13.6.11

Puro teatro


Give a man a mask and he'll tell you the truth
Oscar Wilde

ubo un tiempo en el que sentía que no estaba viviendo. Alcancé a darme cuenta de que yo era alguien que estaba en la vida de los demás, como muchas veces lo está el público en las salas de teatro, como si la obra se tuviera que representar necesariamente ante alguien de quien además se esperara la aprobación o hasta la admiración, la complicidad o lo que se les ocurra. Dicho sea de paso, lo mismo que hay gente que se puede haber sentido en un momento dado como público, también habrá gente que tiene la costumbre de ser protagonista. Habrá gente que sentirá que todo gira a su alrededor. También hay apuntadores, que cumplen la función de recordarles a los demás qué es lo que tienen que hacer. Recuerdo aquella anécdota que cuenta que G.K. Chesterton le envió una ve un telegrama a su esposa donde se podía leer: «Estoy en Market Harborough. ¿En dónde debería estar?». Era tan despistado que gracias a su esposa podía descansar en esos temas menores y despreocuparse de algo que iba contra su naturaleza. Lo nefasto es cuando hacemos un rol a perpetuidad, ni que sea por comodidad,  y no nos damos cuenta de que lo seguimos por inercia y en él nos anquilosamos.

A veces los dramaturgos o algún versionador audaz ha derrumbado la cuarta pared en un momento dado de la representación o bien a lo largo de todos los actos, sea haciendo participar al público, sea mezclándose con él o por sniggling o por artivismo. El hecho de que los regímenes totalitarios lo primero que intervengan sea precisamente el teatro (y lo último, o ni siquiera eso, la poesía), es una prueba más de muchas que señalan lo efectivas que son las tablas y lo mucho que pueden llegar a turbar la platea y los palcos. Recuerdo cuando se representó "Ubú president" en el Teatro Tívoli si mal no recuerdo. Boadella. En la representación a la que yo asistí abandonaron la sala a cajas destempladas 4 o 5 personas del público. Esas reacciones tan inmanejables las he presenciado también ante la mera palabra "toros" o "aborto" o "Señora de las Marismas" y otros temas ante los que se despierta un rechazo irracional y visceral, tema o temas que dejaremos para otro día.
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La obra que vi representar ayer era Truca un inspector (An inspector calls) de J.B. Priestley, dirigida por Josep Mª Pou, que también es uno de los seis personajes del reparto, el del inspector Goole. La obra no solo no es una novedad, porque se representó por primera vez el año 1945 y no ha dejado de representarse e incluso inspirar series y películas. Es de lectura obligatoria en la enseñanza secundaria galesa e inglesa y, aunque refleja la sociedad victoriana eduardista inglesa, podríamos decir que sigue vigente su planteamiento que es el de denunciar que todos vamos en el mismo barco:
"Comienza con una cena en la casa de la familia Birling. Se está celebrando el compromiso entre Sheila, la hija de la Sr. y Sra. Birling, y Gerald Croft. Sorpresivamente aparece el Inspector Goole. Empieza diciendo que una joven se ha suicidado con un desinfectante. Con el transcurrir de la obra, se descubre que todos los inegrantes de la familia (inclusive el novio) tuvieron alguna relación con esa chica que iba cambiando el nombre. Fue empleado del Sr. Birling y fue echada, Sheila la hizo echar por tonterías [en su empleo como dependienta], Gerald tuvo una relación como amante, la Sra. Birling no la quizo ayudar cuando fue a pedir ayuda a un hogar de mujeres (lugar donde ayudaba la Sra. Birling) y el hijo que esperaba la joven era de Eric, hijo de la familia. Se va el inspector y se dan cuenta que no existe ningún Inspector Goole y que ninguna joven murió en la enfermería. Pero cuando parecía que todo era una broma o el hombre era un loco, suena el telefono y, cuando atiende el Sr. Birling y [sic] le comunican que murió una joven por haber tomado desinfectante y que un inspector de policía irá a su casa para interrogarlos." (Wikipedia)
Fotografía del Teatre Goya
J.B. Priestley dominaba el arte de presentar time plays, obras en las que los hechos no se exponen cronológicamente, si es que entendemos el tiempo como algo lineal. El inspector Goole, de naturaleza preternatural, va evidenciando la precisa responsabilidad que tiene cada uno de los miembros de la familia en el suicidio de Eva Smith. La obra se aguanta por lo bien trabada que está y por el suspense, pero también por como logra que incluso el público se sienta sino responsable del descenso a los infiernos de Eva Smith sí de haber condicionado la tristeza de algún semejante que Eva nos recuerda. Es decir, que como todas las buenas obras, tiene varias lecturas. Una sobre la hipocresía,  que no el "puro teatro", hipocresía por la cual lo importante sería evitar el escándalo más que otra cuestión moral. Otra sobre la forma de presentar el tiempo. Otra, las teorías socialistas neocristianas que subyacen, claramente expuestas en el parlamento final del inspector: If men will not learn that lesson, then they will be taught it in blood and fire and anguish ("Si los hombres no aprenden esta lección, serán aleccionados por la sangre y el fuego y la angustia"), en clara referencia a las dos guerras mundiales. No falta tampoco una breve referencia al Titanic, el  socorrido símbolo de que la técnica humana no debe estar al servicio de la vanidad. 

Por lo tanto, las ideas que se defienden son mucho más sencillas de las que me figuro que suele tratar el Grupo de Bilderberg y hasta la Asociación de Mujeres Maltratadas de bla bla bla, pero tuvo el autor la gracia de presentarlas con gran economía de recursos y la gracia de ir desnudando la verdad sabiamente y no con zarpazos. Aunque servidora es una consumidora del cine primitivo, aunque les voy dosificando mis reflexiones, aunque no estoy segura de que haya una barbaridad de buenos actores, hay que inclinarse ante el poder que tienen las tablas. Y el momento.

Mr. Goole: "We don't live alone. We are members of one body. We are responsible for each other [...] If men will not learn that lesson, then they will be taught it in blood and fire and anguish"


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