19.5.11

El cuarenta de mayo

A Pilar Álvarez-Castellanos, con un cierto retraso, por su cumpleaños
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n mi enciclopedia del Arte, rescatada del depósito de reciclado, el cuadro más famoso de Szinyei Merse Pál, si es que algo de lo que pintó se hizo famoso, viene bajo el título de "Almuerzo en la hierba". Me extrañó que este cuadro hubiera adquirido el nombre de "Déjeuner sûr l'herbe" (1863), el famoso cuadro de Édouard Manet. Será por nombres. Así que le imaginé otro  y casi lo acierto porque el cuadro se encuentra sobradamente con el Google bajo el nombre de "Picnic in May", como no podía ser de otra manera a la vista de las numerosas amapolas que hay en el prado de fondo. También hay algún diente de león y tal vez colza y un perifollo, pero amapolas hay muchas. En la obra pictórica de Merse o Szinyei-Merse aparecen muchas amapolas y lo que tienen las amapolas, por lo menos en nuestras latitudes, es que son propias de Mayo. 

Recuerdo que del cuadro se suele decir que es una pintura cuyo personaje central es el sol, por la sombra que se dibuja sobre la yerba, que hace adivinar un arbusto de avellano o cualquier árbol asomado a la vereda de un río. El río también hay que adivinarlo porque por la postura del hombre que está en cuclillas se diría que deja o coge una botella de vino que está a refresco. En cualquier caso, todo nos habla de disfrute, aunque la comida es frugal y tiene una presencia menor si la comparamos con el vuelo de las faldas, descansadas como flores o como las manchas de la paleta gigante del divino pintor que cada día nos alumbra y hace que esto marche. Si acaso la composición es un poco rígida y casi se prefiere admirar las figuras por grupos o por separado: las dos parejas, el hombre echado y el hombre en cuclillas.

"Picnic in May | Comida campestre en Mayo" (Szinyei Merse Pál, 1873)

A veces vemos en la televisión alguna boda estadounidense en el jardín de una mansión, o una barbacoa, o una fiesta de graduación en plein air, donde se oyen lejanos los gritos de los niños reverberando puros como en ese efecto que se busca al final  del "Duetto de las flores" de Léo Delibes. Así como el espacio íntimo del salón familiar tiene su aquel, también lo tiene el espacio exterior, el espacio llamado también "abierto". Me acuerdo bien de las costilladas que se podían hacer en mi infancia sin pedir permiso alguno. Cogías el Seat 600 y te ibas por decir algo a Palau de Plegamans, cuando aún había renacuajos en los riachuelos, y empezaban a salir de los coches tortillas de patata, carne magra rebozada, vino, coca-colas, el paquete de la sal, todo. A veces hasta asábamos setas del propio monte y el olor de las costillas y la pinaza mezclaba bien con la embriaguez de oxígeno y de sol. Un gozo inmenso que apenas son capaces de recrear esas fiestas que se hacen para calentar las campañas electorales, con chocolatadas  para ciento y la madre o unas paellas multitudinarias que solo mirarlas da asco o pena. ¿Les había dicho que me vuelven loca las paellas? ¿Sí? Bueno, pero por decirlo una vez más no importa.
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Una de las últimas veces que estuve en Finisterre quisieron agasajarme con una sardinada en la playa de la Langosteira, que les aseguro que no se llama así por hacer reclamo turístico sino que verdaderamente tiene ese nombre de toda la vida y con razón. Yo sé que lo hacían con la mejor intención pero es que sólo de pensar que me organizan una fiesta me poco enferma. Primero porque no quiero ser el centro de nada y segundo porque me gusta que las fiestas surjan espontáneamente, sin prepararlas. Admito que esta condición mía no es como para irla luciendo y menos comentarla, pero esto es lo que hay. La sardinada además me implicaba participar en la preparación de las brasas y yo ya sé que por muy alejada que estés del foco no te quitas el aroma en días. Se diría que en siglos y hasta milenios. En mi última sardinada me alejé cosa de dos quilómetros del jaleo y busqué viento a mi favor, pero cuando estaba ya en mi cama a altas horas de la madrugada noté que olía a sardinas, como por otra parte era natural. Es decir, que no había apenas participado de los preparativos, apenas había comido un par de animalitos con pan de borona, pero había sido inútil. Había quedado fatal para nada.
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Las comidas campestres están muy arraigadas en Galicia, y en realidad es en ese contexto y en pocos más donde podemos oír y tocar la gaita y eso no por mucho rato, porque cargante lo es y mucho. De la misma manera que el picnic de crudités y bocaditos buenos ha evolucionado hacia la chocolatada en vasos de usar y tirar para ciento y la madre, la comida campestre gallega ha evolucionado hacia el "día de". Hay el día de la empanada, el del percebe, el del caldo, el del pimiento, el de la patata, el del "linqueirón" (que es como llamamos a las navajas en Finisterre/Fisterra, de longueirón, "alargado", supongo), etcétera. Yo no digo que estas fiestas no sirvan para atraer turismo rural, que sí que sirven, pero son demasiado concurridas para que haya un verdadero gozo vitalista. Es decir, que casi prefiero la barbacoa de sardinas y que se me quede la ropa pringada durante meses, si no va a haber más de unas veinte personas, que es el número ideal para yo escaquearme de recoger y de todo cuanto supone el evento. 
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Las comidas campestres son para mí una especie de anticipo de cuanto imagino que es el Paraíso, solo que allí estarán los que aquí, en el más aquí, nos faltan. La siesta bajo el pino, después de haber satisfecho el apetito, viendo pasar alguna nubecilla o una mosca, es a todo lo que mi memoria, mi imaginación y mi todo aspira cuando tiendo a la ensoñación. Claro está que tenemos el sucedáneo de una tapita de boquerones y un quinto en una terracita de bar al sol, hasta quedarnos apergaminados como la Gunilla von Bismark (Gunilla Gräfin von Bismarck-Schönhausen) en sus buenos tiempos, cuando era la reina de Marbella y  la nietísima del canciller, la amiga de la princesa Gloria Thurn und Taxis, también conocida como condesa Gloria Schönburg in Glauchau und Waldenburg. Mas, siguiendo con la saga de refranes, "hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo".

El "Picnic" de Merse indoor, en un simulador de internet

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