18.5.11

La bolsa o la vida

"Y yo no entendí a Louise hasta que no vi su bolso. Estaba lleno de cosas 
mucho más interesantes que mi cartera y mi prosaica mochila de excursión. Había en
él fotos, pinturas, llaveros, cartas, versos, el pañuelo 
rojo como la sangre que olía a ella, una agenda tapizada
con una seda que tenía el color de sus ojos, un muñeco que
yo le había regalado... y cosas propias de las mujeres.  Apenas
llevaba dinero. Arrastraba por el mundo tres kilos de fantasías,
recuerdos y sentimientos. Llevaba también -no sé por qué, ya
que era agnóstica- una diminuta edición encuadernada
en piel del Libro de Ruth. Y siempre que abría su bolso y hojeaba
este libro, el azar me conducía a las mismas palabras: "¿Por qué
he hallado gracia en tus ojos para que te intereses 
por mí, si ves que soy extranjera?"
Mauricio Wiesenthal, El esnobismo de las golondrinas


"Siguiendo con el dentro/fuera, es obligado referirse por tanto al famoso 2.55 Chanel, el bolso fetiche
de "Coco" Gabrielle Bonheur, el cual se sigue produciendo después de febrero de 1955 como en el primer día,
con algunas "tiradas" especiales o limitadas que  fácilmente alcanzan los 3.305 [sic] euros la
unidad,  como la creada por Karl Langerfeld. Me perdonará el respetable que me sulfure cuando
oigo, veo y hasta huelo que se sostenga por ahí que ese bolsito es inevitable como fondo de armario.
Debo reconocer que le cogí una cierta simpatía cuando supe que Coco Chanel se proponía con él, 
entre otros objetivos, el de dejarles a las mujeres las manos libres. Para qué, no lo sé.
Pero cuando supe que el forro "burgundy"(bourgogne, o rojo borgoña)
estaba inspirado en el uniforme del colegio de las aubazinas al que fue la diseñadora de pequeña, se me cayeron
los palos del sombrajo (the tent poles). De las interioridades del bolso 2.55 también se hace
hincapié en ese bolsillo oculto que Coco Chanel ideó para guardar sus cartas de amor. Supongo que hoy
en día ese bolsillo se utilizará para guardar los comprobantes de VISA o vaya usted a saber. Cualquier
cosa. El lujo, como el porno duro, tampoco le deja espacio a la imaginación."


 
as "manos libres" ya es bien sabido que no es poca cosa ya que la cacareada bipedestación de nuestros antepasados homínidos representó el advenimiento de la civilización que coronan hechos como la Champions League y el asunto de Sandokán, perdón, Strauss-Khan, el director gerente del Fondo Monetario Internacional. Por cierto, a mí al menos me parece más que raro que un hombre así -dos veces ministro, candidato a la presidencia de Francia por el Partido Socialista, etc.- se haya expuesto  a algo más que un faux pas precisamente en Nueva York, donde está una de las prisiones y muchos de los fiscales más terribles del mundo mundial. Pero antes de que se nos vaya el asunto de las manos, sigamos a lo nuestro, que tiene que ver con lo que somos capaces de arrastrar en nuestro día a día con nosotros mismos.
No sé de nadie que lleve el Libro de Ruth en el bolso ("cartera" en Argentina), aunque me acuerdo de que Robert Graves explica en su autobiografía (Adiós a todo eso) que cuando estaba en la Guerra siempre llevaba consigo los sonetos de Shakespeare, cuya edición, por minúscula que sea, no deja de ser un peso, sobre todo si nos acordamos también de las trincheras y de lo mucho que pesaban los pertrechos habituales. Un libro que fue éxito de ventas durante siglos, el Kempis o Imitatio Christi, es probablemente uno de los primeros libros que se concibieron para un uso personal e incluso para llevarlo encima, como pasó también con los devocionarios. Yo no sé ni tengo por ahora algún interés en saber si el I-Pad  o las primeras agendas electrónicas o no  son dignos sucesores de aquellos libritos que acompañaban a sus propietarios y eran su distracción o su apoyo o su compañía en los ratos muertos ¡Los ratos muertos! Un día tendremos que hablar de los ratos muertos, esos ratos que luego acaban siendo más vivos que otra cosa.
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Palacete Desvalls en el Jardín-Museo del Laberinto de Horta (Barcelona)
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No es que haya visto el contenido de muchos bolsos, pero es cierto que es un tema del mayor interés y que levanta acta de lo que más preocupa o interesa a quien los lleva. El bolso de la Louise de la cita cefálica, con tres kilos de fantasías, recuerdos y sentimientos no son raros. No solo porque hay mujeres que acarrean un neceser (palabra que doy en pensar que procede del francés nécessaire) con todos los artefactos para rehacer su maquillaje y su amor propio y el ajeno, sino porque una gran parte de las mortales, por divinas que sean, se pasan una también buena parte del día fuera de la casa. Razón de más para tener que hacer una puesta a punto del bolso y prever todo tipo de eventualidades, desde los ratos perdidos hasta una carrera en las medias o una migraña intempestiva.
Así como el Kempis es una joya de la tipografía pensada para las manos libres y la lectura solitaria y en silencio (no olvidemos que la lectura primero fue pública y en voz alta [*]), las polveras o una mera cajetilla de cigarrillos son objetos que están ideados para hacer su uso agradable, cercano, íntimo. Otra cosa no llevaré, pero jamás me desprendo de mi tarjeta VISA, una imagen  plastificada de San José, a ver si me inspira paciencia, un billete de un dolar y las fotografías de mi padre y mi madre. Mi billetero es liviano, y no tiene nada que ver con esos billeteros que a veces les veo manejar a las señoras que tienen más cargas familiares y que se pasan el día comprando comida y hasta bebida. Los billeteros de mis congéneres son como acordeones en donde hay no una tarjeta VISA sino varias, fotos de toda la familia y parte de la otra y muchos recibos. No es raro ver en algún bolso que asomen teléfonos celulares o MP4 o cargadores y hasta he visto alguna máquina de afeitar y no entre los llamados "efectos personales" de un viajero sino en los de a diario. Servidora prefiere mil veces una Blackberry a un I-Phone, que es menos "tangible", más aparatoso y nada trendy.
Se diría además que las manos son la magnitud que moldea nuestro mundo y que lo que no cabe en ellas cabrá, porque en ello se empeñan los del diseño y la tecnología. Todo tiende a ser portátil y personal. Tema no menor, porque dicen los que saben que contribuye al aislamiento. Yo no sé. Como ayer abríamos el post con uno de los refranes más bonitos del patrimonio tradicional, hoy lo cerraremos con otro: "Pecho que  mano no cubre no es pecho, sino ubre".

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Se suele decir que la primera referencia a la lectura silenciosa la hizo San Agustín en sus Confesiones para referirse a San Ambrosio: "Cuando leía, sus ojos pasaban por encima de las páginas y su inteligencia penetraba  en su sentido sin pronunciar palabra ni mover la lengua" (cap. III, libro VI)

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