26.6.11

Los otros animales





ues sí, ya decían los griegos que las cosas son según la opinión que tenemos de ellas. Como cito de memoria y a través de Montaigne, debo matizar que esa sentencia estaba desprovista en el original de la creencia en la que se basa la PNL (programación neurolingüística) por la cual, poco más o menos, con nuestros pensamientos y nuestras palabras hacemos de las costumbres, rutina y destino. No, los griegos se quedaban simplemente en el hecho de que al hacernos una opinión adversa sobre algo nos resultaba menos llevadero y así etcétera etcétera.
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Lo digo porque aunque la anécdota que trajo ayer Pilar, explicada por Grahan Greene, del que murió porque se le cayó un cerdo desde un balcón encima, es curiosa y hasta muy graciosa, a mí no me llega a poder hacer gracia. El cerdo formaba hasta hace poco parte y casi puntal de la economía rural de subsistencia y de autosuficiencia gallega. Aunque nunca pasó nada que se le pueda ni comparar al síndrome hemolítico urémico, esa tradición ha sido prácticamente perseguida como una plaga y si uno quisiera tener un cerdo no podría más que tenerlo de una manera absurda -de acuerdo con los principios más rigurosos de la bromatología y la veterinaria- o bien, que no sé que es peor, de una manera furtiva.
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La casa paterna de Betanzos se abandonó en los años 50. En la casa materna de Finisterre nunca hubo un cerdo. La pequeña casa ya tenía de obra la pequeña corte para el cerdo, que cuando la reformamos se convirtió en un pequeño baño con el techo inclinado. Y sin embargo mi abuela, cuando mi abuelo volvió de la guerra lo mandó al mar (aunque él era panadero) y no quería animales. Cuenta mi madre que cuando nació su hermana Amelia entró un gato en la casa y ya se quedó. Le llamaron Revirica, que proviene de la palabra revirar ("enroscar, retorcer, rizar, contorsionar") y de su intensificativo reviricar. Revirica dormía con mi madre y su hermana Loli y les calentaba los pies. Como el concepto de "familia" en la familia rural tradicional es algo más amplio que lo que veo por aquí y ahora, debo aclarar que mi madre a veces dormía en casa de su abuela materna, en la aldea, y entonces por la mañana tomaba unha cunca de leche recién ordeñada y unas papas de maíz que le molía mi bisabuela, que se llamaba Carmen Canosa. De Mamá Carmen (por contraste a Mamá Pepita) no queda ninguna foto y todo lo que sé es que tendría una contractura de Dupuytren porque cuenta mi madre que tenía un dedo meñique como encogido. Revirichado
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De manera que cerdos nunca hubo en mi familia más directa pero, siempre siguiendo los recuerdos de mi madre, se dio el caso de que una vez enfermó una niña de una parienta. Por entonces ya había penicilina, por lo que nos debemos referir a los años 50, pero no había dinero para comprarla. Para salvar la vida de la niña vendieron el cerdo. El caso es que se quedaron sin niña, sin cerdo y con la penicilina. A mí no se me ocurre una historia más triste. A veces me acuerdo de ella y pienso  por un decir en las princesas Disney, que no llegó a conocer, a no ser a todo estirar Blancanieves (1937) y Cenicienta (1950), y en otras ideas disparatadas que rebusco para que juegue. La verdad es que no sé qué decirle a una niña muerta.
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No sé si explicarles la otra historia triste con cerdo que ha forjado mi opinión o mi imaginario sobre estos animales. No, pienso que es mejor dejarlo estar.  ¿O no? La segunda historia hay que situarla después de la guerra, por las tierras que hay cerca de Monforte de Lemos. Un hombre se cayó con su carro al río al pasar un puente. Lo encontraron muerto agarrado al rabo de un cerdo como a clavo ardiendo. No sabía nadar. Su hija Mercedes vivió en Barcelona muchos años, ayudó a mi madre cuando dio a luz a su primer hijo. Lavaba sus pañales, lo que hiciera falta. Aunque tenía dos hijos muy listos, y creo que uno de ellos tiene un cargo importantísimo en un banco o algo así, no estuvieron al lado de ella cuando enfermó. Parkinson. La última vez que la ví, en un centro de día que hay aquí en Horta, en Alt de Can Mariner, estaba bastante agitada a pesar de la medicación y no podía hablar. Supongo que a causa de la medicación. Ella lo pasaba mal y yo también, aunque hacía como si todo fuera de lo más normal. Murió la primavera en que murió mi padre (porque aunque mi padre murió un 13 de enero hizo mucho calor y recuerdo que los pájaros en Doñana estaban desconcertados y no sabían si ir a Europa o volver a África). Mercedes toda la vida se acordó de su padre y de como murió, aunque era una niña. Y yo lo sentía, lo siento, mucho.

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Tomo el título de un maravilloso libro que escribió Gerald Durrell, Mi familia y otros animales. Seguramente es uno de los pocos autores, al lado de Grahan Greene, Terenci Moix, Cervantes, etc., que me ha hecho más que sonreír.  Los "otros animales" a veces son objeto de burla, y con la de degenerados que hay, de vejaciones y maltratos.  Hasta en Galicia, donde apenas consiguió penetrar el arte del toreo ni los embolados y ya no digo cosas como el "pato engrasao", se está desmadrando A rapa das bestas y, como todo lo demás, está viviendo un proceso de telecinquización, alcoholización y hooliganismo.

Alguna vez he dicho por ahí que la revolución más importante que podría haber es no la de las mujeres sino, ya puestos a decir disparates, la de los otros animales. Pero me parece que en el mejor de los casos habrá una evolución y los supervivientes no serán precisamente "los mejores".


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