir (¿1966?)
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Jean Rivette — Aparte del sonido, el llamado “progreso” en el cine (color, pantalla grande, avances técnicos en la filmación además de la manera en que las películas están hechas), ¿ese progreso no va todo él en la dirección de un realismo más perfecto, un realismo técnico?
Jean Renoir — Seguro. Es lo misma historia en todas las artes. Y sabemos que en la historia de todas las artes la llegada del realismo perfecto coincide con la perfecta decadencia. Ya antes me he referido al ejemplo del arte griego. Hay muchos ejemplos. Pero uno viene a mi mente.  Permítame que me repita. Es el arte de los tapices. El primer tapiz que conocemos es el Tapiz de la reina Matilde. La reina Matilde y sus damas para pasar el tiempo mientras su marido Guillaume conquistaba Inglaterra tejieron un tapiz. Es evidente que la lana que usaron era primitiva, probablemente sebosa.  Los colores eran muy toscos, probablemente a base de vegetales y de algunos minerales. En el tapiz solamente se usó una limitada y pobre paleta de colores y no obstante ese tapiz es probablemente uno de los tapices más bellos del mundo. Durante varios siglos los tapices continuaron siendo primitivos. Así por ejemplo los tapices de Angers sobre el Apocalipsis.  Vemos un mundo maravilloso y no solo en el sentido del sueño sino en el de la realidad. Los personajes del tapiz son como modernos, nosotros los conocemos y nos los encontramos en las calles todos los días y se parecen a esos santos, esos reyes, esas reinas, esos pecadores o esos ángeles. Y sabe Dios que era una técnica bien primitiva.  Pero un buen día el rey Enrique IV cometió un desacierto enorme y eliminó el arte de la tapicería de golpe. Con Sully.  Lo que me hace preguntarme si la leyenda no será una completa mentira.  Porque la estupidez de Enrique IV con respecto al arte de los tapices me hace dudar de la leyenda de su divinidad.  Reemplazó la urdimbre corta existente por la urdimbre larga de manera que se hizo posible entrelazar los hilos de una manera más sutil. Al mismo tiempo hubo  un enorme avance en los colores. El rey decidió fomentar los tapices de urdimbre larga. El arte de los tapices avanzó incrementándose su capacidad para imitar a la naturaleza. Pronto no fue necesario concebir simplificaciones de los motivos de los tapices. Se copiaron pinturas con la verosimilitud de los cuadros de Boucher y Watteau. Hoy en día un tapiz puede copiar la naturaleza. Cada matiz se ha hecho posible.  Diez tonos de verde. Todos los tonos del azul del cielo desde el de la pálida nube hasta el azul más profundo.  ¿El resultado? Los tapices se han acabado.  En la actualidad artistas como Lurçat intentan revivir artificialmente el arte del tapiz rehuyendo el realismo.  Pero ay algo trágico ocurre. Es un intento artificial.  No obtenemos un tapiz de la Reina Matilde.  Lo cual a veces me hace preguntarme  si el don de la humanidad para la belleza no será a pesar suyo.  Y si su inteligencia, esa facultad devastadora… Es terrible la inteligencia, se hacen barbaridades con la inteligencia… Si la inteligencia no nos empujará hacia la fealdad ¿Qué ocurriría si la inteligencia nos hiciera esclavos, admiradores de todo cuanto es feo? ¿Qué si nuestra tendencia a imitar la naturaleza no fuera simplemente una tendencia hacia la fealdad, puesto que lo que imitamos de la naturaleza no es precisamente lo más bello? Me pregunto si en los tiempos primitivos todos los objetos, no solo los artísticos, eran bellos, cuestión que es bien perturbadora, si pensamos en la cerámica etrusca, toda ella tan preciosa, ¡y no me diga que todos los ceramistas etruscos eran genios! ¿Cómo puede ser que cuando la técnica es primitiva todo es bello y cuando la técnica llega a la perfección todo es espantoso excepto cuando las cosas están creadas por un artista con talento que sobrepasa la técnica?
Es una pregunta perturbadora.  Que me sugiere otra cuestión sobre nuestra discusión acerca de las artes del espectáculo que nos interesan. Me pregunto si nuestro progreso tecnológico no es simplemente un indicio de nuestra completa decadencia. La perfección técnica solo nos puede llevar al aburrimiento, en tanto que solo reproduce la naturaleza. Imagine que podemos recrear perfectamente un bosque en el cine.  Podemos ver la espesa corteza de los árboles. La pantalla es más grande que nunca y rodea el auditorio. De manera que estamos en el medio del bosque.  Podemos tocar los árboles y oler el aroma del bosque.  Habrán maquinas que emitirán el sutil olor del musgo. ¿Qué pasará? Pasará que la gente cogerá un scooter y se irá al bosque real y no a ver películas. Porque ¿quién querrá ir a ver una película cuando puede ver la cosa real? Por lo tanto la imitación de la naturaleza solo nos puede llevar al fin del arte.
Jean Rivette — Llevando su argumento más lejos, a su conclusión lógica,  no podemos menos que lamentar que las películas tengan cada vez el grano más fino. 
Jean Renoir —   Absolutamente. Yo lamento sinceramente este hecho.  Somos cineastas, así que déjeme que admita una cosa. Estudie la fotografía de las películas primitivas.  Estudiemos la fotografía de “El gran robo del tren”, el primer western americano.  Observemos la fotografía de las películas de Max Linder.  En general es soberbio ¡Increíble contraste!  Lamento los avances en el surtido de películas".
Fragmento del tapiz de la Reina Matilde o de Bayeux (ca. 1066)

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